Las vísperas

Hasta hace unos meses había en la vida política argentina un clima de fin de ciclo. El agotamiento del kirchnerismo era casi tangible. Pero luego de las elecciones primarias, y su inesperado resultado, se vive un clima de vísperas. Se percibe que algo está por cambiar, que el tiempo de irracionalidad, enfrentamientos, revanchismos y aislamiento que marcó la última década está por acabarse para dejar paso a otro de racionalidad, orden, unidad y apertura en el que cada uno pueda saber a ciencia cierta dónde está parado y desarrollar su destino en consecuencia. Por supuesto, todavía están los que quedaron atrapados en el pasado, en la lógica implantada por el kirchnerismo, y van a entrar al cuarto oscuro más animados por el espanto que por la esperanza: los que aborrecen a Mauricio Macri y lo que suponen que él representa van a votar por Daniel Scioli sin demasiados análisis, y a la inversa. Pero hay una amplia franja del electorado que no siente demasiadas simpatías o antipatías por ninguno de los dos candidatos que llegaron al ballotage, y que se encontraría más cómoda si pudiera fundamentar su voto en términos positivos. Desde las primarias de agosto hasta ahora, los dos finalistas ayudaron poco a estos votantes, desperdiciaron el tan esperado debate en agresiones y no salieron de sus libretos conocidos. El electorado a conquistar se ubica en el medio del espectro político, y Scioli cometió el error de kirchnerizarse, apelando al miedo y volviéndose agresivo; Macri por su parte no brindó los instrumentos ideológicos y doctrinarios sobre los que el ciudadano sin filiación prefiere basar sus decisiones. Tampoco las respectivas gestiones de estos candidatos les sirven de orientación a esos votantes: es cierto que Macri tiene un catálogo de logros para mostrar en la ciudad que Scioli no tiene en la provincia, pero también es cierto que gobernar el distrito de mayor ingreso per cápita del país no es lo mismo que administrar la provincia más problemática con apenas una fracción de los impuestos que recauda.  Desde el punto de vista de las ideas, de las plataformas, de las propuestas, de los proyectos de país, este 22 de diciembre los votantes independientes ingresarán al cuarto oscuro a ciegas y tanteando. Pero Macri cuenta con una ventaja decisiva respecto de Scioli, un atractivo que el gobernador no puede ofrecer, y es que un triunfo suyo cambiaría sustancialmente el mapa político de la Argentina, coronando un proceso imaginado el año pasado por Elisa Carrió, con quien el país tiene una deuda cívica impagable, y sostenido con valentía por el dirigente radical Ernesto Sanz. Y esto es lo que puede inclinar las urnas en su favor. Más allá de lo eficaz que resulte su eventual gestión, más alla de la simpatía que despierte su persona, un gobierno de Macri aliviaría el hartazgo, el agobio insoportable del relato kirchnerista, oxigenaría la vida política argentina, permitiría incluir en ella a las derechas con los mismos títulos de que han gozado hasta ahora las izquierdas, acabaría de una vez por todas con ese discurso único progresista que en los medios y en la cátedra siempre asfixió la crítica, solventó la intolerancia, y fue en definitiva la condición de posibilidad de estos doce años de pesadilla. La Argentina está en vísperas de un cambio que sólo el temor o los prejuicios podrían frustrar.

–Santiago González

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