SANTIAGO (Reuter)– El papa Juan Pablo II, que hoy culminó una visita de seis días a Chile, dejó un mensaje de reconciliación y de paz a un país que demostró estar atrapado entre dos extremismos aparentemente irreconciliables.
En qué medida ese mensaje pueda ser escuchado es un interrogante que queda abierto luego de la infatigable prédica papal, que cubrió ocho ciudades en seis días a todo lo largo del territorio chileno.
“Es imprescindible una atmósfera de diálogo y de concordia”, dijo el Papa en una misa de reconciliación celebrada en un parque público de esta capital, e instó al rechazo de “toda forma de violencia –viniere de donde viniere– que precipita a los pueblos en el caos”.
Pero mientras hablaba ante más de medio millón de personas, unos centenares de jóvenes que se identificaban con estandartes de grupos de extrema izquierda libraban una batalla campal con las fuerzas de seguridad a la vista del Pontífice.
“El amor es más fuerte, el amor es más fuerte”, proclamaba el Papa con énfasis mientras el humo de las hogueras encendidas por los revoltosos y los gases disparados por la policía empañaban la ceremonia, en el parque O’Higgins.
Más de un centenar de heridos, tres de ellos de bala, fue el saldo de los enfrentamientos.
El arzobispo de Concepción, José Santos Ascarza, proporcionó ayer a Juan Pablo un sombrío diagnóstico sobre las tensiones subyacentes en la sociedad chilena, cuando denunció la vigencia de una “cultura de la muerte” en el país.
“Nuestra mayor angustia es ver que la cultura de la muerte empieza a imponerse cada día más en nuestra patria, sea por un terrotismo de oposición o por un terrorismo de estado, por crímenes horrendos cuyos autores no logran ser descubiertos por la justicia”, dijo Ascarza.
El mensaje papal fue cuidadosamente equilibrado para que sus definiciones alcanzaran por igual a los divididos estratos de la sociedad chilena.
“Ruego a los que usan la violencia y el terrorismo que desistan de esos métodos inhumanos que cuestan tantas víctimas inocentes”, dijo el Pontífice en Punta Arenas.
Pero al mismo tiempo formuló una encendida defensa de los derechos humanos, y denunció en especial la práctica de las torturas morales o físicas, “infamantes en sí mismas y que degradan la civilización humana”.
Reconoció ante los trabajadores sus preocupaciones, “muchas de ellas relacionadas con problemas de injusticia social”, como el desempleo, las bajas remuneraciones, y la falta de libertad sindical.
Simultáneamente previno contra la “tentación anticristiana de los violentos, que desesperan del diálogo y la reconciliación, y que sustituyen las soluciones políticas por el poder de las armas o de la opresión ideológica”.
En un país aquejado por un elevado desempleo, que en algunos suburbios llega al 75 por ciento, y un pronunciado deterioro del nivel de vida, el Papa dirigió un urgente llamado a los dirigentes de la economía para que resuelvan las situacionjes de extrema pobreza, las penurias de los campesinos, y el desempleo, que describió como un “desorden moral”.
Pero también recordó a los trabajadores que “a los derechos corresponden también unos deberes que cumplir”.
La visita papal no sólo fue ocasión para la prédica del Pontífice, sino que abrió un espacio a la expresión popular virtualmente desconocido en el Chile gobernado por los militares. Por primera vez en muchos años, trabajadores y estudiantes, indígenas y campesionos pudieron junto al Papa formular sus reclamos y verlos reflejados en los medios masivos de comunicación.
Por primera vez desde el golpe de estado de 1973 se escucharon en la televisión términos como dictadura, tortura, atropellos a los derechos humanos, injusticia social, anteriormente confinados sólo a la prensa opositora.
Pero la pregunta que el Papa dejó flotando en el ambiente cuando su avión despegó desde Antofagasta, en el extremo norte del país, es cómo reaccionará Chile luego de su visita.
Al despedir al Pontífice, el presidente de la Conferencia Episcopal chilena, Bernardino Piñera, le dijo:
“Si alguna de sus muchas palabras habrá de quedar resonando más que otras a lo largo de Chile, será aquélla con la cual culminó nuestra Eucaristía del parque O’Higgins: el amor puede más”.
Los incidentes de Santiago sirvieron sin embargo como piedra de toque para que el gobierno militar y la extrema izquierda reanudaran sus enfrentamientos, recriminándose mutuamente por los episodios.
Entre unos y otros queda una ancha franja de la población chilena, representada en parte por los millares de personas que durante casi una semana salieron a las calles para escuchar el mensaje papal de reconciliación, incluso como en Santiago, cuando permanecieron estoicamente atentos en medio de los incidentes.
“Es indudable que la iglesia católica se ha convertido en un punto de referencia para la sociedad chilena”, comentó a Reuters una alta fuente eclesiástica.
Desde el comienzo mismo del gobierno del general Augusto Pinochet, la Iglesia denunció enérgicamente las violaciones de los derechos humanos atribuídas a las fuerzas de seguridad, y promovió una defensa activa de los afectados a través de la Vicaría de la Solidaridad, creada especialmente para ese fin. 1
–Santiago González
- Originalmente distribuida por la agencia Reuters. [↩]