Por Pat Buchanan *
Quince años después de que los Estados Unidos invadieran Irak para convertir la dictadura de Saddam Hussein en un faro de democracia, el parlamento iraquí, entre gritos de “¡Mueran los Estados Unidos!”, votó por expulsar del país a todos los soldados norteamericanos. Aunque no es vinculante, la votación se produjo luego de que una turba atentara contra la embajada estadounidense en un asalto que hizo recordar el Teherán de 1979.
¿Qué movió al parlamento de Irak a reclamar la salida de todas las tropas estadounidenses? En principio, los cinco ataques norteamericanos de diciembre contra las Fuerzas de Movilización Popular (FMP), en represalia por una decena de agresiones con cohetes por parte de Kataeb Hezbolá contra bases norteamericanas, en las que murió un contratista y resultaron heridos cuatro soldados estadounidenses. Después vino la decisión del presidente Donald Trump de lanzar un ataque con drones para matar al general Qassem Soleimani en el aeropuerto internacional de Bagdad. En la misma acción cayó el líder chií iraquí de Kataeb Hezbolá.
Durante su vuelo de regreso a Washington el domingo, Trump advirtió a Irak: Sigan con su demanda de que se vayan todas las tropas estadounidenses, que nosotros les vamos a reclamar el dinero que acabamos de gastar en una importante base aérea. Más aún, dijo Trump, si los iraquíes expulsan a las tropas estadounidenses, les vamos a imponer “sanciones nunca vistas, jamás. Las sanciones contra Irán van a parecer una pavada en comparación.”
¿En qué punto estamos, entonces, con Irak?
Aunque sunís y kurdos se abstuvieron, el parlamento iraquí votó a favor de expulsar a nuestros soldados. El Departamento de Estado exhortó a los civiles a abandonar Irak. Unidades de la 82ª. Brigada Aerotransportada se desplazaron hacia la zona para proteger la embajada estadounidense. Las tropas estadounidenses que combaten al ISIS junto con las tropas iraquíes, se apartaron y detuvieron las acciones. En Irak, la lucha contra el terrorismo está en pausa. En todo el Medio Oriente, diplomáticos, soldados y civiles estadounidenses están en estado de alerta. El primer ministro interino de Irak, haciendo eco a Teherán y los chiís radicalizados, exige la partida de los 5.200 soldados norteamericanos. ¿Cómo pueden nuestras tropas, detestadas por las milicias de las FMP y sus miles de combatientes, no queridas por la mayoría legislativa de Irak, ni por el primer ministro interino ni por buena parte de la mayoría chií, sentirse seguras dentro de Bagdad, e incluso del país?
¡Cómo puede cambiar las cosas una decisión presidencial!
Hace dos meses, había multitudes en las calles de Irak protestando contra la influencia dominante de Irán en su política interna. Había multitudes en las calles de Irán que maldecían al régimen por dilapidar los recursos de la nación en aventuras imperiales en Irak, Siria, El Líbano, Yemen. Las cosas marchaban en una dirección favorable para los Estados Unidos.
Ahora los norteamericanos son los blancos de las protestas.
A lo largo de tres días, centenares de miles e incluso millones de personas desbordaron las calles y las plazas iraquíes e iraníes para rendir homenaje a Soleimani y maldecir a los norteamericanos que lo mataron. Mientras las emociones arden, y los amigos de los Estados Unidos en la región guardan silencio, el doble objetivo de Irán y su milicia se vuelve evidente: Teherán quiere evitar una guerra con los Estados Unidos, pero también pretende encauzar las pasiones del momento para forzar la expulsión de los norteamericanos del Medio Oriente, empezando por su salida de Irak. Por eso Teherán ha indicado que su represalia, su venganza por la muerte de Soleimani, un militar, guardará las proporciones. Teherán anticipa un ataque contra los militares estadounidenses. Hasán Nasralá, el jefe de Hezbolá en el Líbano, ha pedido a sus seguidores que eviten los ataques contra norteamericanos inocentes en la región y que se concentren en los blancos militares estadunidenses.
Paradójicamente, lo que buscan los enemigos de los Estados Unidos en el Medio Oriente es lo mismo que quería Soleimani, y lo mismo que prometió Trump en la campaña de 2016: poner fin a la participación norteamericana en las interminables guerras del Medio Oriente.
Tal vez, antes que enviar más tropas a Irak y Kuwait para defender a las que ya se encuentran allí, deberíamos acceder a las demandas nacionalistas locales, empezar a traer a nuestros soldados de vuelta a casa, y dejar que iraníes, iraquís, libios, sirios, yemenitas y afganos resuelvan sus querellas por su cuenta.
A pesar de la furia desatada en Irán por la muerte de Soleimani, los imperativos políticos que existían antes del ataque con drones del viernes siguen en pie. Irán no quiere una guerra con los Estados Unidos. Y Trump no quiere una guerra con Irán.
Pero Irán cometió un error al extrapolar esa verdad. Al suponer que porque Trump no quería una guerra iba a esquivarle el cuerpo a una pelea, Soleimani creyó que podía matar norteamericanos impunemente, siempre que sus huellas no aparecieran en el arma asesina.
Matar a Soleimani fue un acto de justicia. Pero lo que es justo no siempre es sabio.
Sin embargo, su muerte recompone la credibilidad de Trump como un jacksoniano que evita la guerra pero que si lo hieren está dispuesto a apuñalar al enemigo que le abrió el tajo.
Trump tiene ahora ante sí una línea roja: no se trata de disparos contra drones norteamericanos, sino de disparos contra soldados norteamericanos, el derramamiento de sangre norteamericana.
¿Qué mensaje debieron haber recibido los gobernantes iraníes? Que si toman represalia matando soldados, diplomáticos o civiles norteamericanos, valiéndose de tropas iraníes o de milicias aliadas, la respuesta de Trump será contra el propio Irán.
Aparte de eso, “Vuelve a casa, América”, la consigna de George McGovern para las elecciones presidenciales de 1972, pocas veces pareció más relevante.
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.