Por Bernardino Montejano *
Esta semana, el Instituto de Filosofía Práctica tuvo una actividad intensa: el martes se presentó el libro del hombre del disenso, el filósofo Alberto Buela, quien además preside la Asociación Argentina de Taba; el miércoles se presentó el libro del juez Alfredo López, Resistir para reconquistar; el jueves, día de la Asunción, tuvimos la Santa Misa, oficiada por un sacerdote cuyo nombre omitimos para protegerlo de sanciones cuerveras, en recuerdo del P. Julio Meinvielle, en otro aniversario de su muerte y el viernes, homenaje al general San Martín, durante el cual hablaron los coroneles Santiago Rospide y Gabriel Camili y el historiador Sebastián Miranda, acto que con seguridad, no gustó a los nuevos cipayos, los carlistas argentinos.
Dos palabras para los lectores que no son bonaerenses acerca de la taba, término tal vez introducido en España por los mahometanos durante su dominación (años 711 a 1492). En su libro La taba y otros asuntos criollos, Buela nos enseña que la taba es uno de los huesos que integra el tarso de los vacunos, que en anatomía se llama astrágalo. Tiene cuatro caras, la mayor denominada carne o suerte, con forma de S, la menor denominada culo o playo y las dos laterales hoyo y tripa. La taba se juega al aire libre en una cancha, con una sola taba y entre unos diez o doce jugadores distribuidos en mitades. Una vez tirada, la suerte gana y el culo pierde. Si cae de costado, sea hoyo o tripa es mala.
Sin dudarlo, lo más importante de toda la semana fue la Misa, único sacrificio de la Nueva Alianza, y después el recuerdo del padre Meinvielle del que hablaremos, con la cabeza y el corazón y desde aquí, en primera persona.
En el año 1933 fue designado párroco de Nuestra Señora de la Salud, en el barrio de Versalles, edificó la iglesia parroquial —una catedral, según el cardenal Copello— y fundó el Ateneo Popular de Versalles que presidió hasta su muerte, fundó la Unión de Scouts Católicos Argentinos, promovió los campamentos juveniles parroquiales, participó en la pastoral jocista, pero en 1951 fue alejado de la parroquia por sus manifestaciones públicas contra el peronismo gobernante. Tal vez la medida fue providencial porque le permitió desde entonces redoblar su labor de gran formador de las inteligencias.
No recuerdo cuándo ni dónde conocí al insigne sacerdote, pero cuando tuve el honor de presentarlo en el Colegio Manuel Belgrano para su conferencia “Desviaciones modernas de los católicos” organizada por el Centro de Estudios de Belgrano, el 30 de octubre de 1959, hacía rato que lo frecuentaba. Recuerdo que llegó y partió acompañado por un gran dominico, fray Mario Agustín Pinto, quien con su amigo fray Antonio García Vieyra formaron un dúo que honró a la orden. Recuerdo un breve diálogo entre ellos al irse respecto al bonachón capellán del Colegio. Meinvielle: ¿Qué piensa el Padre X? Pinto: Antes hay que saber si piensa.
Para homenajear al invitado se formó una Comisión de Recepción, integrada entre otros por amigos muy queridos, como Alberto Arcapalo, Juan Carlos Jesús Cardinali, Julio Carrera Pereyra, Tomás Cavanagh, Carlos Díaz Vélez, Fernando García Morillo, Rodolfo Marré, Néstor Noacco, Enrique Podestá, Enrique Quián Tizón, Carlos Scoccimarro, Marcelo Soldano, Agustín Villar y hasta mi hermano, hoy Pbro. Fernando Montejano, ordenado por monseñor Adolfo Tortolo para la diócesis de Paraná, donde reside desde entonces.
Meinvielle tuvo muchos discípulos, algunos lo traicionaron, otros fuimos fieles a su pensamiento y a su memoria muy querida. Entre sus seguidores se destacaban en especial dos: Carlos Sacheri y Jorge Labanca, el filósofo tomista y la esperanza política respectivamente. Pero el primero cayó vilmente asesinado y el segundo hoy está fuera del combate.
También murió junto con su mujer, un importante discípulo de Meinvielle y asiduo colaborador de “Presencia”, Carlos Alberto Quinterno, autor de un libro muy interesante: Militares y populismo. La crisis argentina desde 1966 hasta 1976. Poco antes de su trágica muerte me lo envió de regalo por medio de una de sus hijas, que era alumna, con una sentida dedicatoria: “Al Dr. B. Montejano con especial estima por su obra, 29/11/1979 C.A. Quinterno”. Hoy, en Argentina tan ingrata, este discípulo está totalmente olvidado.
El P. Julio Ramón Meinvielle fue un teólogo y filósofo de nota, pero ante todo fue sacerdote de Jesucristo.
Meinvielle tuvo una cabeza bien ordenada y un extraordinario poder de síntesis: un ejemplo de ello lo tenemos en sus palabras acerca del Santo Sacrificio del altar: “El sacerdote, instrumento de Cristo… al ofrecer la Misa, la ofrece por los fines para los cuales nos dirigimos a Dios: en primer lugar, para adorar a Dios, fin latréutico; en segundo lugar, para dar gracias a Dios por los beneficios que nos ha dado, fin eucarístico; en tercer lugar, para pedirle perdón por nuestros pecados, fin expiatorio y luego, para pedirle a Dios las gracias que necesitamos, o sea, el fin impetratorio”.
Su sacerdocio fue vivido con una teología estudiada y meditada, fundada en su raíz: la fe. Un sacerdocio dado para los demás, con una caridad jamás divorciada de la verdad. Un sacerdocio marcado por una acendrada devoción a la Virgen, cuyo Rosario desgranaba en su casa y fuera de ella, en la calle, en los colectivos, en los subtes…
En el entierro de Meinvielle, uno de los que habló, fue tal vez el mayor de sus discípulos, Carlos Sacheri, asesinado cuando era subdirector del Instituto de Filosofía Práctica. Y en esa ocasión dijo: “En la vida de los pueblos, como en la historia de la Iglesia, surgen de vez en cuando algunas figuras excepcionales, que jalonan con su personalidad y con su obra, el invisible itinerario de esas naciones hacia su destino histórico. Uno de ellos ha sido el padre Meinvielle.
“Filósofo y teólogo cristiano tuvo pasión por la verdad y como tarea profundizarla y difundirla. Fue un intelectual combatiente y enfrentó a Maritain, Teilhard de Chardin, Kung, Rahner y otros, como al nacionalismo marxista, a la teología de la liberación y al progresismo cristiano.
Como teólogo de la Cristiandad advirtió desde el principio que quien no contribuye a restaurarla, trabaja para su demolición.”
Concluye nuestro mártir sus palabras señalando que nuestra Iglesia y nuestra Patria “necesitan que la obra del Padre se prolongue a través de los discípulos que formó. La tarea es ardua en estos tiempos en los que abundan las defecciones de todo tipo”.
El Instituto de Filosofía Práctica, conservador de la biblioteca de Meinvielle, que lleva su nombre, con sus cincuenta años de fiel discipulado, acredita que la obra del recordado sacerdote continúa viva.
* Presidente del Instituto de Filosofía del Colegio de Escribanos y del Instituto de Filosofía Práctica.
Muy buena semblanza. Y, en especial, en estos momentos ACIAGOS en que los ENEMIGOS de la VERDADERA IGLESIA siguen conspirando contra ella al atacar a los nuevos adalides de la misma, como al valiente Padre Ravassi, a quien hay que DEFENDER del periodismo BASTARDO que se está ensañando con su mensaje. Desde Mendoza, Argentina: gracias por esta mirada que me recuerda a aquella iglesia preconciliar que fue OBSCENAMENTE travestida por el catolicismo woke.