Acuerdo entre privados

El esquema de AstraZeneca para producir su vacuna en la Argentina y México saca a relucir particularidades del capitalismo local

Ginés González García y Hugo Sigman conversan en un hotel de Madrid mientras se escribía esta nota.

E
l 10 de julio de 2020, el presidente Alberto Fernández recibió al gerente local de Pfizer, Nicolás Vaquer, y juntos anunciaron que la Argentina había sido uno de los países elegidos para conducir la fase final de ensayos de su vacuna contra el SARS-CoV-2. Por ese entonces, había una decena de firmas en el mundo experimentando con vacunas similares. “De esos laboratorios, hay tres o cuatro que están interesados en hacer estas pruebas clínicas en el país”, dijo ese mismo día el ex ministro de salud Ginés González García. “En todos los casos, nosotros les pedimos dos cosas: que tengamos provisión para la Argentina, con prioridad y con magnitud, es decir que no haya vacunas para unos pocos. Y la segunda cosa que pedimos es que haya transferencia de tecnología. Es decir, que haya producción local”.

Las condiciones expuestas por el ministro parecieron en el momento una política de estado, sin un destinatario en particular. Se trataba de una impresión equivocada. Como se vería después, el laboratorio respondió satisfactoriamente al primer pedido, con una oferta de 13,2 millones de dosis, plazos de entrega bastante acelerados y cotización al costo, pero no se allanó al segundo, y rechazó la idea de confiar algún tramo de la producción de la vacuna a la industria local. De todos modos, los ensayos clínicos se realizaron como había sido acordado, en el Hospital Militar, e involucraron a unos 5.000 voluntarios.

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El Instituto Jenner de la Universidad de Oxford era uno de los que trabajaba en el desarrollo de una vacuna. Pensó inicialmente en donar los derechos a quien quisiera usarlos, pero Bill Gates presionó para que se asociara a uno de los grandes laboratorios, y el gobierno británico lo orientó hacia la compañía anglosueca AstraZeneca. La universidad planteó sus condiciones: ofrecer la vacuna al costo y ponerla a disposición de todos los países sin restricciones durante un período inicial que expira en julio de 2021, pasado el cual se determinará un precio de mercado. Para cumplir esas condiciones el laboratorio buscó apoyos financieros y manufactureros en diversos lugares del mundo. En Brasil se asoció con la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), que le ofreció las dos cosas. Para el resto de Iberoamérica consiguió el apoyo monetario del magnate mexicano Carlos Slim, y la capacidad tecnológica del laboratorio mAbxience, propiedad del empresario argentino Hugo Sigman, al que encargó la producción a granel de la vacuna, para ser fraccionada posteriormente en el laboratorio mexicano Liomont.

Los contactos se iniciaron a mediados de mayo. Esto quiere decir que cuando el presidente Fernandez recibió en julio a la delegación de Pfizer y cuando González García expuso sus requisitos, o “pedidos”, para entablar relaciones con los laboratorios en condiciones de ofrecer vacunas, el gobierno había tenido tiempo y oportunidades de sobra para enterarse de las conversaciones entre AstraZeneca, Slim y Sigman. En cantidad prometida y precio, la oferta era similar a la de Pfizer, pero sólo en el plan de AstraZeneca había lugar para la transferencia de tecnología y la producción local. El plan acercado por Sigman aseguraba la provisión de vacunas en cantidad y permitía además hacer bandera con el desarrollo de la industria nacional. La propuesta de Pfizer fue cuidadosamente alojada en un congelador tan riguroso como el que exigen sus vacunas.

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A fines de junio, durante un diálogo con el brasileño Lula da Silva organizado por la Universidad de Buenos Aires, el presidente Fernández, impaciente por soltar la buena nueva pero imposibilitado de hacerlo, dedicó a su par mexicano, sin que viniera mucho al caso, esta estrofa seguramente inspirada, por sus dificultades rítmicas, en la estética de Armando Manzanero: “A duras penas somos dos los que queremos cambiar el mundo. Uno está en México, Andrés Manuel López Obrador.”

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En agosto de 2020 se hizo público el acuerdo entre AstraZeneca, Slim, Sigman y Liomont. “Ningún gobierno jugó ningún papel, ésta fue una negociación entre privados”, se apresuró a aclarar Sigman tras el anuncio. Los representantes de AstraZeneca le hicieron conocer al gobierno argentino el entendimiento alcanzado y el presidente expresó su satisfacción por la participación decisiva de un laboratorio local en el proyecto. “Es un gran alivio para el futuro, pero no es una solución para el presente”, advirtió, con la prudencia esperable en un jefe de estado. “Seguimos trabajando con otros proveedores para ver, primero cuál es la más efectiva, y segundo cuándo podemos contar con ella.” Sin embargo, los contactos con Pfizer no se reanudaron, y hacia fin de año el laboratorio tuvo que enviar una carta a las autoridades sanitarias para recordarles la oferta pendiente. La cautela presidencial se había quedado en las palabras: a nadie en el gobierno se le ocurría pensar que por ahí, tal vez, quién sabe, por las dudas, les convenía aceptar los dos ofrecimientos. Creían tener la vacuna atada.

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La xenofobia mexicana se sintió en la obligación de disimular ante su propio público el hecho de que el componente activo de la vacuna de Oxford iba a producirse en la Argentina mientras que a México le quedaba reservada la tarea del fraccionamiento y envasado, el fill and finish como dicen en el gremio, menos glamorosa tal vez pero para nada desestimable. La gerente mexicana de AstraZeneca, Sylvia Varela, dijo al hacer el anuncio desde el atril de AMLO: “Nos sentimos muy honrados de tener una vacuna que va a ser producida en México, hecha en México, por México, para México, por mexicanos, para los mexicanos…” Por si no había quedado claro, agradeció de inmediato al representante de la Fundación Slim, que pareció encarnar en la ocasión el espíritu azteca. El diario económico El financiero mezcló todo como en el juego de las tres nueces cuando escribió que la vacuna “se encuentra en proceso de desarrollo por la farmacéutica AstraZeneca, junto con la Universidad de Oxford y la Fundación Carlos Slim”. Agregó que el específico sería producido en México por Liomont y en la Argentina por mAbxience, pero con ayuda mexicana. “La Fundación Slim iniciaría el proceso de transferencia tecnológica para que la Argentina comience con la producción de la vacuna”. Alguien debería avisarle al presidente Fernández que en México hay más de uno que quiere cambiar el mundo, o por lo menos cambiar el sentido de lo que pasa en el mundo.

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Las grandes fortunas nacidas al abrigo del PRI (como en la Argentina al abrigo de los diversos peronismos) se han alimentado bien de la cercanía con el poder, bien de los despojos de las crisis creadas por ese mismo poder. Slim supo aprovechar las dos cosas, y su fortuna pasó de 1.500 millones de dólares en 1985 a unos 70.000 millones hoy. Es difícil separar ese crecimiento vertiginoso del vínculo entre Slim y Carlos Salinas de Gortari, aún desestimando los alegatos de que el ex presidente practicamente le regaló el monopolio estatal de las comunicaciones Telmex, o que la fortuna del magnate creció en la década de 1990 tanto como lo que se supone retiraron del erario público (incluida la famosa “partida secreta”) Carlos Salinas y su hermano Raúl, el legendario Mr. TenPerCent. Se equivocaría sin embargo el que quiera ver en Carlos Slim un simple prestanombres o un empresario prebendario. Quienes lo han tratado lo describen como astuto para la negociación, perspicaz en sus relaciones personales, e inteligente para escuchar y aprender. Ha aprovechado su posición privilegiada para tomar contacto con otras personas en posiciones de poder -económico o político, pero también científico, literario y artístico-, y con frecuencia organiza comidas en su casa, de las que participan sus seis hijos, con personalidades líderes en sus respectivos campos. Entre ellos, Sigman y su familia.

El espectro de sus relaciones es amplio, aunque muestra una marcada predilección por los abanderados del globalismo, el progresismo y la izquierda, a muchos de los cuales ha sabido orientar en la dirección de sus intereses. Visitó en La Habana a Fidel Castro, quien le retribuyó apuntalando con su presencia la asunción de Salinas de Gortari en 1988 cuando el candidato izquierdista Cuauhtemoc Cárdenas impugnaba su elección, y también a los Kirchner, dos veces en Buenos Aires, probablemente para asegurarse de que mantuvieran a raya al grupo Clarín, su competidor en el terreno de las comunicaciones. Las publicaciones progresistas de México dan por seguro el apoyo publicitario de sus empresas, y las grandes causas globalistas cuentan con el auxilio de la Fundación Slim que creó en 1986, con el doble propósito de ayudar a las víctimas del terremoto del año anterior y de atraer la atención hacia su nombre. Esa fundación es la que ahora sostiene financieramente la producción de la vacuna de AstraZeneca en Hispanoamérica, en términos que se desconocen. Es probable que ese apoyo se convierta en una inversión convencional cuando la vacuna pase a ser ofrecida a precios de mercado en algún momento de este año.

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Mientras Slim ha invertido en casi todas las áreas de la economía, y su nombre no se puede asociar a una en particular, excepto, quizás, la de las comunicaciones, el de Hugo Sigman está íntimamente vinculado a la industria farmacéutica, aunque ha expandido sus intereses a otras áreas como la agricultura, la forestación, la industria editorial y el cine. Aunque su fortuna no llega al 5% de la que posee Slim, Sigman es un magnate en términos argentinos. Como Slim, construyó su grupo empresario a partir de una herencia, en su caso el laboratorio familiar de su esposa Silvia Gold, y como Slim lo consolidó influyendo y presionando sobre el poder político, y aportando para sus campañas. Desde el advenimiento del kirchnerismo ha ejercido una influencia decisiva en las políticas de salud pública, a través de los sucesivos ministros y del diputado Pablo Yedlin, autor de toda la legislación vacunatoria argentina, incluida la norma sobre contratación cuya redacción bloqueó el acceso de las vacunas prometidas por Pfizer.

Como Slim, Sigman coquetea con el progresismo, y sus productos editoriales -el sello Capital Intelectual, la edición austral de la revista Le Monde Diplomatique– son uno de los pocos aportes privados a la intelectualidad de izquierda argentina, principalmente sostenida por el Estado. En España posee la editorial Clave Intelectual, y acaba de firmar un acuerdo para quedarse con Siglo XXI, la editorial mexicana con filiales en la Argentina y España. Como Slim, frecuenta a las primeras figuras del progresismo global, desde Fidel Castro en su momento a Felipe González, con cuya familia tiene negocios en común. También como Slim, Sigman es motivo de leyendas acerca de su  injerencia en la definición de las políticas sanitarias gubernamentales y en la designación de funcionarios del área. Globalista convencido, teórico y práctico, no tiene problemas en describir Insud, su conglomerado farmacéutico, como “grupo español”. (Dato que se perdieron los periodistas mexicanos deseosos de borrar a la Argentina del mapa de la vacuna).

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La Argentina cuenta con empresas dedicadas al fill and finish, como MR Pharma, contratada para esos fines por el concesionario local de la vacuna rusa Sputnik, de modo que la inclusión de Liomont en el esquema hispanoamericano de AstraZeneca sólo se explica por la contribución financiera de Slim, o por el deseo de Sigman de no fortalecer a sus competidores argentinos, o por las dos cosas. Las autoridades sanitarias mexicanas hicieron a Liomont 185 observaciones sobre sus instalaciones y procedimientos, que el laboratorio debió subsanar antes de obtener la aprobación oficial para cumplir su parte del trato. “Tuvieron que hacer casi otra planta”, aseguró el canciller mexicano Marcelo Ebrard. Liomont carecía también de insumos básicos para emprender la tarea en la que se había embarcado, y tuvo problemas para conseguirlos en momentos de gran demanda mundial. Esto ocasionó demoras que AstraZeneca compensó parcialmente fraccionando en los Estados Unidos los primeros envíos despachados a granel desde mAbxience.

El gobierno argentino pataleó comprensiblemente, pero Sigman afrontó con caballerosidad el contratiempo: mantiene una relación de décadas con su colega mexicano Alfredo Rimoch Lewinberg, el dueño de Liomont, según admitieron ambos durante un reconocimiento conjunto que les ofreció el año pasado Hadassah Internacional, una reputada institución médica israelí. “No podría haber escogido una alianza mejor que ésta que surgió de manera imprevista”, declaró Rimoch antes de enumerar una serie de trabajos conjuntos realizados por sus empresas a lo largo de los años. “No nos buscamos entre nosotros, sino que un tercero nos encontró a los dos. Nos conocemos hace mucho y es un premio poder trabajar en esto junto a un amigo”, ratificó Sigman.

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La vacuna de Oxford había sido anunciada como “la vacuna del mundo”, por su bajo costo, su manejo sencillo y su producción descentralizada. En algún momento AstraZeneca dijo contar con 25 laboratorios de manufactura distribuidos en 15 países. Su oferta “al costo” era una estrategia comercial para asegurar mercados a largo plazo, como esos abonos o suscripciones que ofrecen descuentos durante los primeros seis meses. Pero tropiezos similares a los de Liomont, en distintos eslabones de su cadena productiva, desde el Serum Institute de la India hasta la Fiocruz de Brasil, le impidieron cumplir con los compromisos asumidos en tiempo y forma, excepto en el Reino Unido, cuyo gobierno había aportado los 100 millones de dólares iniciales para poner en marcha la operación. La Unión Europea cometió un error similar al de la Argentina: confiada en las promesas de AZ, sólo aceptó 200 millones de vacunas de Pfizer, que le había ofrecido 500 millones, y sufrió retrasos en su programa de vacunación. Más tarde la UE descubrió que AstraZeneca la había discriminado sutilmente en los contratos en beneficio de los ingleses, y le hizo juicio.

Finalmente las cosas aquí comenzaron a funcionar: Liomont logró poner en marcha su línea de producción, y los frasquitos emprendieron su viaje hacia los vacunatorios. Desde el 27 de mayo llegaron a Buenos Aires en sucesivos vuelos, desde México y los Estados Unidos, casi cinco millones de dosis. Pero la idea original de inundar la América hispana con la vacuna de Oxford y convertirla a largo plazo en una opción preferencial parecía diluirse, porque la mayoría de los países buscaron otras opciones, entre las que AstraZeneca será una más en el mejor de los casos, especialmente cuando se le fije un precio de mercado. El propio Sigman encaraba en estas semanas la producción de la vacuna china Sinopharm en otra de sus instalaciones en la Argentina, Sinergium Biotech, un moderno laboratorio especialmente diseñado para la elaboración de vacunas inaugurado en 2012 y cuya construcción fue posible gracias a un crédito en condiciones preferenciales que le concedió en la ocasión la entonces presidente Cristina Kirchner.

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Sigman, de 77 años, exhibió en estos días problemas de memoria que se remontan por lo menos a 2012, cuando prometió construir una planta de antígenos para compensar los favores gubernamentales que le permitieron erigir el laboratorio Sinergium y no lo hizo; que se repitieron en 2016, cuando Juan Gómez Centurión tuvo que avisarle que había omitido reclamar en la Aduana unos tambores de pseudoefedrina que él mismo había despachado desde Suiza. Y que salen a relucir nuevamente ahora, cuando insiste en que el esquema hispanoamericano de AstraZeneca es estrictamente un “acuerdo entre privados”. Sigman pasa por alto (“se le olvida”, para seguir con los boleros) el pago adelantado por el gobierno argentino del 60% de las vacunas comprometidas, que le llegó vía AstraZeneca; el congelamiento preventivo de la oferta de Pfizer en el Ministerio de Salud y, como dosis de refuerzo, la habilitación en el Congreso de la “negligencia” como causal de demanda en los contratos oficiales con los laboratorios, requisito indigerible para Pfizer.

Algunos argentinos están convencidos de que hay “plata de todos” en los negocios de Sigman, del mismo modo que algunos mexicanos aseguran que hay una buena porción de “plata de todos” en la fortuna de Slim. En estos países, los acuerdos entre privados suelen involucrar dineros públicos, y las grandes fortunas se explican principalmente por los vínculos entre los privados y quienes manejan los dineros públicos.

–Santiago González

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1 opinión en “Acuerdo entre privados”

  1. Nada nuevo bajo el sol. Los “privados” siempre son públicos o casi. Si uno revisa las grandes fortunas de nuestro país, se encontrará siempre con negocios, negocitos y NEGOCIADOS que involucran los dineros públicos. Nuestra horrible clase política se alimenta muy bien de estos y aquellos.

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