Miguel Brascó (1926-2014)

“Si yo tuviera que escribir mi necrológica, ¿qué pongo?” se preguntó alguna vez Miguel Brascó. Y es cierto: fue tantas cosas que uno no sabe por dónde empezar. Probablemente cada uno de los que lo conocieron, en persona o por sus obras, tendrá su propio Brascó: el poeta, el experto en vinos, el dibujante, el letrista de canciones, el agente de relaciones públicas, el sibarita, o una combinación de ellos. Mi Brascó es el creador de un estilo literario inconfundible donde el español del siglo de oro se conjuga con el lunfa más rante en un maridaje como el de vinos y comidas en el que las dos partes salen beneficiadas. También es el creador de un estilo de dibujo de líneas finas, capaces de trasmitir la sutil ironía con la que comentaba visualmente el mundo que lo rodeaba. Y es además el hombre que con esos instrumentos literario y gráfico trazó la genial (y única) caricatura de nuestro mundillo corporativo, las tribulaciones, miedos y agachadas de nuestros ejecutivos, sus vanidades, debilidades y pecadillos, entre los cuales no era el menor su propensión a perder la cabeza por las húngaras de ojos almendrados y piernas largas. En general tenía un ojo clínico para detectar pequeñeces, y la suficiente altura como para tratarlas con una sonrisa benévola. Si, como dicen, la cultura es distancia, Brascó fue un hombre culto. –S.G.

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