Los EE.UU. poscristianos

Por Pat Buchanan *

“Nada hay bueno ni malo, sino por obra de nuestro pensamiento”, dijo Hamlet, y de ese modo planteó varias preguntas cruciales: ¿La verdad moral es algo subjetivo? ¿Muda con el cambio de los tiempos y la variación de las costumbres? ¿O existe una ley superior, una ley permanente, la ley de Dios, inmutable y eterna, a la que la ley del hombre debe acomodarse? ¿Son por ejemplo los Diez Mandamientos del Antiguo Testamento, el magisterio cristiano y la ley natural inmodificables y aplicables a todos los hombres de todos los tiempos? ¿O alguno de los diez puede ser arrojado al canasto de las prohibiciones morales anticuadas?

Esta cuestión se introdujo de lleno en las primarias presidenciales gracias a Pete Buttigieg, estrella ascendente en la primavera boreal del 2019. El “alcalde Pete” es orgullosamente homosexual y vive muy feliz con su marido. Dice que Dios lo hizo como es, y que lleva la vida que Dios dispuso para él. Al plantear por propia iniciativa la cuestión del matrimonio entre personas del mismo sexo, el alcalde desafió burlonamente a Mike Pence: “Sí, señor vicepresidente… me ha acercado a Dios… Esto es lo que me gustaría que entendieran los Mike Pence de este mundo: Que si tienen algún problema con mi condición, la cuestión no es conmigo … La cuestión, señor, es con mi creador.”

Buttigieg se declaró candidato el domingo pasado, y su postulación asegura que la profunda fractura moral que afecta a los Estados Unidos jugará un papel primordial y central en 2020. Nuestra batalla cultural no tiene fin a la vista.

Esta semana, datos del Observatorio Social General revelaron que los estadounidenses que dicen no profesar religión alguna, el 23,1%, superan ahora a los católicos, nuestra religión mayoritaria con el 23%, y a los evangélicos, que rondan el 22,5%. Los que dicen no tener religión han crecido en un 266% desde 1991. Las principales congregaciones protestantes, en conjunto, no llegan a la mitad de quienes no profesan religión.

Si a ello se suma nuestra diversidad étnica, se advierte que los Estados Unidos se han vuelto religiosamente más diversos, descristianizándose veloz y deliberadamente. Nos estamos conviertiendo en otro pueblo, en dirección a un destino poscristiano que habremos de alcanzar antes de que concluya el siglo.

Pensemos en las cosas que ya han cambiado.

En el siglo XIX, blasfemar era un delito.

En los locos 20, los “vicios” de la bebida y el juego estaban prohibidos. Ahora son la principal fuente de ingresos para el estado.

El divorcio era una rareza. Ahora la mitad de los matrimonios se disuelven.

Después de la revolución sexual de los 60, los nacimientos fuera del matrimonio aumentaron de tal modo que ahora el 40 por ciento de los hijos nacen sin un padre en la casa, cifra que asciende a la mitad entre los hispanos y al 70 por ciento entre los negros.

La pornografía, que solía tener pena de prisión, hoy domina la televisión por cable. La marihuana, que era considerada un flagelo social, ahora es el producto de moda. Y la senadora Kamala Harris quiere legalizar la prostitución.

Para muchos estadounidenses contemporáneos, la homosexualidad y el aborto habían sido delitos escandalosos. Ahora son apreciados derechos constitucionales.

Y la afirmación del alcalde Pete, en el sentido de que Dios lo hizo homosexual, y que Dios quiso que viviera su vida de esa manera, y que esa vida es moral y buena, marca otro hito en el camino a unos Estados Unidos distintos.

Porque lo que Buttigieg nos está diciendo es que, o bien Dios cambia su ley moral para adecuarla a las costumbres mutables de la humanidad, o bien, durante 2.000 años, la enseñanza y la práctica cristiana respecto de los homosexuales ha sido intolerante, injuriosa y moralmente indefendible. Si Pete tiene razón, desde los tiempos de Cristo los cristianos han marginado y perseguido a los homosexuales simplemente porque eran y se comportaban tal como Dios lo había querido.

Y si eso es cierto, ¿qué puede decir la cristiandad en su defensa?

Para una buena parte de los norteamericanos, especialmente los jóvenes, Occidente ya es culpable de siglos de racismo, imperialismo, colonialismo, esclavismo, sexismo, limpieza étnica, persecución religiosa y genocidio cultural contra los pueblos indígenas. Ahora, según la lógica del alcalde Pete, Occidente también es culpables de siglos de odiosa homofobia contra personas que viven como Dios los hizo y como Dios quiso.

¿Qué implica todo esto para la elección del 2020?

Así como los demócratas defienden la moralidad del matrimonio homosexual del alcalde Pete, también insisten en que los “derechos reproductivos” de la mujer son sacrosantos, y que los niños no nacidos, 60 millones de los cuales fueron muertos en el vientre desde el fallo Roe vs. Wade de 1973, carecen de todo derecho, incluido el derecho a la vida.

¿Cómo una nación dividida hasta tal punto puede volver a reunirse? ¿Cómo una nación cuya élite está en gran parte avergonzada de su historia, de su herencia y de su otra mitad –“deplorable” por “racista, sexista, homófoba, xenófoba, islamófoba … e intolerante”– puede pretender legítimamente ser la ciudad que resplandece en la colina o el faro para las naciones?

Los Estados Unidos son hoy una nación más poderosa, próspera y libre que ninguna otra en la historia del mundo. Y hemos usado esa riqueza y esa libertad para crear una cultura y una sociedad que gran parte de nosotros y gran parte del mundo ven ahora como disoluta y decadente. De muchas maneras, los Estados Unidos postcristianos están comenzando a parecerse a lo que, según nos enseñaron, fue alguna vez el Imperio Romano precristiano. Más aún, si el estilo de vida del alcalde puede ser considerado moral, entonces el Cristianismo ha vivido equivocado durante veinte siglos.

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.

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