Por Bernardino Montejano *
Con el rechazo del aborto se interrumpe el programa de Tusk, lacayo de la Unión Europea y del Nuevo Orden mundial, que abarca la legalización del putimonio y la promoción de la política de género, entre otras cosas. Polonia despertó y volverá al redil de la Cristiandad cuando expulse a Tusk y sus secuaces; en España y en la Argentina, eso hoy es imposible.
España y Polonia fueron baluartes de la Cristiandad y recordamos cuando en el milenio de 1965, el cardenal Wyszynski, primado polaco, acompañado de 34 arzobispos y obispos, le envió una carta al Episcopado en la que dice:
“España tuvo que echar sobre la balanza el poder de su fe y de sus armas en las batallas inmortales, como las de las Navas de Tolosa, Lepanto o la del Alcázar de Toledo; en otras latitudes geográficas, Polonia hizo lo mismo, en los ensangrentados campos de Lignica, Chocim, de Viena; en dos extremos de Europa, cumplían con su dramático y glorioso destino. El gran rey español Felipe II pudo decir que Polonia es la España del Oriente europeo, por su lucha en defensa de la Cristiandad y por su fidelidad inquebrantable a la Roma católica”,
“Los imponderables siempre se imponían, tanto en las orillas del Vístula y Warta, como en las del Ebro, Duero y Tajo. Y el caballero de la Triste Figura cabalga no solo por la Mancha, sino también por la llanura polaca, y el caballero Vigilante en cada momento estaba dispuesto a sacrificarse y morir por la fe”.
Recuerdo también cuando tuvimos el honor de presentar hace muchos años el libro de Walerian Meysztowicz “Polonia en la Cristiandad” (Ediciones del Águila Coronada, Buenos Aires, 1987), en la Unión Polaca de la República Argentina. El libro es muy bueno y tiene un par de epílogos, uno del padre Miguel Poradowski y otro, de nuestro amigo, Witold Kopytinski.
En Polonia, la fe católica fue predicada por discípulos de san Cirilo y de san Metodio y una gran fecha es el año 966, con el bautismo del rey Miezco I. Desde 1241 hasta 1683, Polonia libra guerras religiosas contra los tártaros, moscovitas y bárbaros y los polacos tenían conciencia “de defender al rey, a la Iglesia y a la patria, la fe y la libertad, sus bienes y sus familias”.
Un momento glorioso es la batalla de Viena y al cumplirse tres siglos de la misma, el papa Juan Pablo II dijo muchas cosas importantes, en primer lugar, que la Iglesia se ocupa del espíritu del hombre y también del espíritu de las naciones, porque “el espíritu de la nación configura de alguna manera a cada hombre y forma a generaciones enteras”.
Y agrega: “Con ese espíritu queremos conmemorar la batalla de Viena, queremos manifestar nuestra profunda gratitud a Dios omnipotente, que es el Dios de la historia de los hombres y de las naciones, a quienes ha elegido por heredad suya y los ha salvado de pruebas y experiencias incluso mortales; queremos manifestar nuestro hondo agradecimiento a Dios omnipotente porque dio a nuestros padres, audacia y fuerza”.
“Aquí, en Viena, queremos rendir homenaje al rey Juan III Sobieski porque defendió a la patria amenazada por el enemigo y se esforzó por defender a Europa, a la Iglesia y a la cultura cristiana, cuando esta se encontraba en peligro de muerte. Queremos dar gracias a Dios por la victoria obtenida hace 300 años. Recordamos a los ejércitos bajo las órdenes del rey, sobre todo a nuestros compatriotas que con la caballería combatieron en Viena… por medio de ellos venció Dios”.
Porque Juan Pablo II fue un verdadero patriota polaco, incluso un nacionalista polaco, heredero del cardenal Stefan Wyszynski, cuya voz un día tronó en el Concilio Vaticano II, al interrumpir a un obispo yanqui que hablaba de la Iglesia del Silencio: “La Iglesia del silencio no existe. Solo existe la Iglesia de los Sordos, la de ustedes”.
También heredero del cardenal Sapieha, ese verdadero príncipe, tan querido por su pueblo, tan distinto de ese mamarracho a quien siguen, como nuevos cipayos, los carlistas argentinos.
Juan Pablo II visitó varias veces a su patria que tanto extrañaba, y su amor y su piedad patriótica se hicieron poesía al escribir “Cuando pienso en la Patria”:
“Cuando yo pienso, cuando digo Patria,
me estoy expresando a mí mismo y me enraízo,
y el corazón me dice que ella es la frontera oculta
que va de mí hacia los otros hombres
para abrazarlos a todos en un pasado
más antiguo que cada uno de nosotros.
Y de ese pasado -cuando yo pienso: Patria-
emerjo para conservarla en mí como un tesoro.
Y sin cesar me acucia el ansia
de cómo engrandecerla,
de cómo ensanchar el espacio
que mi Patria habita”.
Comparemos este fervor patriótico con la fría indiferencia del papa Francisco con la Argentina, que nunca visitó, durante los ya largos años de pontificado y en los cuales sus relaciones con su país fueron de baja política, de influir por izquierda en su vida pública, de reunirse con lo peor como hoy lo hace con Kicillof, quien tanto mal ha generado y genera para nuestro país. Todos esos sucios manejos son rechazados por millones de argentinos que lo detestamos y eso se tradujo en las urnas cuando la mayoría votó por el actual presidente quien lo presentó como un representante del Maligno. Por eso no viene, porque tonto no es y patriota menos.
Esto nos duele como argentinos, pero es la verdad y con ella como se ha dicho: “No ofendo ni temo”.
Pero volvamos a Polonia, para decirle ¡gracias!, gracias por enfrentar tantas adversidades a lo largo de su historia trágica y gloriosa. Gracias por subsistir y darnos el ejemplo de luchar por la vida humana inocente, en el marco de una Europa que reniega de su herencia cristiana y se suicida en cuotas.
* Presidente del Instituto de Filosofía del Colegio de Escribanos y del Instituto de Filosofía Práctica.