Desconfianza

A comienzos de noviembre el gobierno decidió dar otra clase práctica sobre su acariciada convicción de que la economía debe estar sujeta a la política. Preocupado por una sostenida demanda de dólares que drenaba lentamente las reservas del Banco Central, impuso una serie de restricciones al mercado cambiario, disfrazadas como medidas tendientes a evitar el lavado de dinero y la financiación del terrorismo (sic). El goteo de reservas no se redujo, sino que aumentó. Pero las actitudes intervencionistas revivieron frases adormecidas en el inconsciente de todos los argentinos (“el que depositó dólares…”) y el público comenzó a retirar de los bancos sus legítimos ahorros en divisas. De inmediato surgió un mercado negro, cuya distancia de la cotización oficial fue creciendo día a día. El gobierno, que desoyó en las épocas de vacas gordas las recomendaciones sobre creación de un fondo anticíclico, vio con alarma que los dólares se le escapan por todos los rincones justamente ahora cuando la situación internacional promete ser adversa. Entonces tomó una serie de medidas en el área del comercio exterior, algunas formales, otras informales, algunas sostenidas, otras revertidas de inmediato, para reducir en lo posible la salida de dólares y acelerar su ingreso. Al cabo de dos semanas, y vertido en cifras, el resultado de todas estas maniobras intervencionistas no podría ser más desalentador: las reservas del Banco Central, que antes de las medidas perdían 280 millones de dólares por semana, cayeron en 318 millones en la primera semana, y 686 en la segunda; los bancos perdieron 645 millones de dólares de depósitos en la primera semana, cifra que podría sumar otros 800 millones en la segunda semana; la brecha entre la cotización oficial del dólar y la del mercado negro pasó de ocho por ciento a fin de octubre a 16,55 por ciento el viernes. Dicho en otras palabras, la primacía de la política no consiguió ningún resultado positivo con su incursión en la economía… pero tampoco en su propio terreno.
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