Por Pat Buchanan *
Los líderes republicanos son “una manga de peleles”, dijo Jerry Falwell Jr. Los conservadores y los cristianos tienen que dejar de elegir “buenos tipos”. “Los Estados Unidos necesitan peleadores callejeros como Donald Trump en todos los niveles de gobierno porque la izquierda fascista del Partido Demócrata viene por todo”. Tal lo que tuiteó el hijo y homónimo del fundador de Moral Majority 1, y en esto tiene un argumento que no necesita ser demostrado.
El jueves, once senadores republicanos de la comisión de asuntos jurídicos cedieron a una fiscal mujer su derecho a interrogar a Christine Blasey Ford, la acusadora del juez Brett Kavanaugh. Los republicanos temían que las imágenes televisadas de once hombres blancos sometiendo a riguroso escrutinio la credibilidad de Ford como pretendida víctima de una agresión sexual por parte de Kavanaugh, les resultaran políticamente letales. Así, mientras los republicanos se abstenían silenciosamente de cuestionarla, los demócratas trataban a Ford como la reencarnación de Juana de Arco, pese a que ni un solo testigo dio crédito a su historia.
El viernes, el senador Jeff Flake cedía a las demandas demócratas para que el FBI investigara nuevamente al juez durante una semana. Los republicanos, ya hundidos en el ridículo, respaldaron la capitulación de su colega.
El jueves, el senador Lindsey Graham se convirtió en el león republicano de la audiencia, cuando acusó a los demócratas por la atrocidad moral que engañosa y deshonrosamente habían perpetrado contra el juez. Pero el viernes, nuestro Cicerón confraternizaba con los mismos senadores que había fustigado 24 horas antes.
El argumento de Falwell: los demócratas pelean salvajemente y van por todo, mientras que los republicanos –con la excepción del peleador callejero de Trump– son unos peleles que lloriquean cada vez que se resiente la camaradería con sus colegas del otro bloque. Como mi desaparecido amigo Sam Francis dijo en el título de su libro, muchos republicanos se sienten perfectamente cómodos en el papel de “buenos perdedores”.
Sin embargo, lo que está en juego aquí es inmenso. Pensemos hasta qué punto la Corte Suprema ha rediseñado los Estados Unidos en los que nos criamos.
Desde la Segunda Guerra, la corte ha descristianizado todas las escuelas públicas y toda la vida pública de una tierra que Woodrow Wilson y Harry Truman habían descripto como “una nación cristiana”. Ha establecido el secularismo como religión de estado. A pesar de las leyes civiles que declaran ilegal la discriminación racial, la corte ha conferido su bendición a la llamada acción afirmativa, discriminación deliberada a favor de las personas de color y en contra de los blancos, en nombre de la diversidad y la igualdad. La corte ha declarado que lo que alguna vez fueron delitos, como el aborto y la homosexualidad, ahora son derechos constitucionales que todos los norteamericanos deben respetar.
Estos cambios no fueron legislados democráticamente, sino impuestos dictatorialmente por el alto tribunal. Si bien la confirmación de Kavanaugh por el Senado no va a revertir esos cambios forzados, podría detener cualquier nueva imposición de esta revolución social radicalizada por parte de jueces no electos por el voto popular.
Pero mientras la izquierda demócrata, comprendiendo lo que se juega, pelea a puñetazo limpio, los republicanos hacen fintas con guantes de 14 onzas, tratando de no violar las reglas del marqués de Queensberry.
Los Estados Unidos han sido reconfigurados también de otras formas.
No sólo se ha removido el cristianismo, y todos sus símbolos y expresiones de fe y de credo, sino que hay en marcha una purga de monumentos y estatuas de exploradores, colonizadores y estadistas que, convencidos de la superioridad de su religión, cultura y civilización, se abocaron a la creación del país que heredamos.
Y William Frey, demógrafo residente de la Brookings Institution, escribe acerca de cómo están cambiando a los Estados Unidos… sin el consentimiento del pueblo.
“Desde el 2000, la población blanca menor de 18 años se ha reducido en siete millones, y para las próximas dos décadas y más allá se proyectan declinaciones entre los blancos mayores de 20 y mayores de 30. Esta tendencia probablemente se mantenga pese al deseo de Trump de una mayor inmigración noruega.
“La fuente probable de crecimiento futuro en la población nacional de niños, adolescentes y jóvenes habrá de encontrarse en sus minorías: hispanos, asiáticos, negros y otros.”
Cuando todos seamos minorías, y todos nos comportemos como minorías, y presentemos al país nuestras demandas separadas, ¿qué cosa va a mantener unidos a los Estados Unidos?
En el Federalista 2, John Jay escribió este texto famoso:
“La Providencia se ha complacido en confiar este país integrado a un pueblo unido, un pueblo que desciende de los mismos antepasados, que habla la misma lengua, que profesa la misma religión… que es muy similar en sus maneras y sus costumbres…
“Este país y este pueblo parecen haber sido hechos el uno para el otro, y parece que hubiese sido designio de la Providencia que un patrimonio tan adecuado y conveniente para un conjunto de camaradas, unidos entre sí por los lazos más fuertes, nunca habrá de dividirse entre soberanías antisociales, recelosas y extrañas.”
Sin embargo, cada década que pasa somos menos y menos los que descendemos de los mismos antepasados. Menos y menos los que hablamos la misma lengua, profesamos la misma religión, compartimos las mismas maneras, costumbres, tradiciones, historia, héroes y festividades.
¿Se asemejan hoy los Estados Unidos a ese “conjunto de camaradas unidos entre sí” de los que hablaba Jay, y que parecimos ser hasta la década de 1960? ¿O no sugiere acaso el encono que rodea la postulación del juez Kavanaugh que ya nos hemos convertido en una tierra “dividida entre soberanías antisociales, recelosas y extrañas”? En medio de toda nuestra nueva diversidad, ¿qué ha sido de nuestra unidad?
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.
- Organización política estadounidense que enlazaba la derecha cristiana y el Partido Republicano, activa en la década de 1980, fundada por el ministro baptista Jerry Falwell. [↩]