Salomón

Por Bernardino Montejano *

En el viaje Buenos-Aires Azul tengo un gran acompañante, la Liturgia de las horas, que hoy nos regala un texto magnífico del primer libro de los Reyes dedicado al rey Salomón, que relata la aparición del Señor en sueños al muy joven monarca a quien le dijo: “Pídeme lo que quieras” y la respuesta ubicada y humilde, el pedido ejemplar del rey novato, que desearíamos fuera imitado por todo gobernante hoy y siempre: “Enséñame a escuchar, para que sepa gobernar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal”.

A este pedido, que ante todo ruega que Dios le enseñe a escuchar, viene la respuesta del Señor: “Por haberme pedido esto, y no haber pedido una vida larga, ni haber pedido riquezas, ni haber pedido la vida de tus enemigos, sino inteligencia para acertar en el gobierno, te daré lo que has pedido: una mente sabia y prudente, como no la hubo antes de ti ni la habrá después de ti. Y te daré también lo que no has pedido: riquezas y fama mayores que las de rey alguno. Y si caminas por mis sendas, guardando mis preceptos y mandatos… te daré larga vida”.

El primer pedido de Salomón es: “Enséñame a escuchar”; hoy en día, se oye, pero no se escucha; se ojea, pero no se ve. Es por eso que Byung-Chul Han escribe un libro titulado: La crisis de la narración (Herder, Barcelona, 2023), porque narrar y escuchar se complementan. En nuestro tiempo “la narración es sustituida por el conteo, que lo único que genera son puros datos” (p. 46).

También, el pensador coreano-germano escribe que “narrar cura, porque crea un clima de confianza primordial. La amorosa voz maternal sosiega al niño, le mima el alma, fortalece su cariño, le da sostén… Los cuentos infantiles hacen del mundo un hogar familiar” (p. 89). Coincide nuestro telúrico poeta Rafael Jijena Sánchez en sus Cuentos de la Mama vieja.

Y aquí aparece el escuchar, porque como escribe Han, “la escucha inspira la narración del interlocutor y abre un espacio de resonancia, en el que el narrador se siente interpelado, escuchado y hasta amado” (p. 94). En cambio, en nuestro mundo “se da la paradoja de que la creciente conectividad nos aísla… Estar interconectado no significa haber creado lazos” (p. 95).

Salomón pide ayuda a Dios para saber gobernar y discernir el bien del mal. Acá tenemos dos aspectos importantes: reivindica la política para el ámbito de la inteligencia pues necesita saber; si no sabe tenemos un gobernante ignorante, un bruto gritón que cree que ese campo pertenece a la voluntad y grita ¡Viva la libertad, carajo!; también le pide ayuda para discernir el bien del mal, tarea de la sindéresis, la cual incluye la acertada elección de los medios, obra de la prudencia política arquitectónica.

El libro de los Reyes nos muestra después el conocido caso del litigio entre dos prostitutas y cómo lo zanja al reconocer a la madre que prefiere entregar a la mendaz su hijo vivo, a quedarse con medio hijo muerto por la espada, esa espada que un día mató a los santos inocentes. Como bien comenta el texto de las Sagradas Escrituras “todo Israel se enteró de la sentencia que había pronunciado el rey viendo que poseía una sabiduría sobrehumana para administrar justicia” y proteger la vida humana inocente.

La lectura del año II pertenece al libro de Job y en ella aparece la figura de un hombre perverso, enemigo de Dios y de sus mandatos, que describe así: “Exigías sin razón prendas a tu hermano, arrancabas el vestido al desnudo, no dabas agua al sediento y negabas el pan al hambriento. Como hombre poderoso, dueño del país, despedías a las viudas con las manos vacías, inutilizabas los brazos de los huérfanos”.

Texto hermoso y elocuente que muestra al mal gobernante de todos los tiempos, como tantos que hemos padecido. Pero este obrar perverso tiene sus consecuencias: “Por eso te cercan lazos, te espantan terrores repentinos y oscuridad que no te dejan ver y te sumergen aguas desbordadas… porque Dios “humilla a los arrogantes y salva a los que se humillan”.

La segunda lectura pertenece a las Confesiones de San Agustín y nos instruye acerca del amor de Dios, a quien eleva su plegaria: “¡Oh cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu Hijo único, sino que lo entregaste por nosotros que éramos impíos! ¡Cómo nos amaste a nosotros, por quienes tu Hijo no hizo alarde de ser igual a ti, al contrario, se rebajó hasta someterse a una muerte de cruz! Siendo como era el único libre entre los muertos, tuvo potestad para dar su vida y para recobrarla nuevamente. Por nosotros se hizo ante ti, vencedor y víctima: vencedor, precisamente por ser víctima; por nosotros se hizo ante ti sacerdote y sacrificio: sacerdote precisamente del sacrificio que fue él mismo. Siendo tu Hijo, se hizo nuestro servidor y nos transformó para ti de esclavos en hijos”.

Palabras para meditar que muestran el genio del Doctor Africano, del obispo de Hipona, a quien los nuestros obispillos podrían imitar.

* Presidente del Instituto de Filosofía del Colegio de Escribanos y del Instituto de Filosofía Práctica.

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