Por Pat Buchanan *
El sábado pasado en Pittsburgh, una celebración del Shabat en la sinagoga Árbol de la Vida se convirtió en escenario de mayor asesinato en masa de judíos en la historia de los Estados Unidos. Once fieles murieron bajo las balas de un agresor racista. El viernes habíamos conocido la identidad del trastornado delincuente que envió por correo rudimentarios explosivos a una decena de dirigentes del Partido Demócrata, entre ellos Barack Obama, Hillary Clinton y Joe Biden. Desde los salones de los restaurantes hasta los pasillos del Capitolio, en esta campaña hemos asistido a desagradables enfrentamientos entre izquierdistas radicalizados y senadores republicanos.
¿Estamos más divididos que nunca? ¿Nuestra política está más emponzoñada? ¿Norteamérica atraviesa lo que Charles Dickens describiría como “el peor de los tiempos”? ¿Peor que en 1968? Ciertamente, el odio y la hostilidad, la acritud y el encono de nuestro discurso parecen ahora mayores que hace 50 años. Pero, ¿en verdad son peores estos tiempos?
El año de 1968 comenzó con una de las mayores humillaciones en la historia de la Armada estadounidense. El buque espía Pueblo fue capturado en aguas internacionales y su tripulación apresada por Corea del Norte. Una semana después llegó la Ofensiva del Tet, con ataques sincronizados contra cada capital provincial de Vietnam del Sur. Un millar de soldados norteamericanos murieron en febrero, y otros 10.000 a lo largo de 1968.
El 14 de marzo, el senador Gene McCarthy, contrario a la guerra, consiguió el 42 por ciento de los votos en New Hampshire contra el presidente Johnson. Herido LBJ de este modo, Robert Kennedy se metió en la carrera y acusó al presidente que había promulgado los derechos civiles de “dividir al país” y de apartarse de “los impulsos perdurables y generosos que constituyen el alma de esta nación”. Lyndon Johnson, dijo Kennedy, “alienta los impulsos más oscuros del espíritu estadounidense”. Hoy a RFK se lo recuerda como un “unificador”.
Atacado desde la derecha por el gobernador George Wallace y desde la izquierda por Kennedy y McCarthy, y habiendo despejado Nixon el camino para los republicanos con una arrolladora victoria en New Hampshire, el 31 de marzo LBJ anunció que no volvería a postularse.
Cuatro días después, Martin Luther King fue asesinado en Memphis mientras encabezaba una huelga de recolectores de basura. Saqueos, incendios y revueltas estallaron en un centenar de ciudades norteamericanas. Desde todas partes se requería el auxilio de la Guardia Nacional, mientras las tropas federales acudían a defender la capital, muchos de cuyos corredores quedaron destrozados y no fueron reconstruidos hasta una generación después.
Antes de fines de abril estalló en la Universidad de Columbia el peor levantamiento estudiantil de la década, sólo sofocado cuando la policía de Nueva York ingresó irrestrictamente al campus. Nixon describió la toma de Columbia por parte de extremistas negros y blancos como “la primera escaramuza importante en una lucha revolucionaria para apoderarse de las universidades del país y transformarlas en refugio para los radicalizados y vehículo para sus fines revolucionarios sociales y políticos.” Que es en lo que muchas de ellas se convirtieron desde entonces.
En junio, Kennedy, que acababa de derrotar a McCarthy en la crucial primaria de California, fue herido de muerte en la cocina del hotel donde había proclamado su victoria. Lo sepultaron en Arlington junto a JFK.
Nixon, que había arrasado en todas las primarias, fue designado candidato en primera votación en Miami Beach, y la convención demócrata quedó fijada para fines de agosto. Entre una y otra convención, el premier soviético Leonid Brezhnev lanzó contra Checoslovaquia los ejércitos del Pacto de Varsovia, acompañados por centenares de tanques, para aplastar el pacífico levantamiento conocido como “Primavera de Praga”. Con esta represión, la más cruenta desde la Revolución Húngara de 1956, Moscú envió un mensaje a Occidente: En Europa no hay vuelta atrás. ¡Lo que es un estado comunista seguirá siendo un estado comunista!
En la convención demócrata de Chicago, los miles de activistas radicalizados que habían acudido a provocar disturbios se aglutinaron una noche en el Grant Park, frente al Hilton donde se alojaban los candidatos y este cronista. Al cabo de la semana, los policías de Chicago que defendían el hotel, provocados y hostigados día y noche, ya estaban hasta la coronilla. Un día, al atardecer, llegaron nuevos contingentes policiales que irrumpieron en el parque a bastonazo limpio y arrestaron a legiones de izquierdistas ante las cámaras de TV. Se habló después de “vandalismo policial”. Cuando el senador Abe Ribicoff ocupó el estrado esa noche, le clavó la mirada al alcalde Richard J. Daley y lo acusó de emplear “las tácticas de la Gestapo en las calles de Chicago”. La respuesta que le devolvió Daley desde el piso es irreproducible.
En todo el mes de septiembre, el candidato demócrata Hubert Humphrey no logró hablar en las concentraciones sin que lo insultaran y abuchearan. Al describir a los extremistas que saboteaban todas sus apariciones, Humphrey dijo que “no son simples alborotadores”, sino “agitadores muy disciplinados y muy bien organizados… Algunos son anarquistas y algunos de esos grupos se proponen lograr la destrucción del Partido Demócrata y la destrucción del país.”
Luego de su escueta victoria, Nixon dijo que su gobierno iba a tomar como lema la palabra de un cartel que había visto alzar a una muchacha en las calles de Deshler, Ohio: “Hermánanos”. Nixon lo intentó en los primeros meses, pero no iba a poder ser. Según Bryan Burrough, autor de Days of Rage: America’s Radical Underground, the FBI, and the Forgotten Age of Revolutionary Violence,1 “Durante un lapso de dieciocho meses entre 1971 y 1972, el FBI registró casi 2.500 atentados con explosivos en suelo norteamericano, casi cinco por día.”
No, 2018 no es peor que 1968, al menos por ahora.
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.
- Días de furia: La izquierda clandestina estadounidense, el FBI y la era olvidada de la violencia revolucionaria. [↩]