Carne envenenada

La crónica de la inseguridad ciudadana también incluye cada día las víctimas menos estridentes del llamado síndrome urémico hemolítico, enfermedad que mal tratada o tratada a destiempo es mortal, y bien y oportunamente tratada deja secuelas que requieren un largo y complejo tratamiento. Afecta principalmente a los chicos y es causada por la ingesta de alimentos o agua contaminados con la bacteria Escherichia coli, que se desarrolla entre los excrementos. Los argentinos nos asombramos cuando vemos documentales que nos muestran las misérrimas condiciones en que se vive en lugares de Asia o África, donde no hay agua potable ni se respetan las normas mínimas de higiene en el manejo y preparación de los alimentos. Pero al parecer no nos asombra saber que en la Argentina se registra el 51% por ciento de los casos de síndrome urémico hemolítico del mundo. Pensémoslo: la mitad de todos los casos del mundo desarrollado, subdesarrollado y marginal. ¿Qué ha hecho el gobierno ante cifras tan alarmantes? ¿Estudió las causas de la epidemia? ¿Diseñó un plan para combatirla? Nada de eso. Hizo lo mismo que hace cada vez que se enfrenta con estadísticas inconvenientes: alteró las cifras. Dos asociaciones civiles impugnaron hace poco un informe epidemiológico del Ministerio de Salud (encabezado por Juan Manzur) afirmando que no hay razones que justifiquen un descenso del 30% del número de casos entre 2010 y 2013 allí consignado, al tiempo que denunciaron que por lo menos 208 casos registrados por el Instituto Malbrán habían sido borrados del informe. En buena medida, el aumento del número de casos de SUH registrado en la última década responde al deterioro generalizado de las condiciones de vida en una sociedad que se va hundiendo progresivamente en la pobreza y la miseria, pero también hay otros factores. El más importante tiene que ver con el origen de la carne que se sirve en la mesa de los grandes centros urbanos: antes provenía de rodeos engordados a campo; ahora de vacunos criados en el sistema llamado feed-lot. Los animales ya no pastan libremente (los potreros ahora están tapizados de soja), sino que permanecen estacionados frente a un comedero, inmóviles, chapoteando todo el día entre sus excrementos; este amasijo de heces y orina se les pega a las patas y los flancos, y con esos cascarones llegan al matadero. La faena no parece haber encontrado, o no aplica, los procedimientos que eviten la contaminación de la carne, y en las cocinas todavía prevalece la idea del churrasquito vuelta y vuelta. Entre indolencia e ignorancia, ahí nos vamos muriendo. –S.G.

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