La ciudad amurallada

Por Pat Buchanan *

Entre las obras que tempranamente le valieron a Henry Kissinger el aplauso académico figuraba Un mundo restaurado, su libro de la década de 1950 acerca de cómo los más grandes diplomáticos de Europa se reunieron en el Congreso de Viena para restaurar el orden en un continente descalabrado por las guerras napoleónicas. La paz basada en el equilibrio de poderes que estos hombres alcanzaron perduró -con la notable excepción de la guerra franco-prusiana de 1870-1871– durante todo un siglo, desde 1815 hasta 1914.

En un artículo publicado el viernes en el Wall Street Journal, Kissinger declaró que en este momento resulta imperativo que los líderes mundiales, incluso mientras lidian con el azote de la pandemia, comiencen a elaborar la “transición hacia el orden post-coronavirus”. Y les advirtió que “Si no lo hacen, el mundo podría incendiarse.”

Sin embargo, los ingredientes que Kissinger considera esenciales para establecer ese nuevo orden mundial parecen escasear más que los respiradores.

“Sostener la confianza pública”, afirma Kissinger, “resulta crucial … para la paz y la estabilidad entre las naciones.”

Pero, ¿cómo podemos volver a confiar en China, nuestro adversario, después de su criminal encubrimiento de la amenaza y la magnitud del virus desatado en Wuhan? ¿Cómo podemos volver a confiar en este régimen que, hasta no hace mucho, culpaba del virus a soldados del ejército norteamericano que visitaban Wuhan?

Al observar cómo los gobiernos van para un lado y para el otro en medio de la crisis, la frase que viene a la mente no es “confianza pública” sino más bien “cada nación por las suyas.”

El lunes, el Wall Street Journal describió de este modo el reciente comportamiento de Europa: “Los países de la UE cerraron sus fronteras unilateralmente y acapararon equipos médicos vitales, dejando gente varada lejos de sus casas, almacenes luchando para mantener provistos sus anaqueles, y hospitales desesperados por salvar la vida de pacientes críticamente enfermos. Cuando Italia y España, castigados por los brotes más letales del mundo, reclamaron ayuda a sus vecinos del norte, más ricos y más sanos, los políticos holandeses desestimaron la demanda como otra prueba de los desmanejos meridionales.”

La semana pasada, el Tribunal de Justicia de la UE dictaminó que Polonia, Hungría y la República Checa rompieron la ley de la UE por negarse a reubicar refugiados durante la crisis de las migraciones del 2015. Ninguna de las tres naciones se disculpó.

El mes pasado, Grecia empleó la fuerza para evitar que refugiados sirios ingresaran a su territorio. Según Human Rights Watch, soldados y hombres armados griegos, en la frontera terrestre greco-turca, asaltaron sexualmente, robaron y desnudaron a migrantes y personas en busca de asilo antes de expulsarlos nuevamente hacia Turquía. La UE ha guardado un largo silencio.

Cuando Donald Trump impuso el 31 de enero la prohibición de viajar a quienes habían estado recientemente en China, el candidato Joe Biden denunció a Trump por “xenofobia histérica y agitación del miedo.” Ahora Biden piensa que Trump hizo lo correcto. Hasta los más recalcitrantes progresistas pueden hacer la ideología a un lado cuando la voz del pueblo es lo suficientemente clara y potente.

Debemos “luchar para sanar las heridas de la economía mundial”, dijo Kissinger. Sin embargo, la crisis ha puesto de manifiesto que un rasgo prominente de esta economía global es que China controla la producción de medicamentos esenciales para mantener con vida a los norteamericanos. ¿En verdad queremos mantener esa dependencia?

Dice Kissinger: “Las democracias del mundo necesitan defender y sostener sus valores iluministas (y) salvaguardar los principios del orden mundial liberal.”

Pero acaso marzo de 2020 no demostró la sabiduría superior de Alexander Hamilton: “Toda nación debe procurar tener ella misma lo necesario para su abasto nacional.” Hoy en todas partes se refuerzan las fronteras mientras las naciones compiten ferozmente por máscaras N95 y respiradores. Los gobernantes autoritarios buscan ampliar sus poderes. Los reclamos de la familia, la fe, la tribu, la nación y el país parecen imponerse por sobre todos los demás.

“La leyenda fundacional del gobierno moderno”, escribe Kissinger, “supone una ciudad amurallada … lo bastante fuerte como para proteger al pueblo de un enemigo externo. … Esta pandemia ha producido … una reaparición de la ciudad amurallada en una época en que la prosperidad depende del comercio mundial y del desplazamiento de las personas.”

Kissinger dice que el concepto de ciudad amurallada es “un anacronismo”, “una leyenda”. Pero, ¿cuál es la leyenda? ¿La idea del estado-nación, cuya función principal es la defensa de la salud, la seguridad y la integridad del pueblo único que lo creó? ¿O la verdadera leyenda, el mito, es la idea de un Nuevo Orden Mundial de países que se visitan y comercian felizmente uno con otro en una federación planetaria?

Esta crisis del virus corona nos permite ver las cosas con toda claridad, ya no detrás de un vidrio oscuro.

Como en la mayoría de las guerras, los pueblos se dirigen hacia los hombres de acción, no hacia los hombres de palabras; no a los legisladores ni a los parlamentarios, sino a los gobernantes que pasan a la acción cuando los estados pujan unos con otros para asegurarse equipos médicos críticos.

En cuanto a Donald Trump, repentinamente, las élites lo critican por no ser lo bastante dictatorial. Trump, se quejan, no actuó con rapidez suficiente para invocar la Ley de Defensa de la Producción. No se valió de su autoridad para decirle a las empresas norteamericanas qué es lo que deben producir. No cerró el país lo bastante rápido. No actuó con celeridad adecuada respecto de los gobernadores que demoraron el cierre de sus propios estados. La gente se muere, dicen ahora, porque Trump no se convirtió instantáneamente en el autócrata que los progresistas lo acusaban de ser durante las audiencias del juicio político hace apenas dos meses.

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.

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