No es la ideología, estúpido

Por Pat Buchanan *

“Puede que sea un hdp, pero es nuestro hdp”, dijo el presidente Franklin D. Roosevelt acerca del dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Nada más estadounidense que esa expresión. Porque los Estados Unidos han sabido entenderse con los autócratas cada vez que el interés nacional lo requirió.

George Washington bailó en una pata en 1778 cuando se enteró de que nuestros diplomáticos habían logrado una alianza con el rey Luis XVI de Francia. Esa alianza, lo tenía claro, sería indispensable para una victoria norteamericana.

En abril de 1917, los Estados Unidos fueron a la guerra con el propósito de “hacer del mundo un lugar seguro para la democracia” en colusión con cuatro de los más grandes imperios del mundo: el británico, el francés, el ruso y el japonés. Los cuatro se anexaron nuevos territorios y poblaciones coloniales gracias a la victoria en favor de la democracia, en la que jugamos un papel decisivo.

En la segunda guerra, le brindamos asistencia militar masiva a la URSS de José Stalin, quien la usó para aplastar, conquistar y comunizar a media Europa.

Antonio Salazar, el dictador de Portugal, fue miembro fundador de la OTAN. Durante la Guerra Fría, nos aliamos con los autócratas Syngman Rhee de Corea del Sur, Ferdinando Marcos de las Filipinas, el cha de Irán y el general Augusto Pinochet de Chile. El segundo ejército más poderoso de la OTAN obedece al gobierno autocrático del presidente Recep Erdogan.

Nuestros principales aliados en el mundo árabe son el general Abdel Fattah al-Sisi de Egipto, que derrocó al democráticamente electo presidente Mohamed Morsi, y una cantidad de reyes, príncipes, sultanes y emires a lo largo del Golfo Pérsico.

Y a pesar de todo, el presidente Joe Biden ha sostenido que hay una lucha mundial entre la democracia y la autocracia, y prometido que “La democracia debe imponerse, y lo hará”.

“Estamos de acuerdo con esa visión estratégica”, coreó el Washington Post.

Pero, ¿es ésta una descripción adecuada de la gran rivalidad de poder en el presente?

Si trazamos la línea divisoria entre autocracias y democracias, ¿dónde ponemos a Erdogan, Sisi y el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman?

¿Realmente estamos trabados hoy en una guerra ideológica con la Rusia de Vladimir Putin como lo estuvimos durante la Guerra Fría con la URSS de Stalin? Tenemos discrepancias con Putin sobre Crimea y la Donbas, y él pretende evitar que Ucrania y Georgia se incorporen a la OTAN. Pero, ¿dónde están las pruebas de que Putin pretenda cambiar nuestra forma democrática de gobierno en una autocracia? Putin objeta nuestras políticas, no nuestra democracia. Allá en la década de 1950, Nikita Jruschov alardeaba de que los nietos de los norteamericanos iban a vivir bajo el comunismo. ¿Cuándo proclamó Putin semejante objetivo ideológico para el Kremlin?

¿Nuestra disputa con China tiene carácter ideológico? China es una gran potencia militar y económico, una potencia en crecimiento, envuelta en conflictos con la mayoría de sus vecinos. Tiene diferencias comerciales con Australia, una disputa fronteriza con la India en los Himalayas, y problemas con Vietnam, las Filipinas y otras cuatro naciones sobre la propiedad de los islotes del Mar del Sur de la China. China también reclama Taiwán y las islas Senkaku, ocupadas por Japón. Pero, con la excepción de Taiwán y Hong Kong, a los que considera parte del territorio soberano chino, Beiyín no ha presionado a nación alguna para que adopte un sistema político similar al del Partido Comunista Chino. Coexiste con el Vietnam comunista, con la autocrática Myanmar, con el teocrático Afganistán y con los democráticos India, Australia y Japón.

La reyerta de Beiyín con nosotros no tiene que ver con que los Estados Unidos sean una “democracia”. Las objeciones de China tienen que ver con que nosotros bloqueamos sus ambiciones y respaldamos a las naciones del sur y el sudeste asiático que se oponen a sus objetivos estratégicos.

La disputa no es ideológica sino política y estratégica.

¿Por qué, entonces, convertirla en una guerra de sistemas? ¿Dónde están las pruebas de que Beiyín está tratando de comunizar a sus vecinos, o tratando de cambiar sus sistemas políticos para adecuarlos a los propios?

Por el contrario, existen abundantes pruebas para demostrar que los Estados Unidos procuran activamente subvertir el gobierno de Putin en Rusia. Aunque al Kremlin se lo acusa de haber hackeado el Comité Nacional Demócrata y la campaña de Hillary Clinton en 2016, e incluso aceptando que eso fuera cierto, ¿cómo se compara con la interferencia estadounidense actual en los asuntos internos de Rusia? ¿Son Radio Liberty/Radio Europa Libre objetivas y neutrales en su cobertura de Rusia? ¿Acaso esas numerosas organizaciones no gubernamentales y el Fondo Nacional para la Democracia adoptan una actitud prescindente respecto de la política interna de Rusia? ¿Qué hizo el Kremlin en favor de las ambiciones políticas de Donald Trump que sea comparable con lo que nuestras instituciones diplomáticas y gubernamentales y nuestras agencias cuasi-gubernamentales parecen estar haciendo para socavar a Putin y promover la candidatura de Alexei Navalni?

Si la democracia norteamericana está embarcada en una guerra ideológica con Rusia, ¿quién es el que lleva la ofensiva? ¿Quién pretende cambiar el sistema político de quién?

“El interés nacional estadounidense y la promoción de la democracia, o por lo menos de la estabilidad política, en el exterior no son cosas que puedan separarse fácilmente”, escribe el Washington Post. Pero, ¿dónde obtuvieron los Estados Unidos el derecho a interferir en los asuntos internos de otras naciones para alterarlos y conformarls con los propios?

Si nuestro propósito es democratizar a Rusia y China, es decir cambiar sus sistemas políticos para que se acomoden más estrechamente a nuestro sistema democrático, ¿no es eso equivalente a una declaración de guerra ideológica de nuestra parte? ¿No es ésta la esencia de la beligerancia ideológica? ¿Y quién, entonces, es el agresor en esta nueva guerra ideológica?


* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.

Califique este artículo

Calificaciones: 3; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

1 opinión en “No es la ideología, estúpido”

  1. ” … Pero, ¿dónde obtuvieron los EE.UU. el derecho a interferir en los asuntos internos de otras naciones para alterarlos y conformarls con los propios?
    Si nuestro propósito es democratizar a Rusia y China, es decir cambiar sus sistemas políticos para que se acomoden más estrechamente a nuestro sistema democrático, ¿no es eso equivalente a una declaración de guerra ideológica de nuestra parte? ¿No es ésta la esencia de la beligerancia ideológica? ¿Y quién, entonces, es el agresor en esta nueva guerra ideológica? ” …
    … Muy De Acuerdo ( … y sin comentarios … ) .
    Un Cordial Saludo .

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *