Un momento peligroso

Por razones de salud, la presidente de la Nación deberá cumplir un mes de reposo y esto supone que permanecerá alejada de sus funciones. La información oficial difundida en un primer momento carece de precisiones como para inferir si ese alejamiento le permitirá seguir firmando el despacho diario desde la residencia de Olivos o, por el contrario, le obligará a delegar el mando en el vicepresidente Amado Boudou. El cuadro planteado acentúa la fragilidad de un gobierno ya debilitado en todos los sentidos: apremiado por las dificultades económicas, carente de iniciativas para afrontar una segura derrota electoral en un plazo de tres semanas, estremecido por las reyertas internas. El vicepresidente Boudou, jaqueado por los procesos judiciales abiertos en su contra por presunta corrupción, y carente de todo sustento político más allá del abrigo de la presidente, aparece como una figura todavía más débil que su protectora para empuñar el timón del país. El momento se presenta así, a primera vista, como sumamente peligroso para la institucionalidad del país, y va a poner a prueba la serenidad, las convicciones y la energía de quienes se proponen como alternativa al oficialismo para conducir la república. Existe una constelación de fuerzas políticas y económicas que desde hace un tiempo vienen imaginando atajos y vías rápidas para hacer avanzar sus intereses tal como lo hicieron en los críticos meses finales del gobierno de Fernando de la Rúa. Estas fuerzas, que por el momento se contentan con impulsar y rodear la candidatura del intendente Sergio Massa, nunca han demostrado demasiado respeto por la institucionalidad y pueden sentirse tentados a aprovecharse de la fragilidad de la situación. El inesperado cuadro de salud de la presidente plantea inquietantes preguntas sobre el futuro político del país. Sobre los hombros de la dirigencia política, pero también del resto de la dirigencia social, recae la responsabilidad de asegurar que ese futuro no se aparte de los caminos previstos por las leyes del país. La ciudadanía, por su parte, y con la experiencia recogida una década atrás, debería saber que le conviene vigilar que así sea.

–Santiago González

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