Guerra fría y nacionalismo

El Senado de los EE.UU. aprueba un paquete multimillonario para competir tecnológica, militar y comercialmente con China

S
eis meses atrás, Demócratas y Republicanos se enfrentaban sin tregua ni clemencia en el Capitolio y sus alrededores; esta semana brindaron su apoyo compartido a lo que el New York Times describió como “la legislación sobre política industrial más expansiva de la historia de los Estados Unidos”, orientada a fortalecer al sector manufacturero local frente a la competencia comercial y militar china. La iniciativa fue aprobada en el Senado por 68 votos a favor y 32 en contra, y debe ser examinada ahora por la Cámara de Repesentantes.

El entendimiento bipartidario, alcanzado luego de semanas de discusiones en por lo menos seis comisiones legislativas, ofrece para el observador externo lo que luce como el envidiable ejemplo de una dirigencia política que privilegia lo que suele llamarse “políticas de estado”, esas que tienen que ver con el destino estratégico de una nación, por encima de las especulaciones partidarias. Los analistas estadounidenses, sin embargo, están divididos en su interpretación de esta iniciativa.

Para unos, representa una vuelta atrás, hacia la mentalidad de Guerra Fría que dominó las relaciones entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, la superpotencia rival hasta su implosión a fines de la década de 1980. Para otros, por el contrario, supone abandonar las políticas neoliberales abrazadas desde la era de Reagan para orientar el país en la dirección marcadamente nacionalista anticipada por el gobierno de Donald Trump.

El proyecto, cuyo costo total ronda los 250.000 millones de dólares, contempla entre otras cosas cuantiosas asignaciones para apoyar la industria local de semiconductores, para el Fondo Nacional de las Ciencias y para desarrollar nuevas líneas de proveedores de insumos decisivos, tales como las tierras raras, actualmente provistas casi exclusivamente por China. Sus promotores afirman que de otro modo, los Estados Unidos podrían afrontar severas desventajas estratégicas en los próximos años.

Desde hace meses, el jefe de la bancada demócrata Chuck Schumer y el senador republicano Todd Young venían trabajando en el proyecto, que nació con el nombre de ley de frontera infinita, creció hasta reunir unas 2.400 páginas, y fue finalmente aprobado como ley de innovación y competitividad, acompañado en todo momento por una intensa retórica antichina.

“Hoy nuestro liderazgo se ve desafiado por un régimen capitalista estatal en Beiyín que amenaza con imponerse en el siglo venidero mediante el dominio de las tecnologías críticas destinadas a configurarlo”, escribió Young en mayo. Schumer extendió la idea en su presentación ante el Senado: “¿Queremos que esa imagen sea una imagen democrática? ¿O queremos que sea una imagen autoritaria como la que el presidente Xi querría imponer al mundo? Podemos ceder el bastón del liderazgo mundial a nuestros adversarios o podemos allanar el camino hacia otra generación de liderazgo norteamericano”, dijo

La respuesta de Beiyín llegó enseguida. “El contenido del proyecto relacionado con China distorsiona los hechos y calumnia el rumbo de desarrollo chino y sus políticas internas y externas”, advirtió el canciller Wang Wenbin. “Abunda en ideas de Guerra Fría y de suma cero” y refleja la “ilusión paranoica de pretender ser el único ganador”, agregó Wang. “Objetamos firmemente la visión estadounidense de China como su enemigo imaginario”.

Esta clase de intercambios, que coronan una multitud de reyertas y fricciones de distinto calibre que se remontan a la era de Trump, son los que inclinan a algunos analistas a ver un renacimiento de la mentalidad de Guerra Fría, una vuelta atrás a un sistema de fuerte inyección de fondos estatales en la economía privada (y de intenso capitalismo de amigos) con el argumento de la defensa nacional y de la protección del espacio democrático y republicano en el mundo.

Algunos apartados del proyecto rubrican esa interpretación, como el referido a la “competencia estratégica”, que asigna 1.500 millones de dólares a lo largo de cinco años a un fondo destinado a “contrarrestar la maligna influencia (sic) del Partido Comunista Chino en el mundo”, reclama el cese de los abusos chinos de los derechos humanos, incluido el genocidio de los uigures, e impide a los funcionarios estadounidenses (no a los atletas) concurrir a las Olimpíadas de Invierno 2022 en Beiyín.

Y como para completar el menú sólo faltaba la carrera espacial, la senadora María Cantwell hizo notar que la ley aprobada contribuiría a financiar la misión Artemisa, una nueva excursión de la NASA a la Luna. “Como China dejó en claro que se propone ir a Marte, nosotros vamos a volver a la Luna a fin de prepararnos para llegar a Marte”, declaró.

Para otros analistas, como Damon Linker, columnista de la revista The Week, la aprobación bipartidaria del proyecto parece brindar “la prueba más firme hasta el momento de que la era neoliberal en la política estadounidense está muerta y sepultada”. Linker dice que desde los años de Reagan demócratas y republicanos compartían la creencia de que el libre comercio no sólo facilitaría el crecimiento económico de todos, sino que también iba a ayudar a plantar las semillas del liberalismo político incluso donde más se lo había resistido.

En realidad, como oportunamente advirtió Trump, no se consiguió ni una cosa ni la otra: los Estados Unidos perdieron empleos y fábricas y liderazgo a manos de los chinos, y los chinos no mostraron el menor interés por las delicias de la democracia republicana. “Ahora estamos firmemente a favor de privilegiar a los Estados Unidos y a la investigación y la manufactura norteamericana”, dice Linker. “Esto representa un cambio enorme respecto de lo que se pensaba dos décadas atrás, y es la señal más importante hasta ahora de que el momento neoliberal en la política estadounidense ha quedado atrás, y que se avecina una nueva era más nacionalista.” -S.G.

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2 opiniones en “Guerra fría y nacionalismo”

  1. El tema es que, a pesar de las diferencias en políticas internas de los dos grandes partidos, el America first nunca dejo de existir. La gran mayoría de los norteamericanos somos norteamericanos primero y demócratas o republicanos después. En Argentina, sos europeo primero (italiano, español, etc.), peronista o antiperonista segundo, y por último argentino. Como dijo un gaucho sabio “si entre ellos pelean los devoran los de afuera”

  2. Deberíamos enviar a nuestros desastrosos políticos a EEUU para intentar civilizarlos aunque sea un poco. También no le vendría mal el viaje a algunos talibanes pseudoliberales, de esos que creen que la solución a nuestros problemas consiste en importar hasta las mollejas, como ocurrió durante la horrible convertibilidad. No es casualidad que el liderazgo mundial sea de EEUU. Por suerte.

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