Los sueños de los soldados dormidos

El domingo alguien contó por Twitter la historia que decidió que sean siete, y no seis, ocho o diez, los granaderos que custodian los restos del general San Martín. El relato cosechó un interés masivo, y centenares de personas agregaron datos o recuerdos, o contaron historias relacionadas. El lunes, alguien contó la historia de los cinco mil voluntarios argentinos que participaron de la Segunda Guerra, y del escuadrón de pilotos argentinos que se formó dentro de la RAF, cuyos aviones iban decorados con las figuras de Patoruzú y de los gauchos jetones de Molina Campos. El impacto fue similar en términos de adhesiones y adiciones a la historia relatada. En ambos casos, los lectores agradecieron la evocación, y las emociones despertadas por los tuiteros originales. Esto me llevó a pensar, o a creer, o a querer creer, que hay algo en ebullición en el subsuelo de la sociedad argentina, algo que se resiste a seguir cayendo por la pendiente de la decadencia y el desencuentro, y está buscando en el pasado anclajes para la conciencia nacional y para el orgullo nacional, defensas contra el fuego graneado dirigido contra su identidad, fuerzas para alzar la cabeza y apropiarse nuevamente del futuro. “Hago mis planes con los sueños de mis soldados dormidos”, dijo Napoleón en una frase enigmática que llamó la atención de André Malraux. En la Argentina los soldados sueñan, pero no asoma el general que trace los planes. –S.G.

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