Hacienda baguala

sequia
Hasta la hacienda baguala / cae al jagüel con la seca. Se denomina baguales a los potros y caballos salvajes que habitan en la Patagonia, por extensión a todo animal indócil. Se llama jagüel al pozo ancho y poco profundo que se hace en los terrenos bajos para recoger las aguas, de modo que allí el ganado pueda saciar su sed.

Fue la garganta seca la que esta semana impulsó al matrimonio presidencial a buscar agua fresca entre los productores agropecuarios. Fue la necesidad la que estimuló un gesto que se quiere mostrar como virtud negociadora y dialoguista. Estamos en un año electoral, y la sed de votos apremia. Las encuestas acusan la sequía con ominosa precisión meteorológica.

Recreando el clásico juego del policía bueno y el policía malo, esta vez no fue Néstor el que por teléfono descalabró un encuentro entre gobierno y campo, y desautorizó a sus propios negociadores, sino Cristina, que intervino personalmente para hacerlo prosperar, y sostener a sus representantes. El resultado distiende, pero es tardío y, por ahora, magro.

Un año atrás, el gobierno nacional definió al campo como un enemigo al que había que poner de rodillas. Repitámoslo, porque es difícil de creer. El gobierno de un país define como su enemigo político al sector productivo más activo, más rentable, más modernizado tecnológicamente, más competitivo en los mercados internacionales, y más contribuyente a las arcas fiscales.

El motivo último de esa guerra inventada era el mismo que el de la tregua que ahora se anuncia: las elecciones de octubre. Para la elemental estrategia política que se concibe en Olivos, la idea parecía buena: engrosar con mayores retenciones la caja para la compra de votos, y obtener una sencilla y redituable victoria ideológica contra la “oligarquía”.

Pero a pesar de los esfuerzos oratorios del matrimonio, y del respaldo “conceptual” de los intelectuales progresistas congregados en el evanescido grupo Carta Abierta, la cosa no fue tan fácil como ordenar a Bendini que descolgara el retrato de Videla. El campo no era un ejército desarmado y humillado, sino un sector productivo exitoso y orgulloso de serlo.

Los resultados de esa estrategia fueron catastróficos para los cálculos políticos de la pareja presidencia, e hirieron de muerte sus ambiciones. Perdieron el respaldo de los pueblos y ciudades del interior, que junto al conurbano bonaerense habían sido críticos en la victoria electoral del 2007, y enardecieron la oposición en las grandes ciudades.

Sufrieron una enorme derrota en el Senado, provocaron una irregular situación de discordia entre presidente y vicepresidente, y pusieron en marcha una debilitante sangría de figuras políticas y representantes legislativos, que con el olfato aguzado para la anticipar la derrota abandonan las filas oficialistas en busca de colores más promisorios.

Pero también el enfrentamiento con el campo fue catastrófico para la economía del país, que perdió centenares de millones de dólares entre paros, exportaciones bloqueadas, y pertinaz negativa del gobierno a resolver situaciones críticas como las de la producción lechera. El broche de oro para estos desatinos fue la crisis internacional, y la caída consiguiente de los precios.

El gobierno se encuentra ahora con necesidades de caja más graves que las del año pasado –la crisis internacional ha generado una recesión que achica los ingresos fiscales– y un horizonte político árido. La sed oprime la garganta, agita la respiración, en el peor de los casos nubla la vista.

El tendido de puentes hacia el campo nace de un cálculo político similar al que el año pasado lo inclinó a romperlos. El estratega de Olivos sabe que sólo el campo puede aportar plata fresca a las voraces arcas oficiales, y espera que con algunas medidas, que por ahora son solo menores y más bien tibias, el agro vuelva a invertir y a producir con la intensidad anterior.

También espera quitarle banderas a sus opositores –entiéndase, sus opositores dentro del peronismo, que son los únicos que verdaderamente le preocupan–, casi todos hombres del interior que, apremiados por sus bases airadas por un lado y seguros de la debacle oficialista por el otro, no tuvieron dudas en cuanto al camino a seguir.

Para la salud general del país, el primer encuentro de este tipo que no termina en ruptura merece ser destacado. Sean cuales fueren las razones del gobierno, todo lo que contribuya a distender los ánimos y serenar el horizonte ha de ser bienvenido. En un par de semanas, o menos, sabremos si se trata de un cambio de rumbo o una jugarreta.

Más allá de las expresiones de los dirigentes rurales, queda por verse cuál es la actitud de los productores, de las “bases” como suele decirse. Las primeras reacciones subrayan la profunda desconfianza existente en el campo, y la urgente necesidad de ver en el gobierno decisiones más profundas y concretas, que les permitan saber cómo encarar la próxima campaña luego de un año perdido.

La mesa de enlace mostró prudencia y razonabilidad al exhibir una actitud positiva y expectante luego de la reunión. El peor escenario para todos es que los productores, urgidos por la bronca y por la necesidad perentoria de tomar decisiones respecto de sus explotaciones, no se sientan representados debidamente por los cuatro hombres que han conducido las relaciones con la Casa Rosada.

El hecho de que la conferencia de prensa posterior al encuentro haya estado a cargo del ministro político y no de la ministra de la producción muestra dónde está puesto el acento para el gobierno. El hecho de que Florencio Randazzo diera súbitamente por terminada esa reunión y prácticamente arrastrara a Débora Giorgi fuera del recinto, no augura nada bueno.

–Santiago González

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