Por Pat Buchanan *
“Follow the money!”
La vieja máxima que aconseja seguir el rastro del dinero siempre resulta útil cuando se trata de discernir los motivos de quienes promueven agendas audaces en beneficio de la humanidad. Invariablemente, cada nueva iniciativa progresista supone una transferencia de dinero desde las clases que pagan impuestos en las naciones de Occidente a las élites transnacionales, mundiales y del tercer mundo. Para los amos del universo, expandir la justicia y la igualdad entre los pobres del mundo es un ejercicio gratificante en todos los sentidos de la palabra.
Recordemos los acuerdos de París sobre el clima de 2015.
Su objetivo explícito: Salvar al planeta de los estragos del cambio climático, que es causado por las emisiones de dióxido de carbono, que son producidas por las naciones industrializadas que poseen una porción demasiado grande de las fábricas, las granjas, los barcos, los aviones y los autos del mundo. Según los acuerdos de París, las naciones más ricas de Occidente debían fijarse y cumplir estrictas metas nacionales para reducir sus emisiones de carbono. En conjunto, estas reducciones iban a impedir cualquier aumento en la temperatura del planeta superior a 1,5 grado por encima de los niveles preindustriales. Esto fue presentado como la última, y la mejor, oportunidad del mundo para impedir una catástrofe climática en este siglo.
Entre las advertencias que el clima nos venía enviando se mencionaban: derretimiento de los casquetes de hielo polares, mortíferos huracanes, sequías, incendios descontrolados como los que tuvimos este año en California, desborde de ríos en Europa, elevación del nivel del mar y anegamiento de poblaciones y ciudades costeras, y de islas como las Maldivas en el Océano Índico.
Una vez sentada la amenaza de semejante apocalipsis si nos quedábamos sin hacer nada, surgía la pregunta inevitable: ¿cuánto dinero contante y sonante necesitarían de Occidente las élites mundiales y sus clientes del tercer mundo, para absolver a Occidente de sus pecados pasados en materia de emisiones de carbono?
Respuesta: las naciones ricas deberían entregar más de 100.000 millones de dólares por año para reparar el daño causado por el cambio climático a las naciones más pobres, y para compensarlas por reducir su dependencia del carbón, el petróleo y el gas, y reorientarla hacia opciones más verdes como el sol, el viento y el agua.
Pero en 2016, un acontecimiento inesperado abortó el esquema climático de París. Los norteamericanos eligieron a Donald Trump. Trump dijo que el pacto de París era un atraco a su país, y rápidamente retiró a los Estados Unidos de los acuerdos.
¿Con qué argumentos?
Hablando mal y pronto, Primero los Estados Unidos. Según los acuerdos de París, los Estados Unidos debían reducir anualmente las emisiones de carbono y aportar la parte del león de la transferencia anual de riqueza de 100.000 millones de dólares al mundo en desarrollo. Mientras tanto China, el contaminador número uno del mundo si aceptamos que el dióxido de carbono es un contaminante, tenía permiso para aumentar sus emisiones hasta el 2030. Así, China es hoy responsable del 28% de las emisiones de carbono del mundo, mientras que la contribución estadounidense no supera la mitad de esa proporción, y va en baja.
Entonces llegó el presidente Joe Biden, que rápidamente reingresó al acuerdo de París. En abril prometió aportar hasta 5.700 millones de dólares como adelanto de nuestra porción de los 100.000 millones. La semana pasada, en la ONU, prometió duplicar esa contribución hasta los 11.400 millones. El Congreso todavía no autorizó esas sumas.
¿Cuál es el juego de China? Beiyín sugiere que mantiene su actitud cooperativa. “China no va a construir en el exterior nuevos proyectos de energía alimentados a carbón”, prometió el presidente Xi Yinpín en declaraciones previamente grabadas ante la asamblea general de las Naciones Unidas. Sin embargo, como escribe el New York Times, en 2020 China “construyó tres veces más plantas de energía a carbón que todos los demás países del mundo juntos, lo que equivale a más de una gran usina a carbón por semana.”
Sin embargo, hay que tener en cuenta aquí algunas compensaciones.
Estas plantas chinas alimentadas a carbón en las naciones más pobres contribuyen por cierto a las emisiones mundiales de carbono. Pero también permiten que los pueblos de Asia y África disfruten de los beneficios que tales plantas producen: electricidad, calefacción, iluminación. Pueden mejorar en mucho la vida de asiáticos y africanos en el siglo XXI, así como el carbón y el petróleo mejoraron la vida de los norteamericanos en los siglos XIX y XX.
Entre el 31 de octubre y el 12 de noviembre el primer ministro británico Boris Johnson alojará en Glasgow la vigésimosexta Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático organizada por la ONU, o COP26.1 Allí se presentarán nuevas demandas a los norteamericanos, tanto en términos de dinero como de reducción de las emisiones de carbono.
Se trata de un esquema, un paradigma, instalado hace largo tiempo. Píntese a los Estados Unidos como el mayor productor de dióxido de carbono de la historia. Muéstrese al segundo y al tercer mundo como víctimas de la autoindulgencia norteamericana. Y adelante con la extorsión. Reclámese más dinero. Fustíguese a los estadounidenses describiendo los 11.400 milllones de dólares ofrecidos por Biden como una magra pitanza, algo insuficiente.
Y uno se pregunta: entre las élites del clima, ¿cuántos van a llegar a Glasgow en vuelos comerciales o en jets privados, y cuántos van a combatir el cambio climático viajando en barco, autobús o bicicleta? Si esta gente del Nuevo Orden Mundial quería a la vez dar el ejemplo y reducir el índice de carbono, ¿por qué no hizo una cumbre virtual?
En cuanto a los chinos, nos convendría estar preparados para una de esas ofertas imposibles de rechazar: “Si ustedes los norteamericanos pretenden la cooperación de China en materia de cambio climático, empiecen por reducir su propaganda sobre el virus de Wuhan, Hong Kong, el mar del Sur de la China, Taiwán, y esas acusaciones de genocidio contra los Uigures.”
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.
- Es interesante la denominación, que habla de Partes (interesadas) y no de naciones o países, coherente con la reducción del papel de los estados nacionales promovida por las élites globalizadoras. (N. del T.) [↩]
Mr. Buchanan tiene la virtud de llamar a las cosas por su nombre. Parece ser que la hipocresía va ganando terreno, aún en EE. UU. Parece ser que EE. UU. va a tener en Biden una suerte de Alfonsín del primer mundo. Parece ser que al mundo occidental le cuesta aprender. Tan mal negocio será enfrentar al comunismo como se debe?…..
Sí, los chinos tienen una cortesía exquisita…No paramos de aprender! (Y de comprarles “cositas”)