Vandalismo de Estado

loconA veces hay gestos, detalles, episodios aparentemente menores, que bastan para definir toda una época. El gobierno de Cristina Fernández va a quedar asociado a la vandalización del monumento a Cristóbal Colón que se erigía a espaldas de la Casa Rosada. Todo el espíritu de su presidencia va a quedar resumido en ese acto, sugerido, defendido y llevado a cabo por ella con terco empecinamiento, contra la voluntad de los habitantes de la ciudad, custodios de ese legado artístico e histórico, y contra el mejor consejo de sus aliados tanto como de sus adversarios. Nada refleja mejor sus ocho años de mandato que esa decisión arbitraria, inconsulta, autoritaria, guaranga y perversa. El monumento, cuenta el periodista Gabriel Levinas, era “obra del escultor italiano Arnaldo Zocchi, donada por el inmigrante Antonio Devoto, en nombre de la colectividad italiana, a la República Argentina en el Centenario de la Revolución de Mayo. Se puso la piedra fundamental en mayo de 1910 y se inauguró en 1921. El conjunto pesaba 623 toneladas y medía 26 metros de altura y fue esculpido en mármol de Carrara de una bellísima calidad que hoy no existe en Italia y transportado hasta Buenos Aires donde el propio Zocchi dirigió el montaje. Además del Cristóbal Colón de 6,25 metros, había varios grupos escultóricos inspirados en los versos de Medea, de Eurípides, que representaban el Océano, el Genio, la Civilización, la Ciencia, e imágenes de la vida de Colón”. El desmonte del conjunto era prácticamente imposible sin causar daños, y para peor fue confiado a manos inexpertas. El penoso resultado estuvo a la vista y paciencia de los porteños durante meses: trozos de mármol con grietas y roturas, desparramados sin cuidado ni protección de ninguna especie. No hay otra manera de describir lo hecho por la señora Fernández sino como vandalismo; la palabra es precisa en este caso. Los vándalos fueron uno de los pueblos bárbaros que invadieron Roma y destrozaron cuanta escultura encontraron a su paso, volcando en ese azote irracional todo su resentimiento contra las figuras y los símbolos del ya decadente Imperio que los había sojuzgado por siglos. Desde entonces, se ha llamado vandalismo a todo acto deliberadamente dañino, destructivo, contra el espacio público, y en especial contra sus mobiliarios y ornamentos. Hay una diferencia, sin embargo, entre el vandalismo de los vándalos y el vandalismo de la presidente: la reacción de aquéllos, ciega y torpe como era, tenía una explicación; la de la presidente no. El ensañamiento de Cristina Fernández contra la estatua de Colón es igual de ciego y torpe, pero carece de justificativos. La hazaña del Navegante no sólo no afectó la vida o el destino de ella o sus seguidores, sino que fue la condición de posibilidad de esas vidas y esos destinos. Su propuesta de reemplazar a Colón por Juana Azurduy es una impostura ideológica para encubrir un arrebato rencoroso contra una sociedad a la que secretamente culpa de sus humillaciones y frustraciones. El sentido último de su gobierno queda a la vista en ese acto revelador: el despotismo, la agresión, la venganza. El desprecio por los valores que no se pueden comprender o no se quieren compartir. La impotencia del que sólo puede afirmarse destruyendo. La grosería y la mala fe. Pulsiones que se agravan ante la comprobación inexorable de su fracaso como presidente. Uno puede suponer que, cuando contempla desde su despacho los trozos de mármol dispersos entre la maleza, la señora Cristina Fernández de Kirchner experimenta la oscura satisfacción de la revancha, fugazmente complacida en la sensación de su poder como el muchacho que tajea un asiento del tren con la navaja o vuela de un piedrazo el farol de la esquina.

–Santiago González

 

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7 opiniones en “Vandalismo de Estado”

  1. Tal cómo usted dice: “Su propuesta de reemplazar a Colón por Juana Azurduy es una impostura ideológica para encubrir un arrebato rencoroso contra una sociedad a la que secretamente culpa de sus humillaciones y frustraciones”.
    No hay nada tan instructivo para comprobar hasta que punto el Culto del Jefe – principio básico del fascismo – vuelve estúpidos hasta a los más preparados para evitarlo, que releer los textos que, en apoyo a la iniciativa de la mandataria (inspirada en su mentor, Chávez, que ante la vista del Colón espetó “¿Qué hace ahí ese genocida?”; y agregó: “¡Ahí debería haber un indio!”) escribieron, en su momento, Pacho O´Donnell y… ¡Osvaldo Bayer! en Página 12.
    Pero hay algo más: si se hubiese limitado a eso, pero hubiese abortado, no hubiese pasado de ser una fugaz polémica, ahora olvidada. Pero en lugar del Colón, un excelente monumento escultórico con muy buenas relaciones con el entorno – históricas, paisajísticas y urbanísticas -, nos van a dejar un ente plástico de muy mala calidad que va ser emplazado – por iniciativa del modelador mercenario y con el beneplácito de la mandataria – a “una altura suficiente como para que la mirada de Cristina, asomada al ventanal Este, se encuentre con la mirada se Juana”, como en espejo…
    Obviamente, ese emplazamiento no va a tener ninguna relación con el entorno porque está concebido con una mentalidad de sistema cerrado, en perfecta correspondencia con la mandataria y su círculo de zánganos y gansos.
    Estamos en manos de gente que delira y desvaría, de una mediocridad que aún no logramos sondear.
    Yo no tengo inhibiciones; usted, obviamente, tampoco. Pero hay gente perceptiva que, cuando se asoma al abismo…¡retrocede!, porque no lo puede creer… No puede confesarse a sí misma lo que sus percepciones le informan: que estamos en manos de tarados; sí, personas que sufren de una tara irreversible y que, por una química social que se nos escapa, vuelven tarados a quienes los rodean.
    Gracias por su nota; espero haber agregado algo en la misma dirección.

  2. Muy buena nota. Pero, me parece, es algo más que vandalismo. Es un caso de “asesinato simbólico”.
    El desplazamiento del Mto. a Colón para emplazar al Mto. de Juana Azurduy, tiene un significado profundo para la mentalidad binaria de la actual mandataria y de algunos de sus acólitos: Colón ha pasado a ser “malo”, sin más análisis (¿lo merece, acaso, ese genocida?); en cambio Juana, es “buena”, porque nos representa a NOSOTROS, los que continuamos la gesta libertadora de S. Martín, Belgrano y Bolívar…, los Chávez, Kirchner, Fernández… Más aún – y para que quede claro de una vez y para siempre y por si alguien no entiende – : Juana es… Cristina; o, para decirlo prolijamente: Cristina Fernández es… ¡como Juana Azurduy! De ahí la necesidad y la premura por erigir el monumento a Juana: para verse a sí misma en toda su dimensión y para que los OTROS (“esos que siempre tienen una objeción que hacer; una objeción con apariencia de razón, pero que no es más que un disfraz que esconde sus intereses espurios y mal habidos”), para que “ESOS OTROS ME VEAN EN MI REAL DIMENSIÓN, Y PARA QUE TODOS ME ADMIREN, O ME ENVIDIEN, O ME TEMAN…”. Una actitud patética (en correspondencia con la imagen de Juana que se habría de emplazar: un verdadero adefesio) e históricamente falsa, por más que se la embadurne con salsa neo-revisionista, propaganda oficial orientada hacia el culto del jefe, y cartas abiertas logorreicas que tienen el aspecto de una danza sobre el mismo punto.
    Los monumentos que dejan las gestiones políticas son, también, un aporte a la tomografía de la mentalidad y de la sensibilidad de los gobernantes de turno. Su artículo – y el complementario sobre Resentimiento, sociedad y poder – es un aporte a la interpretación de las claves psicológicas que motivan a Cristina Fernández. Pero ella y su grupito de secuaces no dialogan ni debaten con nadie.
    Es que no han venido para gobernar, sino para apoderarse del país…
    El régimen ha fallado, pero continuamos todos – con diferente papeles – envueltos en la comedia de sostener la continuidad con final abierto…
    La agresión al Mto. a Colón, se produjo meses antes de las PASO de 2013 que quebraron el relato. Después de las PASO, en las que perdió las elecciones, no se hubiese atrevido, posiblemente, a emprender el asesinato simbólico. O quizá sí, ¡por despecho!
    El Colón, un excelente monumento neoclásico, está “por el suelo”, como el Relato. El próximo emplazamiento del enorme adefesio que se está terminando de hacer en un taller de la ex ESMA, se va a constituir en la apoteosis simbólica del régimen kirchnerista-cristinista. Sí, un adefesio; como en su momento lo fue (y lo sigue siendo) el pésimo Mto. al Quijote que comprara la Dictadura militar. Un adefesio ético-político se autorrepresenta con un adefesio estético. Así, cuando Cristina se asome al ventanal Este de la Rosada, va a tener la oportunidad de verse a sí misma, como en un espejo, en la tosca y pesada mole que están por emplazar.
    Gracias por su nota.

  3. En cuanto al artículo “Autocrítica”, no se achaque. Si se equivocó en algún análisis (“Al menos es un hecho comprobable que todo los intentos del matrimonio Kirchner por imponer el discurso del resentimiento (contra los ricos, contra el campo, contra la oligarquía, contra los que andan en cuatro por cuatro, contra los militares, contra la Iglesia, contra los Estados Unidos, contra el Fondo Monetario) no encontraron el menor eco en la sociedad.”), fue por no disponer de información privilegiada, o por su incredulidad ante las reacciones irresponsables de la ciudadanía. No se equivocó, sin embargo, en señalar a los corruptos y en reconocer los pilares que hicieron grande este país. Los que seguimos sus artículos consideramos valiosa su honestidad y su juicio crítico, como también la humildad que sobreabunda en este país.

    1. En Internet los archivos están a la vista, y uno tiene que hacerse cargo de sus macanas. (Bueno, en realidad sé de alguien que borró sus videos). Gracias por su benevolencia.

      1. A usted. Por alguna razón no se envió el comentario completo (sólo aparece el segundo párrafo): quise decir (resumiendo) que dicho resentimiento se palpa cuando coreamos “combatiendo el capital” (como si tal cosa no fuera un disparate), y nos emocionamos con un “Patria o buitres” por no haber reconocido la derrota en la guerra, negarla, entregarnos a la fuga y culpar al Imperio de turno. Por alguna razón, el éxito ya no se premia como el resultado inevitable del esfuerzo y el talento, resultado del mérito. Tenemos que estatizar el éxito ajeno para sentir que incluimos a todos.

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