Una foto

siriabaires

Esta foto transmite a mis ojos un clima extraño, tenso, dramático. La mujer que en ella aparece se ha convertido sin quererlo, seguramente sin saberlo, en su protagonista absoluta: ha logrado interiorizar en su espíritu una demostración pública y colectiva; más aún, ha logrado absolver en la hondura de su mirada, en el rictus de su boca, la incongruencia de dos banderas alejadas geográfica, histórica, cultural y lingüísticamente, dos causas dispares que sólo la más alta abstracción del análisis podría unificar. A sus espaldas están los colores de su raza, de su familia, de sus tradiciones; al frente, firmemente sostenidos en un gesto de voluntad lanzado hacia adelante, los colores de su tierra de adopción, abrazados como propios, insignia de un destino elegido.

Esta foto fue tomada el martes 3 de septiembre de 2013 por el fotógrafo Víctor R. Caivano, de la agencia Associated Press, frente a la embajada siria en Buenos Aires durante una manifestación de repudio a la posibilidad de una invasión externa a ese país. La República Argentina ha recibido importantes contingentes de inmigrantes sirio-libaneses a lo largo de su historia, y éstos han contribuído de manera significativa, como tantas otras colectividades, a enriquecer la paleta cultural del país. Los conflictos del mundo encuentran rápidamente eco en este raro escenario sudamericano, y se mezclan, a veces, con los propios. No se trata aquí, sin embargo, de la razonabilidad de las causas puestas en escena sino de su inesperada coexistencia.

Esta foto, tan llena de sugerencias, refleja quizá lo que más admiro del país donde nací; una de las cosas que me hacen sentir orgulloso de ser argentino: esa capacidad de integrarnos sin discriminación, esa capacidad de convivir en la diversidad de nuestros orígenes, esa capacidad de guardar fidelidad a nuestros antepasados en los cuatro puntos cardinales del globo, y construir al mismo tiempo, hacia el futuro, y desde nuestras vidas, singulares como la de la mujer de la foto, mi compatriota, un destino común, nuevas lealtades, y hacerlo en paz. Esa cualidad esencial ha sido amenazada desde todos los costados posibles en las últimas décadas, pero la impresionante resistencia de nuestra sociedad a la fragmentación, a las barreras ideológicas, sociales, lingüísticas que le proponen quienes quieren doblegarla, amansarla, manipularla, la terquedad individualista de sus mejores hijos, es lo que alienta mi esperanza, lo que sostiene la escritura de este sitio.

–S.G.

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