La república liberal

El kirchnerismo ha lanzado un virulento ataque contra la república liberal. El ataque no es nuevo, forma parte de su idiosincracia, y se viene manifestando en deterioros progresivos de las libertades individuales, incluidos especialmente el derecho de propiedad y la libertad de expresión. Lo nuevo es la virulencia, que se revela en las anunciadas reformas al Código Civil, y el propósito de modificar radicalmente la Constitución Nacional en los términos anticipados en estos días por los pensadores rentados de Carta Abierta. Ante esta ofensiva, resulta conveniente recordar algunas cosas. El país de los argentinos nació como una república liberal, luego de más de medio siglo de contiendas civiles que se resolvieron finalmente con la firma de la Constitución en 1853. El proyecto de la república liberal se gestó en las jornadas de 1810 y llegó a su concreción plena en 1880 con la federalización de Buenos Aires. Se mantuvo en pie hasta el golpe fatídico de 1930, y se extendió por inercia hasta 1976 cuando otro golpe fatídico lo hirió de muerte. Desde entonces, la república liberal no ha sido más que una cáscara formal, que disimula una acelerada decadencia hacia el autoritarismo y la servidumbre. Los autoritarismos que se sucedieron desde 1930, de uno u otro signo, han sido responsables de la decadencia económica, social, política y cultural a la que asistimos. El intento de restablecer una economía liberal en la década de 1990 fracasó por el deterioro de las instituciones políticas liberales y republicanas. El liberalismo no es sólo política ni es sólo economía. La república liberal permitió construir todo lo que de la Argentina nos enorgullece: la sociedad más igualitaria de la América hispana, con los mejores sistemas de educación, salud y justicia de la región. Elevó los ingresos per capita a niveles comparables con los de naciones más desarrolladas. Permitió que millones de hombres y mujeres de todo el mundo encontraran un ambiente propicio para trabajar, educarse y elevarse socialmente como jamás hubiesen podido hacerlo en sus países de origen. Hizo posible que personas formadas aquí alcanzaran reconocimiento internacional por sus cualidades profesionales, artísticas, deportivas o intelectuales. La república liberal contuvo y facilitó los cambios y las transformaciones: en su marco se llegó al sufragio universal, en su marco el país sumó a su economía agropecuaria grandes firmas industriales y comerciales, en su marco se desarrolló una distintiva clase media. Pero la república liberal fue atacada desde la derecha primero y desde la izquierda después, en algunos casos con argumentos atendibles y críticas justificadas. El problema fue que esa derecha y esa izquierda estuvieron dominadas por ideologías mesiánicas convencidas de que encarnan toda la verdad, y que por lo tanto rechazan toda noción de diálogo y debate en una sociedad abierta como lo es por definición la república liberal. Por eso se las llama ideologías totalitarias, porque, como dueñas absolutas de la verdad, aspiran a controlarlo todo. En términos actuales, porque van por todo. El ataque que se avecina contra la república liberal, contra lo que queda de ella, es temible por varias razones: porque la inercia de la vieja república liberal ya no tiene fuerza como para resistir, porque quienes están llamados a defenderla parecen confundidos y desorientados por la propaganda de los totalitarios, y porque quienes lanzan el ataque conforman una inestable pero peligrosa coalición de mafiosos consagrados al saqueo e ideólogos acicateados por el resentimiento y la venganza. La sociedad argentina debe saber que si no reacciona a tiempo y con la energía suficiente para sacudirse esta amenaza de encima, su futuro, el de sus hijos y el de sus nietos estarán más gravemente comprometidos que lo que ya lo están.

S.G.

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