La segunda muerte del kirchnerismo

Más allá de sus cinematográficas resurrecciones, el fin del kirchnerismo es seguro. Menos seguro, a esta altura, aparece el poskirchnerismo: hay una renovada voluntad de hacer política pero faltan liderazgos estratégicos.

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Desde su llegada al poder en el 2003 el kirchnerismo se asoció voluntariamente a la imaginería política de los setenta. El acto de la ESMA, agresivo, enconado, parcial, le enajenó buena parte de las simpatías iniciales, pero el buen viento de la economía internacional lo mantuvo a flote y hasta creó la impresión de que navegaba sosteniendo el timón.

Pero era una impresión errónea: torpemente estrelló la nave contra los arrecifes con la pelea con el campo y la confiscación de las jubilaciones privadas. Para entonces ya fue evidente que los santacruceños no tendrían una nueva oportunidad. La elección del 28 de junio marcó la primera muerte del kirchnerismo. La sesión inicial del nuevo Congreso sancionó la segunda.

La imaginería que rodea a la pareja presidencial abandonó ahora los setenta para evolucionar hacia dos clásicos de la pantalla de fines de los ochenta y principios de los noventa. Como Robert de Niro en Cabo de miedo o Glenn Close en Atracción fatal, el kirchnerismo parece muerto, pero resurge súbitamente con renovada “capacidad de daño”.

Entre junio y diciembre, el oficialismo hirvió varias veces el conejo, y se lo arrojó a la cara a la oposición, y también al electorado que le dio la espalda: prórroga de la emergencia económica (y de los superpoderes), ley de medios, reforma política, presupuesto, fueron saltando de la olla ante la impotencia y la estupefacción de la sociedad.

Si todo eso pudo hacer el kirchnerismo luego de su primera muerte, en menos de seis meses, ¿qué no podrá hacer ahora, luego de su segunda muerte, con dos largos años por delante? La oposición logró ponerse de acuerdo para neutralizar desde el Congreso la mencionada “capacidad de daño”, para evitar que nuevos conejos alcancen el punto de ebullición.

Pero hay que ver hasta dónde esas vallas de seguridad resultan eficaces. En la negociación de un acuerdo, la oposición hizo concesiones al oficialismo en varias comisiones clave, donde cedió la presidencia y se reservó una frágil mayoría de un voto. Conocida la capacidad del kirchnerismo para comprar o torcer voluntades, aquí se abre un interrogante.

La oposición, preocupada por la gobernabilidad y la continuidad institucional, optó por no quitarle el respirador al oficialismo, pero la respuesta inicial de Néstor Kirchner, su intención primera, fue sabotear el acuerdo, embarrar la cancha, convocar a las barras bravas, frustrar la sesión. Toda esa estrategia de guerra fracasó ante la firmeza política de la oposición.

Así como para la primera muerte del kirchnerismo fue decisivo el voto de Julio Cobos en la famosa sesión del Senado sobre la resolución 125, para la segunda muerte resultó crucial el papel de la diputada Graciela Camaño, quien actuó probablemente más preocupada por salvar al peronismo de la debacle a la que lo conducían las mañas de Kirchner.

Pero antes que nada debe reconocerse la coherencia sostenida en el tiempo de Elisa Carrió, que fue la primera en marcarle los puntos al oficialismo, la más lúcida al descubrirle las jugadas, la más inteligente a la hora de responder a sus maniobras, como cuando rechazó su invitación al diálogo, y ahora al oponerse a la intención de asfixiarlo sostenida por algunos.

Y no pueden soslayarse, por lo lamentables, las intervenciones de los representantes del progresismo en esa sesión decisiva: Martín Sabatella con sus piruetas ideológicas y Eduardo Macaluse con su intento de arrojar un salvavidas al kirchnerismo le dieron, por contraste, una cierta dignidad a los arrebatos verbales de Sandra Mendoza.

Más allá de sus cinematográficas resurrecciones, el fin del kirchnerismo es tan seguro como lo era para el espectador el fin de Max Cady en Cabo de miedo o de Alex Forrest en Atracción fatal, aunque para asistir a ese momento definitivo debiera transitar por secuencias que lo mantenían literalmente con el corazón en la boca.

Menos seguro se presenta a esta altura el poskirchnerismo. Las alternativas que condujeron a la sesión de esta semana en la Cámara de Diputados han evidenciado una deseable vocación de diálogo y una voluntad de hacer política en el mejor sentido de la palabra. (De Camaño a Kirchner, ambos peronistas, existe la distancia que separa a la política de la militancia).

Pero no asoma todavía en el horizonte opositor el liderazgo estratégico capaz de sacar a la Argentina de casi un siglo de estancamiento. Tanto en el peronismo como en el radicalismo (lo hemos visto en el trámite de elección de autoridades partidarias) el debate sigue girando en torno de su propio desorden interno y no de lo que la sociedad espera y necesita.

A los ciudadanos les cabe esperar que ese debate prospere en un ordenamiento de los partidos y en una decantación que les permita elevar la oferta de dirigentes para conducir el país. En la mejor de las opciones, los ciudadanos preocupados debieran involucrarse en esas discusiones y abandonar el papel pasivo de meros consumidores de política al que se han acostumbrado.

–Santiago González


[importante color=blue title=”Notas relacionadas”]Militancia, política, poder.
Resentimiento, sociedad, poder.[/importante]

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2 opiniones en “La segunda muerte del kirchnerismo”

  1. Gracias por destacar el papel de Elisa Carrió, a quien los medios insisten en presentar como una persona irracional y desequilibrada; no sea cosa que la gente la tome en serio y haya que poner la casa en orden.

    1. Los “dueños del país” –empresas, medios, bancos– distinguen muy bien entre los dirigentes que tienen principios y aquéllos con los que saben que siempre se puede “arreglar”. Esto explica que las dos figuras permanentemente demonizadas sean justamente Elisa Carrió y Domingo Cavallo.

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