Los chacales y el traje a rayas

“O la presidenta cambia, o se va”, había dicho el ex diputado peronista Jorge Yoma. Cristina Kirchner no tiene intenciones de irse. En un lapso relativamente breve, dio señales de que está dispuesta a cambiar. Lo hizo de manera inmediata, por la urgencia de la cuestión, en el terreno económico: sinceró la inflación, y puso en marcha una serie de medidas de común y corriente ortodoxia económica: devaluación del peso, elevación de la tasa de interés, absorción de circulante, al tiempo que por primera vez en seis o siete años comenzaron a salir del INDEC estadísticas más o menos cercanas a la realidad. El mercado cambiario se tranquilizó, gracias a esas y otras medidas. Hay señales además de disposición para encarar el problema económico que genera todos los demás: el déficit fiscal. Varios subsidios de esa maraña que dilapidó los excelentes ingresos tributarios de la década estarían prontos a caer. El gobierno reconoció también por primera vez, por boca del ministro de defensa, la gravedad que el problema del narcotráfico ha adquirido en el país precisamente desde que el kirchnerismo llegó al poder. La crónica periodística menciona un enfriamiento de las relaciones con Irán, el punto más contencioso de la inexplicable política exterior argentina, junto a la devoción profesada por el régimen venezolano.

Cuando todo el mundo suponía que el gobierno iba a arrojar el país al vacío, y someter a la población a una nueva y penosa crisis, el kirchnerismo dio otra prueba de su capacidad de supervivencia: clavó los frenos, y metió marcha atrás, bajo la mirada estúpida de los llamados dirigentes opositores, que nunca atinaron a hacer nada práctico y urgente ante la inminencia del previsible desastre, ni denunciaron como debieron haber hecho a quienes echaban leña al fuego con la esperanza de lanzarse luego a la rapiña. El economista Miguel Bein no se volvió loco de repente, ni trató de congraciarse con el kirchnerismo en momentos en que esas amabilidades más restan que suman: dijo lo que todos saben. Los chacales políticos y económicos que se restregaban las manos previendo quedarse con los despojos siguen gruñendo en los programas de televisión y las columnas de los diarios anunciando cataclismos, pero saben que se les escapó la oportunidad. La población en general se quejará de los inevitables aumentos de precios y tarifas, y de los rigores que se avecinan, pero la alternativa pudo ser peor.

¿Significa esto que el gobierno finalmente entró en razones? ¿Que por primera vez acomodó los hechos a las palabras, y puso en primer plano el interés de la población? Nada de eso. La preocupación de Cristina Kirchner y sus compinches es muy otra, y tiene que ver con seguir vistiendo ropa de calle en vez de traje a rayas. Necesitan tiempo para manipular la justicia, borrar huellas, cerrar causas, y hacer todo lo posible para no terminar presos cuando se alejen del poder. Un estallido como el que pudo haber sobrevenido los habría encontrado en la peor situación, y con la opinión pública poco dispuesta a la tolerancia. Ahora necesitan tiempo, pero también plata. La plata sólo la pueden conseguir tomando créditos en el exterior, y para tomar créditos en el exterior tienen que poner un mínimo orden en la casa, que es lo que están haciendo en la economía, y ganarse cierta buena voluntad en el mundo, lo que explica el reconocimiento del narcotráfico y el distanciamiento con Irán. En resumen, el gobierno cambia algunas de sus políticas y algunos de sus discursos, los motivos de esos cambios son espurios, pero esos cambios pueden ahorrarle sufrimientos mayores al país.

–Santiago González

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