Trump, ¿heredero de Reagan?

Por Pat Buchanan *

Tres décadas atrás, como director de comunicaciones de la Casa Blanca, organicé una entrevista para Bill Rusher, de la National Review. Una de las primeras cosas que requirió del presidente Reagan fue que evaluara la importancia política de Barry Goldwater. “Creo que se lo podría considerar como el Juan el Bautista de nuestro movimiento”, respondió Reagan. Tuve que resistir la tentación de intervenir y preguntar: “Señor, si Barry Goldwater es Juan el Bautista, ¿quién vendría a ser usted?”

Lo que me llevó a evocar ese momento fue el nuevo libro de Laura Ingraham: Billonaire at the barricades. The Populist Revolution from Reagan to Trump. [Un millonario en la trinchera. La revolución populista, de Reagan a Trump]. Su tesis: Donald Trump es un conservador populista, directo descendiente y legítimo heredero de Ronald Reagan. Para los detractores de Trump esto es pura blasfemia. Y sin embargo, los parecidos están allí.

Ambos hombres llegaron de afuera, ninguno era un político de carrera. De familia demócrata, Reagan había sido actor de Hollywood, dirigente gremial y anfitrión de los programas de televisión de la General Electric antes de postularse a la gobernación de California. Trump se crió en Queens y se dedicó al negocio de la construcción en una ciudad demócrata donde sus credenciales republicanas despertaban sospechas, especialmente cuando bajaba del ascensor de la Torre Trump. Los dos se enfrentaron al establishment republicano de su momento, y los dos lo vencieron.

Uno de los rasgos distintivos del populismo de Trump es el nacionalismo económico, una nueva política comercial que coloca en primer plano la prosperidad de los Estados Unidos. Reagan predicaba el libre comercio, pero cuando Harley-Davidson estuvo en riesgo de ir a la quiebra debido al dumping japonés con las grandes motocicletas, les impuso un arancel del 50 por ciento. Si bien era librecambista en términos filosóficos, en su corazón era un patriota de la economía.

Aceptó una amnistía redactada por el Congreso para tres millones de personas que residían ilegalmente en el país, pero Reagan también advirtió proféticamente que un país que no puede controlar sus fronteras realmente ha dejado de ser un país.

Tanto Reagan como Trump adhirieron a la doctrina Eisenhower de “paz mediante la fuerza”. Y tal como lo había hecho Ike, fortalecieron las fuerzas armadas.

Ambos creían en la rebaja de impuestos como recurso para estimular la economía, y en equilibrar el presupuesto federal con el aumento de la recaudación y no mediante el recorte de los programas de asistencia social.

Ambos resolvieron hacer frente a la superpotencia rival de su momento: la Unión Soviética en tiempos de Reagan, China en tiempos de Trump.

Y ambos fueron tratados en la ciudad capital con una condescendencia lindante con el desprecio. “Un papanatas simpático”, dijo un demócrata de la Gran Sociedad1 acerca de Reagan.

Las tremendas victorias obtenidas por Reagan –44 estados en 1980 y 49 estados en 1984– obligaron a las elites del Beltway2 a replantearse las cosas y preguntarse si realmente estaban hablando en nombre de los Estados Unidos. La campaña arrasadora de Trump en las primarias y su resonante triunfo en el Colegio Electoral causaron la misma consternación.

Sin embargo, así como la Gran Depresión, el New Deal y la Segunda Guerra marcaron una división continental en la historia entre lo que había antes y lo que vino después, lo mismo ocurrió con el fin de la Guerra Fría y la era de Reagan.

Como escribe Ingraham, el trumpismo encuentra sus raíces tanto en las campañas nacional-populistas de los noventa y en temas posteriores a la Guerra Fría como el patriotismo económico, la seguridad de las fronteras, el control de la inmigración y “Primero los Estados Unidos”, como en los temas reaganianos de los ochenta.

Lo que nos trae de vuelta al presente, con nuestro presidente millonario verdaderamente en la trinchera.

Las diferencias entre el primer año de Trump y el Reagan de 1981 son notables. Reagan se había impuesto con una mayoría arrolladora. El atentado contra su vida en abril, y la sobriedad con que se manejó, le aseguraron un lugar en el corazón de sus compatriotas. No sólo exhibió su resolución cuando les dio a los controladores de tráfico aéreo 48 horas para volver al trabajo, y los dejó en la calle cuando lo desafiaron, sino que impuso el mayor recorte de impuestos de la historia norteamericana con ayuda de algunos demócratas sueltos en el Congreso.

Cerca de cumplirse un año desde su elección, Trump se encuentra acosado por una prensa hostil y un Partido Demócrata que estrechó sus filas. Washington lo odia. Así como sus decisiones ejecutivas son impresionantes, sus logros legislativos no lo son. Sus niveles de aprobación oscilan en torno del 35 por ciento. Perdió media docena de sus colaboradores más importantes en la Casa Blanca, chocó abiertamente con su propio gabinete y está en guerra con los líderes republicanos del Capitolio.

Más aún, parecemos estar cerca de una guerra con Corea del Norte que no va a ser precisamente un paseo. Y el presidente parece decidido a liquidar el acuerdo nuclear con Irán que sus propios funcionarios de seguridad nacional consideran en línea con los intereses de los Estados Unidos.

Regan fue, como Trump dijo ser, un antiintervencionista. Reagan no tenía el menor deseo de ser un presidente de guerra. Su sueño era librar el mundo de armas nucleares. Eso no suena parecido al Trump de octubre de 2017. Steve Bannon3 cree que la mayor amenaza para Trump es la vigésimo quinta enmienda, según la cual una mayoría ministerial puede deponer a un presidente. Pero es mucho más probable que una guerra de magnitud haga de la presidencia de Trump y de su lugar en la historia lo mismo que hizo con los presidentes Wilson, Truman, Johnson y George W. Bush.

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana © Gaucho Malo.

  1. Un programa legislativo lanzado por el presidente Lyndon B. Johnson para terminar con la pobreza y la injusticia racial. (N. del E.) []
  2. Lo que el macrismo argentino llama “el círculo rojo”. (N. del E.) []
  3. Uno de los asesores de Trump que debió abandonar la Casa Blanca hace unas semanas, víctima de un juego de presiones. (N. del E.) []

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