Por Bernardino Montejano *
En casi toda mi larga vida he tratado de molestar como Sócates, quien dijo: Dios me puso sobre nuestra ciudad como a un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto. Pero jamás me atrevería a compararme con el “maestro de la política virtuosa” al decir de Alfred Verdross, porque tengo la vivencia de mi pequeñez y no soy como un petulante colega quien se comparó con Aristóteles: un amigo suyo, el amigo boreal, era Platón, mientras él, amigo austral, era la reencarnación del filósofo de Estagira.
Las lecciones de este colega eran interminables y sus alumnos las padecían sin chistar, pero un día, en unas jornadas, harto por su desmesura temporal, le pedí un respiro y como no me lo concedió me retiré reclamando un derecho natural básico: el de hacer pis y no mearme encima. En esas circunstancias, el disertante aprendió la enseñanza del gran Chaim Perelman: todo discurso está limitado en el tiempo, magisterio válido no solo para docentes, sino también para conferencistas, políticos y sacerdotes, porque el respetar ese límite en el tiempo es una muestra del respeto debido al tiempo de los demás.
Recuerdo que ya desde chico molestaba en el Colegio rompiendo ciertas unanimidades peronistas de muchos hermanos maristas, todo lo que se acentuó con la Revolución de 1955 y cierta anarquía que se produjo después, con el gobierno del heroico pero a la vez benévolo general Eduardo Lonardi. Mi corto oficialismo acabó con el golpe del 13 de Noviembre y poco tiempo después molesté, incluso a parientes muy cercanos, al repudiar los asesinatos de 1956 del general Valle, varios coroneles y hasta de un conjunto de vecinos, cuya participación en la asonada era harto dudosa y que aparecen en la “Operación masacre”.
Seguí molestado al fundar junto a José María Wathelet y otros amigos el Centro de Estudios de Belgrano, cuyo lema primitivo “Orden y jerarquía” fue completado con el de “Bien común” por sugerencia de nuestro amigo y vecino Juan Carlos Zuretti.
Un capítulo siguiente fue el movimiento surgido alrededor de un arcángel sobre la ciudad, obra de Juan Antonio Ballester Peña a pedido de Jorge Labanca, que fue quien encabezó nuestro grupo hasta su partida para España. Durante bastante tiempo sentimos su ausencia y uno de los nuestros, pudo escribir: “porque la hermadad lo extraña y él nunca se desanima y porque vela en España, las armas de la Argentina”; pero eso se extendió, y al volver ya no era el mismo.
Mientras estudiaba derecho en la UBA, molestaba lo que podía en los cursos de promoción sin examen, convertidos en pequeños parlamentos, y militaba en el Sindicato Universitario de Derecho, conducido por Juan Luis Gallardo y estaba a cargo de su cartelera junto a Matías Sánchez Sorondo y Julio González. Hasta una vez fui candidato en las elecciones en una alianza con sectores afines junto a mi jefe. Sacamos casi 400 votos, pero quienes ganaron obtuvieron unos 2.000.
En ese tiempo queríamos molestar, como dice el poeta en sus versos:
A ese señor probo de gordo pensar,
Que se escandaliza llamándonos nazis,
Diciendo en el club, pontífice casi: yo soy liberal.
No olvido las palabras de Juan Carlos Goyeneche en el Luna Park: “Cuano os digan nazis, hinchad el pecho porque os quieren decir patriotas”.
Ya recibido gané un concurso en Mar del Plata, recomendado por Ricardo Zorraquín Becú y allí molesté tanto durante cinco años, que acabaron despidiéndome por no ser lo suficientente democrático, exigencia estatutaria. A un par de profesores que me denunciaron los invité a un debate acerca de la democracia según el magisterio de la Iglesia, pero ambos se achicaron. Con tal motivo, puliqué un opúsculo “La democracia según el magisterio de la Iglesia”, con prólogo de Germán Bidart Campos, que bautizaba de demócrata a cualquiera, obtenido por una eficaz gestión de Jorge Labanca.
Sin importarle nada esa tacha, ingresé a la docencia en la UCA de la mano de Tomás Casares y allí estuve 39 años, molestando mucho en los últimos tiempos, después de otros felices que había pasado durante los decanatos de Santiago de Estrada y Jorge Adolfo Mazzinghi. A los traidores de distinto pelaje que siguieron a estos grandes decanos, molestaron mucho mis palabras en un homenaje a Sacheri, las clases sobre la guerra de Irak, la del “El ateísmo militante” con motivo de la designación de Argibay en la Corte, sobre los pecados sexuales, con motivo de las andanzas de un obispo llamado Maccarone o Maricone, ya no me acuerdo, todo publicado en Verbo, Speiro, Madrid. Tanta molestia concluyó con mi forzada jubilación al cumplir 65 años y no morirme, durante la detructiva gestión de mon Zecca, cuya traducción es ácaro, chiche, garrapata o casa de cambio de moneda, con sus secuaces y alcahuetes.
Por otra parte, mi docencia en la UBA fue interrumpida por el montonero Kestelboim, restaurada por Pancho Bosch y concluyó con mi renuncia ante la anulación vergonzosa del concuso ganado en buena ley, por el sectario Bulygin, de hipócrita sonrisa.
En la USAL, donde todavía soy emérito, renuncié antes de la plandemia por las condiciones deshonrosas que pretendió imponerme la ginecocracia gobernante: se honraban de tenerme como profesor en Pilar, pero me eliminaban en la sede Centro, por quejas de alguna alumna, universalizadas por un par de brujas, reunidas en un extraño aquelarre.
Intenté molestar con la revista “Centurión” pero la iniciativa fracasó; cumplí mi palabra y salieron los seis números prometidos, que quedan como testimonio.
Y ahora, en el atardecer o anochecer de mi vida, sigo molestando con declaraciones desde el Instituto de Filosofía Práctica, que este año cumple sus cincuenta años de vida, designado por su fundador Guido Soaje Ramos; en el pluralista Instituto de Filosofía del Colegio de Escribanos de la Ciudad de Buenos Aires designado por el Consejo Directivo hace más de tres lustros y sobre todo, en el blog “La cigüeña de la torre”, el más leído de España en información religiosa, de Infovaticana, donde mi querido amigo Paco Pepe me acogió con generosidad y donde ya he publicado más de cien notas, según la exacta contabilidad de mi querido amigo el mayor (RE) Miguel Mujica, a pesar de que mi situacion es (MG) o sea mandado guardar, según decía de él mismo, el inolvidable Tomás Casares, para quien “un poco de anticlericalismo era necesario para salvarse”.
Como viejo tábano seguiré picando, molestado y escribiendo mis memorias, hasta que Dios quiera. Confío en su misericordia, que según Tomás de Aquino prevalece sobre su justicia, porque en defitiva es nuestro Padre celeste, que siempre nos espera.
* Presidente del Instituto de Filosofía del Colegio de Escribanos y del Instituto de Filosofía Práctica.