La década sin nombre

Cuesta encontrar un nombre para describir la década de gobierno kirchnerista. El calificativo de “infame” quedó definitivamente asociado a la de 1930, y en todo caso se quedaría corto: ¿cómo acertar en una denominación precisa para esta letal combinación de delincuentes comunes con ideólogos antisistema que han dilapidado de manera irresponsable e imperdonable los diez años económicamente más favorables que haya conocido la Argentina de un siglo a esta parte? ¿Cómo llamar a la destrucción sistemática y minuciosa de todas las instituciones de la República y de gran parte de la estructura administrativa del Estado y su pericia histórica en la gestión de los asuntos públicos? ¿Cómo llamar a la consolidación de niveles intolerables de pobreza e indigencia en medio de la mayor tasa de crecimiento económico que hayan conocido las últimas generaciones? ¿Qué nombre dar al embrutecimiento general de la sociedad, a la ignorancia creciente de la población, al empobrecimiento ridículo de los planes de estudio para que los alumnos puedan pasar de grado, a la condena de por vida que pesa sobre los centenares de miles de adolescentes que ni estudian ni trabajan? ¿Qué nombre dar a la inseguridad cada vez mayor de la vida cotidiana, inseguridad que resulta del delito sin control, pero también de una infraestructura deteriorada, insuficiente, inexistente, en transportes, caminos, desagües? ¿Qué nombre dar a una sociedad donde es absolutamente imposible que una persona normal pueda acceder con su trabajo a una vivienda propia? ¿Qué nombre dar a un sistema económico que por vía de la emisión monetaria empobrece a los que menos tienen, a los asalariados y jubilados, para beneficio de terceros? ¿Cómo describir a quienes no logran hacer funcionar con razonable eficacia operativa y financiera las empresas que han expropiado o estatizado? ¿Qué nombre dar a un gobierno que ha logrado todo esto, mientras los patrimonios de sus funcionarios se multiplican en proporciones estratosféricas, y lo mismo, o peor, ocurre con las riquezas de los allegados al poder, de los beneficiarios de subsidios arbitrarios, de las mafias que medran en ese caldo de cultivo? ¿Cómo incorporar en esa descripción a los periodistas, artistas, pensadores y profesionales que han contribuido y contribuyen a propalar el andamiaje de mentiras que oculta esa venalidad, esa impericia, esa desaprensión, ese desprecio por el otro, a la conciencia atribulada de una ciudadanía que ha perdido en gran parte la condición de tal?

El lenguaje popular dice que las cosas inconcebibles, las que exceden cualquier capacidad de asombro, “no tienen nombre”. Y realmente cuesta encontrar la palabra capaz de abarcar al mismo tiempo el cuadro descripto y la náusea que provoca. En todo caso, será tarea de futuros analistas o historiadores, que tendrán a su favor la perspectiva del tiempo. Nosotros, los que estamos inmersos en este momento histórico, tenemos por delante dos desafíos más urgentes, más imperiosos: primero, el de planificar las tareas de reconstrucción del país –reconstrucción institucional, reconstrucción económica, reconstrucción social, reconstrucción educativa–, tareas que no serán sencillas ni baratas; segundo, el de crear, consolidar y defender como si en ello nos fuera la vida, porque realmente es así, los controles y reaseguros necesarios para que nada parecido a esto que tenemos a la vista nos vuelva a ocurrir jamás.

–S.G.

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2 opiniones en “La década sin nombre”

  1. ¡Toda una pregunta! Estoy de acuerdo con su enumeración descriptiva; incluso con el orden que le dió.
    Pero denominarla ya es un desafío. Personalmente, vengo sugiriendo desde hace dos años que se trata de “otra década perdida”.
    Se está poniendo de moda denominarla “la década desperdiciada”… No está mal. Técnicamente podría denominarse la década de “la culminación del populismo cleptocrático”.
    Pero es pretencioso, engorroso, un poco ridículo. Podríamos denominarla de diversas maneras: “la década inauténtica”, por ejemplo; o la “década de la impostura”…
    Pero jamás la “década ganada”; si hasta parece que los que ganaron (la oligarquía K) entraron en crisis y pueden perderlo todo. Nos vienen humillando (a todos, sistemáticamente, aún a los que no se dan cuenta) in crescendo desde 2003, pero pueden acabar humillados. La realidad que desataron se está encargando de ello, con la ayuda de unos cuantos, por cierto. Para mí, se trata de la segunda apoteosis del populismo peronista; la primera se dió con Menem. ¿Seguiremos votando la impostura?

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