El silencio es salud

estaciones

El gobierno de la ciudad de Buenos Aires se ha convertido en uno de los principales contaminadores auditivos de los grandes parques porteños. Particularmente durante los fines de semana, desde unas denominadas “Estaciones Saludables” se propala a todo volumen, mediante equipos deteriorados o de mala calidad que producen toda clase de distorsiones, música fuertemente rítmica que parece haber sido compuesta para hacer juego con los altavoces que la reproducen. Aparentemente, el propósito de esa música es el de acompañar determinadas actividades calisténicas promovidas por unos muchachos que rivalizan en entusiasmo rentado con los de La Cámpora, sólo que éstos a los que me refiero usan unas pecheras amarillas con letras negras, que como todos sabemos identifican tanto al gobierno de la ciudad como al PRO, que es el partido de gobierno en la ciudad. Los ejercicios físicos, que el sitio oficial del gobierno de la ciudad describe como “gymnasia” (sic sic sic), y que los muchachos proponen a sus exiguos auditorios, tienen al parecer efectos benéficos sobre quienes los practican, y justifican en parte la denominación de esas “Estaciones Saludables”. Se trata de unas construcciones modulares, pintadas naturalmente de amarillo y negro, atendidas durante ocho horas diarias de lunes a domingo por tres o cuatro personas cuya misión consiste en tomar la presión, controlar el peso y medir el azúcar en sangre de los vecinos que se les acercan, lo que completa la parte saludable del emprendimiento. El gobierno de la ciudad instaló once de estas estaciones en otros tantos parques y plazas. Como no son muchas las personas que acuden, los agentes comunales matan su aburrimiento charlando entre sí o por vía del teléfono celular. Esto lo hacen silenciosamente y sin molestar a nadie, lo que contrasta con los animadores aeróbicos que aparecen sábados y domingos con sus equipos de sonido. Tampoco éstos consiguen atraer un público numeroso, pero insisten con sus sonoros reclamos olvidados o ignorantes de que el silencio es salud, y que con su alboroto están contradiciendo la razón de ser no sólo de esas “Estaciones Saludables” sino de los parques mismos, que entre otras cosas son refugios para apartarse por un momento del bullicio urbano y reencontrarse con los sonidos de la naturaleza. El gobierno de la ciudad haría mucho más por la salud de la población si asegurara la descontaminación auditiva de esos paseos, habitualmente alterada además por percusionistas con exceso de energía, aspirantes a actores, músicos aficionados, y predicadores políticos o religiosos de diferente laya. Pero insiste en ocupar esos espacios públicos con instalaciones destinadas a brindar servicios que nadie solicita, y que aun francamente rechaza: en algunos parques de la ciudad, hay organizaciones de vecinos en permanente alerta para impedir que el gobierno municipal los cubra de cemento con unas “estaciones aeróbicas” y otras propuestas similares patrocinadas por empresas comerciales. Macristas y kirchneristas se unieron como siempre para aprobar a fines del año pasado la norma que permite la instalación de bares en los parques. En verdad, aquí hay algo más que una cuestión de ruidos molestos. Deliberadamente o no, todas estas iniciativas tienden a acentuar la presencia del Estado y de las corporaciones en la vida privada de las personas, a convertir lo público en rentable, a reemplazar el ocio por el entretenimiento, a debilitar la autonomía de cada uno y someterla a la conducción de “animadores”, a reprimir la espontaneidad, a controlar los espacios remanentes, cada vez más escasos, de libertad.

–Santiago González

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