El otro virus

Víctimas de un contagio ideológico, los gobiernos del mundo abren espacios a una peligrosa conspiración

  1. El otro virus
  2. La OMS en entredicho
  3. Intriga en Wuhan
  4. Como caído del cielo
  5. Virus, mentiras y testeos

Acerca del virus Covid-19 no sabemos gran cosa. No sabemos cómo ni dónde se originó, ni cómo hizo para propagarse por todo el mundo en cuestión de semanas, especialmente cuando no todas las cepas detectadas son iguales entre sí, esto es, no parecen provenir de un único foco inicial. De todas maneras, presumimos que es altamente contagioso, probablemente porque su período de latencia es largo, unas dos semanas, y porque la gran mayoría de los infectados no manifiesta síntomas, o los experimenta de manera moderada, que no se distingue de una gripe común. Desconocemos por completo su índice de letalidad, porque para determinarlo hay que comparar el número de fallecidos con el número de infectados dentro de un universo poblacional cerrado, cosa que no se hizo en ninguna parte del mundo, ni siquiera con muestreos aptos para sacar conclusiones estadísticas. El único caso bien estudiado ha sido el de los pasajeros de un crucero, un grupo cerrado, donde la mortandad del virus resultó insignificante.

Casi todas las cifras o porcentajes publicados sobre cantidad de infectados son irrelevantes, porque las pruebas se hacen sobre grupos diferentes, con técnicas y con criterios distintos, de manera que no son comparables, ni significativas. Más atendibles son las series habituales sobre niveles de mortalidad que se elaboran en los distintos países, y éstas no muestran grandes ni pequeñas variaciones. El sitio EuroMOMO compila esas series para los países de Europa, donde el supuesto impacto del Covid-19 ha sido mayor, pero en ellas no se advierten alteraciones significativas, excepto un incremento en Italia que por ahora resulta incluso inferior a otros aumentos estacionales similares observables en 2016 y 2017, cuando el virus que hoy nos tiene aterrados todavía no había nacido. Tampoco las muertes en España han logrado mover el amperímetro estadístico, siempre según las series del sitio mencionado.

Esto quiere decir que se están muriendo los que previsiblemente se iban a morir de cualquier manera. Otras estadísticas mundiales (Johns Hopkins, OMS, etc.) ratifican que es así: los fallecidos tienen una edad promedio de 69 años, y sólo el 0,1 por ciento de los muertos por el virus corona no padecía otras dolencias previas. Cuando éramos chicos, escuchábamos “El abuelito estaba enfermo, le agarró una gripe y… bueno…”, y todo parecía normal e inevitable, acorde al rumbo no deseable pero sí esperable de las cosas. Pero a poco de finalizar el primer cuarto del siglo nacido en el umbral del mítico año 2000, la mayoría de los líderes mundiales parecieron ignorar las lecciones habituales de la infancia, tal vez porque pertenecen a una generación que ya no las recibe. Y se asustaron. O bien vieron la oportunidad.

Porque no hay nada que indique que el virus corona es más peligroso que cualquier otro del centenar de virus, agrupados en una quincena de familias, entre ellas “corona”, que todos los años causan enfermedades respiratorias agudas y dejan su tendal de muertes en el mundo. Lo siguiente no pretende ser una prueba, pero si un ejemplo ilustrativo: una nota publicada el 1 de abril por el Independent de Londres acerca de lo que es específicamente peligroso en el corona apenas puede afirmar que, como se trata de una variante nueva, no hay una vacuna disponible todavía y que los expertos “temen” que se pueda propagar más rápidamente que la gripe. Es todo lo que un medio más o menos responsable está en condiciones de afirmar sobre la peligrosidad del virus, cumplidos tres meses desde su aparición en China.

Sin embargo, apoyándose en esa sólida plataforma de ignorancia que describimos al comienzo, algunos antes y otros después, voluntariamente o a disgusto, gran parte de los líderes del mundo, incluido nuestro presidente, decidieron someter a sus poblaciones a drásticas cuarentenas, frenando en seco las economías de sus países y preparando las condiciones para una recesión mundial sin precedentes. Fue como si ellos mismos cayeran uno tras otro bajo los efectos de un virus, esta vez de un virus ideológico, que se montó, como un pasajero indeseable, sobre el virus biológico, y que promete ser mucho más letal que su cabalgadura, una verdadera pandemia, paradójicamente bendecida y promovida por la Organización Mundial de la Salud.

Aparentemente el virus ideológico apareció en el mismo lugar que el virus biológico: Wuhan, China. Una médica del Hospital Central detectó varios casos de infecciones respiratorias en los que aparecía, en medio del cóctel habitual de virus, una variante desconocida del corona, y así se lo hizo saber a un colega. Un oftalmólogo (que más tarde se contagió y murió) vio ese mensaje y divulgó la novedad en las redes. El gobierno chino lo sancionó por hacer circular rumores infundados; el escándalo resultante llamó la atención del mundo, y con este salto a la escena pública el virus ideológico comenzó su periplo a caballo del virus biológico. Los virus corona representan habitualmente del 7 al 15% de los virus causantes de enfermedades respiratorias agudas que todos los años provocan miles de muertos en todo el mundo, pero a partir de ese momento todos los desenlaces fatales fueron atribuidos a la nueva cepa. Y ello a pesar de que el primer test para reconocer en laboratorio la presencia del virus, diseñado en Alemania, sólo estuvo disponible desde mediados de enero.

Es difícil describir la dinámica de lo que vino después. Pero el mundo se convenció de la peligrosidad extrema del Covid-19 con una convicción tan firme que sólo se me ocurre atribuirla al hecho de que, por primera vez en mucho tiempo, una misma “verdad” circulaba al mismo tiempo por la prensa tradicional y por las redes sociales. Una combinación de intereses económicos (laboratorios y proveedores de insumos médicos), sectoriales (científicos hambrientos de poder, fama y subsidios) y políticos (líderes en apuros necesitados de un “tema” para reanimar su liderazgo) se sumó a la sinergia destinada a convertir al Covid-19 en causa de una crisis mundial de dimensiones todavía no cuantificables.

Angela Merkel en Alemania, Boris Johnson en el Reino Unido, Donald Trump en los Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil adoptaron en principio la actitud más razonable: dejar que se contagiaran los que se tenían que contagiar, y que se murieran los que de todos modos se iban a morir, hasta lograr lo que se llama “inmunidad de rebaño”, es decir alcanzar el punto en que la cantidad de auto inmunizados es tan grande que la circulación del virus se vuelve perfectamente manejable. Pero todos ellos tuvieron que dar marcha atrás cuando los medios comenzaron a propalar escalofriantes cifras de muertos, imágenes de hospitales colapsados, de cadáveres amontonados en camiones, de crematorios funcionando día y noche. Hay que tener mucha espalda política para resistir esa danza macabra. El virus ideológico demostró ser más potente que el virus biológico.

Porque ¿cómo se explica que esas escenas aterradoras no encuentren su correlato en las tasas de mortalidad? ¿Cómo puede ser que los números digan que muere menos gente ahora que el año pasado, incluso allí donde los medios aseguran que los muertos se apilan en las morgues? Todas las temporadas invernales, en ambos hemisferios sumados, las enfermedades gripales (producidas por un cóctel de virus) arrojan un saldo de entre tres y cinco millones de enfermos de gravedad, y de entre 300.000 y 650.000 muertos. Este año decidimos atribuir todas las gripes a un solo virus del cóctel si se confirmaba su presencia en el paciente, decidimos concentrar a todos los engripados en determinados hospitales, y decidimos además que todos los desahuciados murieran en esos hospitales, y fueran de allí al crematorio sin que sus parientes pudieran despedirlos. El virus ideológico creó una tragedia social.

También creó una tragedia económica. La mayoría de los gobiernos, incluido el nuestro, optó por paralizar la actividad de sus sociedades y mantener a la gente recluida en sus casas para reducir la circulación del virus. La economía mundial se encamina hacia una recesión sin precedentes, y la nuestra a una agudización del estancamiento en que nos encontramos desde hace más de ocho años. Las pérdidas pronosticadas en los dos espacios son realmente pavorosas. Un costo enorme sin que se sepa bien para qué, porque, en cuanto se levanten las cuarentenas, al no haberse conseguido la “inmunidad de rebaño”, los contagios volverán a alcanzar renovados picos. Se repetirán entonces las cuarentenas tantas veces como sea necesario hasta que pase la temporada invernal y ceda la gripe. O aparezca la vacuna.

Una crisis como la presente no podía dejar de alimentar las teorías conspirativas. El virus lo inventaron los chinos para destruir la economía de Occidente, o lo inventaron los yanquis en los laboratorios de Fort Detrick para destruir la economía china. O fue diseñado para destruir a Irán, la potencia rival de Israel en el Medio Oriente, o para castigar a las grandes naciones católicas de Europa, como Italia y España. Estos escenarios aparecen en el menú habitual de los conspiracionistas, y ya resultan casi graciosos. Pero hay otros que causan menos gracia, porque asoman cuando, deliberadamente o por descuido, conspiradores más temibles dejan ver sus cartas. Aunque no es el único, ni el más importante, quiero centrarme en Bill Gates, uno de los patrocinadores más notorios del llamado Nuevo Orden Mundial, porque es quien más “ventanas” ha abierto sobre la eventualidad de una maquinación detrás del Covid-19.

En una charla TED sobre el cambio climático ofrecida en febrero de 2010, Gates se refirió al crecimiento demográfico y dijo: “Hoy el mundo tiene 6.800 millones de personas. Y promete aumentar hasta los 9.000 millones. Pero si hacemos un trabajo realmente bueno con las nuevas vacunas, la atención sanitaria, los servicios de salud reproductiva, lo podemos reducir tal vez en un 10 ó 15 por ciento. Aun así tendríamos un aumento de 1-1,3 por ciento.” ¿Un trabajo “realmente bueno” con las vacunas que reduzca el número de habitantes en el mundo…? ¿No debería ser al revés…? En octubre último, la Fundación Gates, el Foro Económico Mundial y otros patrocinantes del NOM condujeron la simulación de una pandemia, el ahora famoso Event 201, a partir de un virus imaginario cuyo comportamiento resultó en todo similar al Covid-19. Su escenario preveía una crisis de al menos 18 meses “hasta que haya una vacuna eficaz o hasta que entre el 80 y el 90% de la población mundial se haya contagiado”.

Pero, finalmente, durante una entrevista ofrecida también en el marco de las charlas TED el pasado 25 de marzo, Gates dijo como al pasar dos cosas interesantes. Primero, que no le interesaba para nada la “inmunidad de rebaño”, esto es que la masa de la población de los Estados Unidos se autoinmunizara por vía del contagio. “No queremos que haya mucha gente recuperada”, dijo. “Con la cuarentena, en los Estados Unidos, no queremos llegar al 1% de la población infectada”. Con lo que Gates está diciendo que todas sus expectativas se centran en el descubrimiento de una vacuna, y en un proceso de vacunación masiva y compulsiva. “Eventualmente -agregó, y ésta es la segunda cosa interesante-, deberíamos tener un certificado que diga quién es la persona recuperada, quién es la persona vacunada. Uno no quiere que haya gente dando vueltas por el mundo…”

En 2007, la ensayista canadiense Naomi Klein publicó La doctrina del shock, un libro en el que mostró cómo los poderes establecidos aprovechan los escenarios de gran conmoción social para imponer normas restrictivas de las libertades individuales que normalmente resultarían inaceptables, pero a las que una población aterrorizada se allana dócilmente si se les dice que le garantiza seguridad. Así ocurrió en los Estados Unidos con la llamada Ley Patriótica tras el atentado contra las torres de Nueva York, y así los partidarios del NOM esperan que ocurra ahora con la imposición de una vacunación universal y compulsiva, acompañada de un certificado que asegure el libre tránsito, el acceso a un empleo o la apertura de una cuenta bancaria, por ejemplo. Esto parecería ser nada más que una molestia, si no fuera que para Gates y sus amigos, como vimos más arriba, vacuna necesariamente significa esterilización, atención sanitaria significa eutanasia y salud reproductiva significa aborto. De otro modo, no se entiende cómo podrían ser utilizadas para el control de población, como él mismo propuso con toda franqueza diez años atrás.

Aquí hay por lo menos una conspiración real (y no es posible descartar otras, de naturaleza económica), montada sobre un virus ideológico que cabalga en el lomo de un virus biológico, y que explica toda esta situación anormal, esta verdadera alucinación colectiva, que está viviendo el mundo. No se puede culpar en principio al gobierno argentino de haber reaccionado como reaccionó cuando creyó, como creímos muchos, estar ante la amenaza de una pandemia. Pero ahora circula información suficiente y opiniones alternativas como para evaluar las cosas de otro modo. El desafío que se le plantea a Alberto Fernández resulta inconmesurablemente mayor, y ha de empezar por:

— Proteger razonablemente la salud de los argentinos, recomendando el aislamiento de los mayores de 65 años, principal grupo de riesgo de cualquier gripe, y el autoaislamiento durante un par de semanas de quienes presenten síntomas en el resto de la población;
— Restablecer cuanto antes la actividad económica, educativa y social, con restricciones limitadas sólo a los espectáculos y otras concentraciones masivas;
— Organizar la defensa nacional, y en lo posible también regional, contra cualquier intento externo de someter a la población a programas de vacunación masiva; y
— Asegurar la producción local de todas las vacunas del calendario obligatorio, para prevenir la inclusión clandestina de ingredientes no deseados en su fórmula.

Una política semejante puede complicarle la renegociación de la deuda, dada la comprobada colusión entre los acreedores y los partidarios del Nuevo Orden Mundial. Pero una persona con pretensiones de liderazgo debe hacer su apuesta y correr riesgos, lo mismo que un pueblo con pretensiones de nación. Esta es su oportunidad. Y también la nuestra.

–Santiago González

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5 opiniones en “El otro virus”

  1. Creo que la pandemia fue inducida por los nobles personajes arriba citados Gates Soros OMS Rockefeller etc y mas poderosos. Tambien creo que responde a un plan para bajar la demografia a nivel planetario. La vacuna es peligrosa. Ahora Cristina viajo a Cuba 9 veces el año pasado y yo lo asocio directamente a este tema. Con el impudico pretexto de persecusion de su hija. Diria esta mafiosa “todo coincide con todo” y ella zafando y convirtiendose en personaje de esta embestida que coincide con los postulados del foro de San Pablo creado por Lula y Castro para importar el comunismo a America Latina

  2. Muy de acuerdo. No debemos dejar sucumbir nuestro modo de vida y obligar a languidecer de inanición a quienes tienen voluntad de ganarse su sustento sólo asegurado para algunos pocos. Los pilares de nuestra civilización son justamente esas libertades que de ningún modo excluyen la solidaridad. Los salvoconductos y certificados de circulación son un resabio de los sistemas totalitarios de la RDA y la URSS

  3. El Sr. Gates tiene décadas de experiencia acumulada, en la industria del software, suministrando “prestaciones” no solicitadas en sus productos y recabando información personal a espaldas de los interesados. ¿Por qué habría de cambiar sus costumbres que le han resultado económicamente tan redituables? La industria de la salud, como tal, es sólo eso: una industria como tantas otras, cuyo fin son las ganancias extraordinarias, extraídas de mercados cautivos mediante monopolios.

  4. En lineas generales estoy de acuerdo. Es mas el miedo por el virus lo que daña, mas que el virus en si mismo. En modo alguno adscribo a las teorias conspirativas que circulan por todos lados y que en mi opinion son fruto de esa verdadera pandemia que es la estupidez. Y debemos estar mas que atentos al giro a la izquierda que siempre seduce a los horribles politicos que tenemos que soportar y mantener. El traje de lider le queda (y le va a quedar siempre) muy holgado a Fernandez. Es apenas un capitanejo.

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