Por Pat Buchanan *
Al representarse la muerte de 150 iraníes como consecuencia de un ataque misilístico ordenado por él, el presidente Donald Trump dio un paso atrás y canceló el disparo, una decisión valiente y un momento clave para su presidencia. El secretario de estado Mike Pompeo, el asesor de seguridad John Bolton y el vicepresidente Mike Pence habían recomendado el ataque como una adecuada respuesta al derribamiento por Teherán de un avión espía estadounidense Global Hawk sobre el golfo de Omán.
Los Estados Unidos afirman que el drone sobrevolaba aguas internacionales. Teherán asegura que se encontraba en territorio iraní. Aunque la pérdida de un drone de 100 millones de dólares no es una tontería, no murió ningún piloto norteamericano, y cobrarla matando a 150 iraníes habría parecido una respuesta desproporcionada.
Bien por Trump. Y sin embargo, durante todo el fin de semana, lo fustigaron por haber arrugado a imitación del presidente Barack Obama. Se dijo que la credibilidad de los Estados Unidos había sufrido un duro golpe, y que debía restaurársela mediante una acción militar.
Al cancelar el ataque, el presidente también envió un mensaje a Irán: estamos dispuestos a negociar.
Sin embargo, dada la naturaleza irreconciliable de nuestras demandas encontradas, es difícil ver cómo los Estados Unidos e Irán pueden apartarse de la ruta en la que se han embarcado, y que conduce casi con seguridad a una colisión militar. Pensemos en las respectivas demandas.
El lunes, el presidente tuiteó: “Lo que los Estados Unidos piden a Irán es muy simple: ¡Ni armas nucleares ni patrocinio del terrorismo!”
Pero Irán no tiene armas nucleares, nunca tuvo armas nucleares, y nunca produjo siquiera uranio apto para una bomba. De acuerdo con informes de nuestros propios organismos de inteligencia, de 2007 y 2011, Teherán ni siquiera tenía un programa de armas nucleares. Según el acuerdo nuclear de 2015, el Plan de Acción Integral Conjunto, la única manera en que Irán podría tener un programa de armas nucleares sería en secreto, fuera de sus instalaciones nucleares conocidas, todas las cuales se encuentran bajo constante inspección de la ONU. ¿Dónde están las pruebas de que tal programa secreto existe? Y si existe, ¿por qué los Estados Unidos no le dicen al mundo dónde están ubicadas las instalaciones nucleares secretas de Irán y demandan inspecciones inmediatas?
“Basta de patrocinar el terrorismo”, dice Trump. Pero, ¿qué significa eso? En su carácter de principal potencia chiita en un medio oriente dividido entre sunitas y chiitas, Irán apoya a los rebeldes hutíes en la guerra civil de Yemen, al Hezbollá chiita en el Líbano, al alawita Bashar al Assad en Siria, y a las milicias chiitas en Irak que nos ayudaron a frenar el avance del ISIS hacia Bagdad. En sus 12 demandas, Pompeo virtualmente insistió en que Irán abandone a sus aliados y capitule frente a sus adversarios y rivales sunitas. Eso no va a ocurrir nunca. Sin embargo, si esas demandas no son negociables y van a ser respaldadas por sanciones lo suficientemente severas como para estrangular la economía iraní, nos encaminamos a una guerra. Al igual que Corea del Norte, Irán no va a ceder a demandas norteamericanas que le obliguen a abandonar lo que considera sus intereses nacionales vitales.
En cuanto a la acusación norteamericana acerca de que Irán está “desestabilizando” el medio oriente, no fue Irán el que invadió Afganistán e Irak, ni el que derribó el régimen de Gaddafi en Libia, ni el que armó a unos rebeldes para que derrocaran a Assad en Siria, ni el que indujo y sostuvo la intervención saudí en la guerra civil de Yemen.
Irán, arrinconado contra la pared, con la economía en recesión y la inflación en aumento, se aproxima al límite de la tolerancia. Y así como Irán sufre estas penurias, dice, otras naciones del Golfo van a padecer dolores similares, y también los Estados Unidos. En algún momento, las colisiones van a producir víctimas fatales, y allí entraremos en la escalada hacia la guerra.
Pero, ¿qué intereses vitales norteamericanos amenaza hoy Irán?
Al ordenar la cancelación del ataque misilístico contra Irán, Trump dio a entender que quería una pausa en el enfrentamiento. Pero es necesario decirlo: ha sido el propio presidente el que autorizó los pasos que nos condujeron a esta peligrosa instancia. Trump desconoció y vilipendió el acurdo nuclear de Obama. Impuso las sanciones que ahora inflingen a Irán penurias próximas a lo inaceptable, si no a lo intolerable. Caracterizó a la Guardia Revolucionaria Islámica como una organización terrorista. Envió a la región del Golfo una fuerza de tareas encabezada por el portaaviones Abraham Lincoln y bombarderos B-52.
Si se trata de evitar la guerra, o bien Irán va a tener que capitular, o bien los Estados Unidos se verán obligados a dar marcha atrás desde su posición maximalista. ¿Y a quién designaría Trump para negociar con Teherán en nombre de los Estados Unidos?
Cuanto más tiempo sigan en vigencia las sanciones y cuanto más daño causen, más probabilidades hay de que Irán responda a nuestra guerra económica con su propia guerra asimétrica. ¿El presidente ha decidido correr ese riesgo?
Aparentemente, nos encontramos en un momento clave de la presidencia de Trump. ¿Quiere presentarse el año próximo como el presidente que nos llevó a la guerra con Irán, o como el anti-intervencionista que inició el regreso de las tropas norteamericanas desde esa región que ha producido tantas guerras?
Tal vez el Congreso, esa rama del gobierno a la que la Constitución encomienda decidir sobre la guerra, debería instruir al presidente Trump acerca de las condiciones que lo autorizan a llevarnos a un conflicto armado.
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.