En el espejo sueco

La crisis del virus corona puso en evidencia que la Argentina carece de liderazgos competentes públicos y privados

L
a clase dirigente argentina, especialmente el Estado en sus tres poderes pero también la comunidad académica, los líderes corporativos y sindicales y la prensa, tuvo la inmensa fortuna de poder hacer frente a la crisis provocada por el virus corona con el diario del lunes en la mano. Gozó de tres largos meses de ventaja para ver lo que ocurría en Europa, para leer lo que se averiguaba y se escribía sobre el virus en el mundo, para estudiar y comparar las estrategias adoptadas por otros países. Tuvo la oportunidad de diseñar de ese modo un camino propio, tan atento a las necesidades sanitarias como a las urgencias de un país azotado por intolerables niveles de pobreza y años de recesión. Pudo atender el aviso de esta columna, que hace más de un año advirtió que la cuarentena era un lujo que una Argentina empobrecida no podía darse. Pudo haber prestado atención, especialmente, a lo que estaba haciendo Suecia, cuya estrategia ofrecía una alternativa muy apta para las apremiantes circunstancias del país.

La dirigencia argentina, toda la dirigencia, no sólo el gobierno, pudo en suma haber reaccionado inteligentemente, de manera creativa, incluso apostando especulativamente contra el ciclo. Pero no lo hizo. Temerosa, confundida, atrapada en sus laberintos ideológicos, en su cortedad de miras, en su mezquindad, en su incompetencia, pero también convenientemente untada, se acopló a las recomendaciones de los laboratorios y de los organismos internacionales manejados por los laboratorios, y hoy tenemos la economía hecha trizas, la pobreza superando el 50% de la población, y una tasa de mortalidad por el virus que se ubica entre las más altas del mundo. Y para completar el cuadro del fracaso más escandaloso que haya conocido el país en materia de gestión, carecemos no sólo de vacunas sino también de una evaluación propia sobre la calidad de esas vacunas, algo impensable en la Argentina anterior a 1983.

Me referí a Suecia, cuya experiencia los medios argentinos no mencionan y los medios internacionales fustigan con un fervor sospechosamente unánime. Bajo la conducción de su epidemiólogo jefe Anders Tegnell, un hombre que resistió abrumadoras presiones internacionales e internas con la convicción del que sabe lo que está haciendo, Suecia no impuso cuarentena alguna, ni detuvo su economía, ni bloqueó la circulación, ni suspendió las clases. Apostó a lo que suele describirse como “inmunidad de rebaño”. El gobierno se limitó a difundir recomendaciones sobre uso de tapabocas y distanciamiento, puso límites a las reuniones sociales masivas, y dispuso el cierre temprano de bares y restaurantes, más que nada para regular la dinámica de los contagios, no para impedirlos. Aparte de eso, todo siguió funcionando normalmente.

La estrategia sueca fue  hostilizada por el establishment académico internacional, incluida la revista especializada The Lancet, a la que nuestros expertos y comunicadores suelen referirse con respetuosa reverencia. Una simple búsqueda en Google sobre la política sanitaria conducida por Tegnell sólo recoge comentarios negativos, de la prensa y la academia. Pero nadie explica por qué Suecia exhibe tasas de mortalidad inferiores a las del promedio de Europa, que adoptó políticas restrictivas mucho más drásticas y extendidas.

Al promediar la última semana de mayo, la Argentina con prolongados cierres y cuarentenas, declaraba 80.387 contagiados y 1.873 muertos por millón de habitantes, Suecia, con restricciones mínimas, 105.205 contagiados y 1.419 muertos por millón de habitantes. Corresponde señalar que las cifras suecas, aun mejores que el promedio europeo, quedan rezagadas respecto de sus vecinos Noruega (22.862 casos y 143 muertos por millón de habitantes), Finlandia (16.700 casos y 171 muertos) y Dinamarca (48.252 casos y 433 muertos).1

Nadie piense en alguna imaginaria excepcionalidad sueca: ellos mismos reconocen haber sido bastante descuidados en el acatamiento a las recomendaciones. Ni en una intensa campaña de vacunación: apenas un 10% de la población sueca ha sido inoculada contra el virus.

La Argentina y Suecia son vecinos en la escala mundial de países ordenados por su PBI, en los puestos 21 y 22 respectivamente. Esto quiere decir que producen más o menos la misma riqueza por año. Pero Suecia tiene un territorio infinitamente más pequeño (450.000 km2 frente a nuestros 2.780.000 km2), un clima extremadamente riguroso, y menos de la cuarta parte de la población argentina. Según cifras de 2017, su PBI per cápita es de 54.000 dólares al año frente a 14.500 de la Argentina, y aún así su clase dirigente consideró que no podía darse el lujo de una cuarentena. -S.G.

Notas relacionadasEl lujo de la cuarentena
  1. Párrafo actualizado al 31-5-2021. Agrega la pertinente comparación con los países vecinos. []

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4 opiniones en “En el espejo sueco”

  1. Muy claro. Es cierto lo que dice sobre el zurdo-peronismo. El peronismo ya no se sabe bien que es. Una especie de sentimiento multifacético? El zurdismo si sabemos lo que es: una máquina de delirar y destruir. Somos un país con una lamentable clase dirigente tanto pública como privada, en términos generales. Suben al gobierno para robar en concubinato con las grandes empresas privadas. Así nomás! Punto! No hay espíritu patriótico, no hay sentido nacional ni de destino común. Los políticos son corruptos e ineptos en general. Lamentablemente son el reflejo del pueblo. En noventa años pudo haberse revertido el proceso de decadencia, pero se fue agudizando. Hemos convertido a nuestro país en una nación fallida.

  2. Quirúrgico análisis, sobre todo en el año del comienzo de esta horrible decadencia: 1983. Perfecta la definición de los motivos que impulsaron el criminal fracaso de la “política sanitaria”. Estamos bien, ya que pronto estaremos aún peor. La bazofia zurdoperonista es implacable.

    1. Soy peronista, no sé si zurdoperonista. Pero la ineptitud, la mediocridad y la desesperación por dólares y votos, no van con el concepto de peronismo que cuidó, repito, cuidó a los que hoy sumerge en la pobreza. Naturalmente, sí que existe degradación. Ahora que con insultos perdemos todos.

      abel posadas

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