Bertolt y Margarete

“Cuando vieneron a buscar a los comunistas, guardé silencio porque yo no era comunista; cuando vinieron a buscar a los…” Los progresistas de oído atribuyen el famoso texto al escritor alemán Bertolt Brecht, cuando en realidad fue concebido por su compatriota, el pastor protestante Martin Niemöller. La confusión está muy difundida en el mundo de habla castellana, y sólo en él; hay quienes responsabilizan del malentendido a la actriz argentina Cipe Lincovsky, admiradora de Brecht, amiga de su viuda y temprana intérprete de sus obras. Al propio Bertolt el caso no debería molestarle, porque al parecer nunca le costó mucho coronarse con laureles ajenos. Su víctima principal, como corresponde a un verdadero progresista, fue una mujer: Margarete Steffin, a quien las biografías oficiales del dramaturgo describen como su secretaria, traductora, colaboradora y amante. Margarete fue todo eso, y algo más también. Estudiosos más recientes parecen haber llegado a la conclusión de que no sólo obró como musa inspiradora y correctora de estilo, sino que influyó decisivamente en aportar la parte del talento allí donde la crítica encuentra vetas talentosas en la obra de Brecht. La muchacha no carecía de ese don: venía de una familia obrera y militante que le bloqueó el acceso a una educación superior para que no se convirtiera en una intelectual y traicionara a su clase. Ella se la procuró por canales secundarios e informales como los cenáculos obreros y la consolidó con una insaciable voracidad por la lectura. Cuando conoció al matrimonio Brecht en 1932 contaba 24 años, sabía inglés, francés, ruso, sueco y danés, y tenía un conocimiento más que elemental del noruego y el finés, arrastraba frustrados intentos de convertirse en escritora y actriz, y cargaba con las heridas de un amor turbulento y dos abortos. El escritor quedó impresionado con sus conocimientos literarios, teatrales y marxistas; ella encontró a su lado la oportunidad para canalizar toda su energía creativa, y se la entregó con devoción, abnegadamente y de manera irrestricta. Se hicieron amantes, y fueron imprescindibles el uno para el otro, por diferentes razones. “Amándolo a él, comencé a quererme a mí misma”, escribió Margarete. Bertolt se volvió cada vez más dependiente de sus consejos, críticas y correcciones. Sabemos hoy del importante papel que tuvo en su obra en buena medida porque el propio Brecht lo reconoce en sus escritos personales, y desde hace ya algunos años los editores incluyen el nombre de Steffin como coautora de las obras que produjo mientras trabajaron juntos, y que son las que le dieron fama. El señor Puntila y su sirviente Matti, uno de los títulos más conocidos del dramaturgo, fue escrito originalmente por Margarete  y retocado luego por Bertolt. Ella no dejó de hacer traducciones literarias, ni tampoco de escribir, pero nunca se atrevió a publicar sus cosas porque irónicamente temía que no se creyera que eran obra suya: su infatigable capacidad creadora se proyectaba a través de Brecht, y sus propios textos no se conocieron sino póstumamente. Tal vez por eso le siguió siendo digamos profesionalmente leal cuando Bertolt la desplazó del lugar de amante favorita. El reconocimiento de su colaboración por parte de Brecht nunca pasó del ámbito personal y privado: jamás la hizo públicamente partícipe de la fama ni de las regalías, que mucho habrían ayudado a los ancianos padres de Steffin, y a ella misma, que ya desde antes de conocer a los Brecht padecía de una tuberculosis no siempre bien tratada. En los primeros meses de 1941 completó su colaboración en las piezas La canción del humo y El irresistible ascenso de Arturo Ui, antes de internarse en mayo en un sanatorio de altura de Moscú donde murió en soledad: los Brecht ya se habían marchado a los Estados Unidos. El 21 de abril de 1942 Bertolt anotó en su diario: “Por primera vez en 10 años, no estoy escribiendo nada decente…” –S.G.

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