La cultura del resentimiento

Tania tiene 12 años, cursa séptimo grado en la escuela 448 de Oberá, en la provincia de Misiones, es buena alumna, cosa que sus maestros destacaron al designarla escolta de la bandera de ceremonias, y además es bonita. Bonita e inteligente, cualidades insoportables para algunas de sus compañeras. Esta semana, cuando salía de la escuela, tres de ellas la desafiaron a pelear, y una sacó una navaja con el propósito declarado de tajearle la cara. Su hermano de nueve años se interpuso y evitó que la niña quedara desfigurada; no pudo impedir un corte en la mano, ni la lluvia de golpes y puntapiés que cayeron sobre Tania hasta dejarla casi desvanecida en el suelo y enviarla al hospital. La madre de la chica contó que ya la habían amenazado con cortarle la cara “por ser linda”. Por lo menos dos de las tres agresoras son sus vecinas, y una de ellas compañera de curso.

No es la primera vez que la crónica registra episodios de esta clase, casi siempre protagonizados por niñas, y casi siempre por las mismas razones. Cualquier maestro sabe que las mujeres maduran antes que los varones, lo que quiere decir que perciben y asimilan más rápidamente que los chicos los valores de la sociedad adulta. La envidia es un pecado que viene con la especie: Caín mató a Abel por envidia. A lo largo de la historia, las sociedades han erigido sistemas de valores que repudian y sancionan conductas negativas o destructivas como la de Caín, y promueven otras consideradas positivas o constructivas. A esos sistemas de valores se les llama cultura, y educar consiste precisamente en transmitirlos.

La reiteración de hechos como el narrado permite suponer que, o bien nuestra sociedad no educa, o bien carece del sistema de valores más o menos compartido en el espacio que llamamos cultura occidental. Puede haber, sin embargo, una tercera posibilidad: que nuestra sociedad eduque, esto es transmita un sistema de valores, pero distinto, perverso, según el cual el éxito de uno constituye para el otro una afrenta que debe repararse de inmediato destruyendo la causa de la ofensa. La envidia no como fuente de energía que impulsa a la emulación y la creación sino como combustible del resentimiento que lleva a la destrucción y la venganza. El regreso a Caín.

Una letal combinación de populismo e izquierdismo fue ganando influencia sobre nuestra manera de ser desde principios del siglo XX, lentamente primero y aceleradamente a partir de los ’60, e instaló en la sociedad una verdadera cultura del resentimiento, que vuelve sospechoso cualquier éxito, y hace del fracaso un mérito. Es cierto que encontró terreno fértil, una predisposición del espíritu colectivo que culpa al exitoso del propio fracaso (cuando la única culpa del que se destaca es poner en evidencia la escasa estatura del resto). El populismo-progresismo prospera en ese ambiente porque induce a creer que todos tienen derecho a todo, que si alguien sobresale todos los demás tienen derecho a ser equiparados con él, o, en su defecto, tienen derecho a que el sobresaliente sea rebajado al nivel del resto: ingreso irrestricto, sin examen. Todo para todos. El reclamo de igualdad (en los hechos, de nivelación para abajo) se erige en imperativo ético. Para sus compañeras era insoportable que Tania fuese linda y buena alumna. No podían evitar que se aplicara en sus estudios, ni les dio la gana emularla en ese sentido. Entonces resolvieron tajearle la cara. Hacer justicia.

–Santiago González

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