Jack Tramiel (1928-2012)

Jack Tramiel fue el hombre que hizo posible algo que hoy damos por descontado: la presencia de una computadora en el hogar. Y lo hizo con una pequeña máquina que no tenía ni el uno por ciento de capacidad de procesamiento que hoy tiene un teléfono celular: la Commodore 64, entrañablemente ligada a los afectos y las vocaciones de millones de personas en todo el mundo.

Muchos lo describen ahora como la contrafigura de Steve Jobs, el legendario fundador de Apple. Mientras Jobs estaba obsesionado con el diseño y la elegancia de los artefactos producidos por su empresa, Tramiel estaba obsesionado con el precio: “Computadoras para las masas, no para las clases”, decía. Lo que Henry Ford hizo con los autos, Tramiel lo hizo con las computadoras.

Este polaco sobreviviente de Auschwitz empezó fabricando relojes y calculadoras. Molesto por los incumplimientos de sus proveedores, adquirió MOS Technologies, una empresa que producía procesadores. Allí conoció a Chuck Peddle, que acababa de diseñar el 6502, un procesador sencillo y eficaz. Peddle lo convenció de que el futuro estaba en las computadoras.

Quienes conocieron a Tramiel lo recuerdan como un hombre duro y enérgico, exigente con sus colaboradores tanto como lo era con sí mismo. No era un técnico, ni tenía participación en el diseño informático de las máquinas que producía. Pero tenía intuición para avizorar lo que iba a requerir el público, y decisión para estar allí presente con su oferta en el momento oportuno.

A pesar de ser uno de los pioneros de la computadora personal, Tramiel nunca se atribuyó méritos de visionario ni de profeta de la era informática que estaba ayudando a nacer. “¿Qué era para usted entonces la computadora hogareña?”, le preguntaron en una entrevista. “Un producto que podía vender”, fue su respuesta.

A su visión comercial y a la habilidad de Peddle se debe la PET, una de las tres primeras computadoras personales en buscar la venta masiva, junto a la Apple II y la TSR-80, todas en 1977. Vendió muchas, pero no tantas como sus competidores. La PET era demasiado “seria”, y Tramiel advirtió que una computadora hogareña debía ofrecer otras cosas para ser atractiva.

Así apareció la VIC-20, con sonido, color, y 16K de memoria, cuatro veces más que la PET. La máquina obtuvo una excelente respuesta del público, y abrió el camino hacia la Commodore 64, con increíbles 64K de memoria, el mismo procesador 6502, de ocho bits, un chip de sonido (SID) con tres voces, y otro de gráficos (VIC) con 16 colores.

A esas cualidades técnicas agregaba un detalle irresistible: costaba 595 dólares, una fracción del precio de sus competidores, incluso de la Apple II, que usaba el mismo procesador 6502. “Si uno fija un precio demasiado alto –decía Tramiel–, está invitando a la competencia; si fija un precio decente, la competencia no intentará conquistarle”.

La Commodore 64 tenía el sistema operativo y una versión limitada del BASIC de Microsoft grabados en ROM. Esa austeridad constituyó un estímulo intelectual y un desafío para decenas de miles de programadores, que extendieron las capacidades de la máquina hasta límites insospechados, como soportar un interfaz gráfico, enviar faxes, mostrar animaciones, etc. etc.

La computadora hogareña no era entonces un sistema cerrado como ocurre ahora. Era una máquina programable: los usuarios podían crear sus propios juegos y aplicaciones, introducir los listados publicados en innumerables revistas, o modificar los productos comerciales. Muchos se familiarizaron así con mapas de memoria, lenguajes de alto y bajo nivel, y otros arcanos.

Al igual que Jobs, Tramiel tuvo que abandonar la empresa que había creado (Commodore Business Machines) por esos avatares de la vida corporativa. Entonces compró Atari, desde donde emprendió la producción de una nueva generación de computadoras, con procesadores de 16 bits, más veloces, con mejores gráficos y mejor sonido.

Así surgió la Atari ST, que iba a competir directamente con la flamante Amiga, de Commodore, que apuntaba en la misma dirección. Hubo allí un extraño cruce en el árbol genealógico de las computadoras. La Atari ST estaba emparentada tecnológicamente con la Commodore 64, mientras que la Amiga parecía la evolución natural de los modelos Atari de 8 bits.

Tramiel consideraba que los negocios son como la guerra, y que el empresario debía pensar en el triunfo. “En los negocios –decía– uno debe ser su propio competidor. No dejar a otro ese papel: uno debe competir consigo mismo. Cuando tiene un producto exitoso, debe pensar de inmediato en el siguiente, cómo hacerlo mejor. Y esto, en cierta medida, marcó el éxito de Commodore”.

La Commodore 64 sigue siendo la computadora hogareña más vendida de la historia. Se estima que desde su lanzamiento en agosto de 1982 hasta las últimas unidades producidas en 1994 se vendieron unos 17 millones. Lo que significa que casi cien millones de personas hicieron su ingreso a la era digital por la pantalla celeste de esa maquinita.

Y suman centenares de miles los testimonios de adultos que en todo el mundo hoy remiten el origen de sus vocaciones en el terreno de la informática, pero también en el de la música, el diseño, la animación, e incluso la ciencia, a la llegada providencial de la Commodore al hogar de su infancia.

–Santiago González

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