Mr. Lynch, el editor

Todo lo relacionado con el caso Fardín-Darthés consolida la presunción de que la Argentina es un país quebrado: nada de lo que debería haber funcionado institucionalmente lo hizo como debía esperarse, y no me refiero exactamente a las instituciones públicas sino a las instituciones que la sociedad se da a sí misma para ordenar y facilitar su desenvolvimiento. Arrancando desde atrás en el tiempo: no funcionó la familia de la actriz, que dejó a una menor según su propio relato inexperta e imprudente andar sola por el mundo con un elenco de cómicos –entre los cuales había, según dice ahora todo el mundo, un conocido predador–, sin custodia de ninguna especie. Tampoco funcionaron los productores del espectáculo, que sabiendo que había menores en el grupo no tomaron el menor recaudo para prevenir situaciones que podían producirse incluso entre ellos mismos. Ya en el presente, y conocida la denuncia, no funcionaron los abogados de las partes, que contribuyeron a la confusión general (la abogada que defendía al actor en otro caso parecido lo abandonó avisando antes a los medios que a él o a su colega opuesto, más preocupada por cuidar de su imagen que de su cliente), ni tampoco funcionaron los medios, que son la parte clave en todo este asunto.

La denuncia de Fardín, con toda su espectacularidad, no fue más que un media event, un acontecimiento preparado para consumo de los medios, que no guarda con la realidad más que una relación alusiva, testimonial o simbólica. Y los medios se deleitaron con la carnada, despreocupados del anzuelo en el que quedaron atrapados. La denuncia de Fardín, con la congoja y el moqueo, estuvo pura y exclusivamente dedicada a los medios, a producir impacto mediático, porque no hay justicia, investigación o pericia en este mundo capaz de determinar, diez años después de ocurridos los hechos relatados, si lo que ella contó es cierto o no es cierto. Esto lo debe saber Fardín, que ya no es una “chiquita”, y si se prestó a la puesta en escena es por una de dos razones, o por las dos a la vez: como un ejercicio de venganza o despecho contra su presunto abusador, o para respaldar con su relato causas que nada tienen que ver con lo ocurrido pero que sus acompañantes se ocuparon ostensiblemente de asociar: la legalización del aborto y la imposición en las escuelas de la ideología de género.

La denuncia de Fardín recibió en las redes sociales las proporciones esperables de adhesión y rechazo, porque muchas personas plantearon sus dudas, algunas más razonables que otras, sobre su contenido, su oportunidad y sus intenciones. Pero los medios, que se jactan de contar con “editores responsables”, sacrificaron todas las normas y reglas que gobiernan su profesión en el altar de la corrección política, olvidaron el principio elemental de la presunción de inocencia, y procedieron al metódico e inapelable linchamiento de Darthés, que continúa una semana después sin atenuantes, matices ni controversias. Las radios y la televisión entrevistaron a personas con obvios intereses creados en el caso, y organizaron paneles de debate en los que todos los “expertos” pensaban lo mismo. Escuché a una de esas expertas, abogada activamente involucrada en las cuestiones de género, afirmar con todo desparpajo que la sola denuncia por abuso debía conducir a la detención del denunciado, que sólo podía quedar en libertad si lograba probar su inocencia.

Los dichos de la actriz, la puesta en escena profusa en pañuelos verdes que enmarcó su denuncia, fueron puestos en pantalla una y otra vez, virtualmente en cadena, durante las veinticuatro horas posteriores y sin cuestionamiento alguno. Sobre la respuesta del denunciado se aplicaron todas las reglas que la práctica periodística aconseja y algunas más. El relato que la denunciante y el actor ofrecieron de lo sucedido hace diez años en un hotel de Managua difiere naturalmente en muchos puntos. Pero también es coincidente en otros, lo que permite inferir que efectivamente algo ocurrió allí y entonces, algo que sólo ellos dos saben y sólo ellos dos pueden saber. No conozco a la actriz ni al actor, no se de sus antecedentes y no encuentro razones para dar más crédito a uno que a otro. Pero la expresión “Tengo la misma edad de tus hijos” o “Tenés la misma edad de mis hijos”, que ambos recuerdan estuvo en el aire en ese momento, suena más verosímil en boca de un adulto que trata de disuadir a una jovencita descolocada, que en labios de una niña desesperada por escapar de una agresión violenta: parece demasiado elaborada para acudir a la mente de una víctima presa de circunstancias tan extremas. No le corresponde a un periodista decidirlo, claro está, pero es un tema entre tantos que los “editores responsables” pudieron haber planteado, en vez de entregarse vergonzosamente a la manipulación de los maestros de pista de un circo mediático. –S.G.

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2 opiniones en “Mr. Lynch, el editor”

  1. Extraña solución extrajudicial para Rivero. Demandada por daños y perjuicios por sus acusaciones contra Darthés -que comenzaron como “abuso”, luego fueron “acoso” y finalmente se convirtieron en “haberla pasado mal”- pasó a integrar el tribunal inquisitorio de las Actrices Argentinas que en la práctica le quitó de encima el problema de tener que probar sus dichos.

    1. La abogada de Fardín, Sabrina Cartabia, entrevistada por Jorge Rial, declaró que la denuncia de esta actriz fue una “decisión estratégica” adoptada por su “posibilidad de impacto muy importante”, y porque “si la causa [iniciada por Darthés] contra Calu por daños y perjuicios triunfaba, eso iba a representar un antecedente muy negativo para todas las mujeres de este país.”

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