El plan de Carrió

El plan de Elisa Carrió se está complicando, aunque no está liquidado todavía. A estas horas, el dilema lo debía tener el PRO; en cambio, atormenta a los radicales. El plan era claro, sencillo y fácil de comprender. Para derrotar a los peronistas, la oposición debe enfrentarlos unida porque de lo contrario ellos son capaces de asegurarse la primera y segunda minoría y marchar juntos al ballotage. Cuando Carrió concibió su estrategia, la oposición parecía ordenarse en dos grandes polos: el frente UNEN, que la incluye, y el PRO. ¿Cómo unificar en un mismo campo a, hablando mal y pronto, la centroizquierda y la centroderecha? Apelando a lo que supuestamente tienen en común: la defensa de la República y el estado de derecho. ¿Cómo hacer que nadie pierda su identidad en semejante asociación, cómo evitar fracasos como el de la Alianza, que quiso unir el agua y el aceite? Sometiendo la unión al voto popular a través de las primarias: un eventual gobierno surgido de ese proceso tendría lógicamente el color del vencedor, pero sus socios se convertirían en garantes de los valores comunes. El dilema a estas alturas debía ser del PRO, porque el grupo encabezado por Mauricio Macri carece de una estructura partidaria y una extensión territorial como la que sólo pueden ofrecerle los peronistas o los radicales, y era él, desde esa debilidad, el que debía optar por apoyarse en unos o en otros; sabe que solo no podría llegar a ningún lado. Pero el diablo metió la cola, y hoy son los radicales los que se debaten entre asociarse al PRO, acompañar al kirchnerista Sergio Massa, o lanzarse solos con la centroizquierda de UNEN. Algunos radicales culpan a Carrió por las tribulaciones de su partido, y toda la centroizquierda la acusa de dinamitar el frente con su insistencia en atraer a Macri, para ellos inaceptable. En los hechos, unos y otros comparten la misma miopía sobre el estado de cosas en el país y ponen en primer plano, unos una supuesta pureza ideológica que siempre ha favorecido a sus adversarios, y otros sus intereses personales. El establishment argentino, esa madeja de intereses parásitos del Estado, eligió hace tiempo a Massa como futuro presidente y está financiando y promoviendo su candidatura, y operando para dinamitar otras opciones. Esa operación tiene su escenario más importante en la callada penumbra de pasillos y despachos, pero también ha sido ostensible y ruidosa en la gran prensa, que rutinariamente da espacio a Massa y sus laderos, y rutinariamente también agita las controversias en el frente UNEN. Bonitos, costosos afiches de los “Radicales con Massa” aparecieron en la ciudad: las otras tendencias del radicalismo no pueden darse esos lujos. En la misma medida en que el radicalismo se hunde en sus tribulaciones, y la centroizquierda recicla su pirotecnia verbal, la mano de Macri se fortalece, y ahora es él quien pone las condiciones. Inteligentemente, previó la debacle de UNEN, guardó silencio durante mucho tiempo frente a las invitaciones de Carrió, y sólo ahora comienza a hablar sobre la necesidad de unión. Pero insinuando que será en sus propios términos. El establishment comienza a mirarlo con interés. Carrió todavía espera, fundamentalmente espera el resultado del debate radical, que no parece inminente, y luego la decisión de UNEN en su conjunto, en la que ese resultado tendrá un peso indudable. La suya es una espera no exenta de angustia, la misma angustia que el 13N movió a algunos miles de personas a manifestarse en las calles, una espera casi contra toda esperanza. Esa minoría políticamente consciente sabe, como Carrió, que la situación del país es tremendamente grave, tan grave como dura será la batalla para recuperar la República. Quien esté dispuesto a darla deberá enfrentar a la dupla Massa-Daniel Scioli, y hacerse cargo luego de un país devastado económicamente, sumido en la pobreza y la ignorancia, pervertido por la corrupción y el clientelismo (social y corporativo), atravesado por el narcotráfico, y con el tejido social desgarrado hasta la invisibilidad. El plan de Carrió la mostró como una dirigente a la altura de los problemas que hay por delante; son los demás involucrados los que no dan señales de estar a la altura. Si el plan fracasa, sobre ellos caerá la responsabilidad. El costo caerá sobre los hombros de los ciudadanos, que son igualmente responsables por su indiferencia, su desaprensión, su dejar hacer.

–Santiago González

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