Por Pat Buchanan *
Después de haber prestado juramento para su cuarto mandato, Vladimir Putin abandonó el Kremlin y se dirigió hacia la Catedral de la Anunciación a fin de recibir la bendición del patriarca Cirilo de la Iglesia Ortodoxa Rusa. El patriarca y sus sacerdotes, con sus sagradas vestiduras, rodearon a Putin, quien, erguido y sin compañía, hizo la señal de la cruz.
Al mismo tiempo, el Vaticano transportaba vestimentas sagradas de la Capilla Sixtina hacia el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York para adornar modelos semidesnudas en un espectáculo erótico presentado como “Cuerpos celestiales. La moda y la imaginación católica”. Una de las modelos lució una tiara papal. El espectáculo causó sensación en la prensa secular.
El 17 de mayo en Minsk, Belarús, la embajada británica izó la bandera multicolor para celebrar el día internacional contra la homofobia, la transfobia y la bifobia. Al Ministerio del Interior bielorruso el gesto no le hizo gracia: “Las relaciones entre el mismo sexo son una impostura. Y la esencia de la impostura es siempre la misma: la devaluación de la verdad. ¡La comunidad LGBT y toda esa lucha por ‘sus derechos’ y el día mismo de la comunidad, no son más que una impostura!”.
Belarús le enrostra la verdad moral… ¡a Gran Bretaña!
¿Qué está pasando? Un estudio académico lo resume así: “Las tendencias estadísticas en materia de religión revelan que hay dos Europas separadas: el Oeste atraviesa un proceso de secularización, mientras que el Este post-socialista recorre el camino contrario.”
Una Europa le vuelve la espalda a Dios, la otra vuelve a Dios.
Y desde el momento en que Vladimir Putin y el bielorruso Alexander Lukashenko se plantan en defensa de los valores tradicionales en contra de las élites culturales de Occidente, el conflicto Este-Oeste pierde su claridad moral.
Ahora bien, en este contexto, ¿qué es lo que defendemos nosotros, los estadounidenses, ahora? ¿Cuál es nuestra causa en el mundo de hoy?
Durante la segunda guerra, los norteamericanos no dudaban que estaban en el lado correcto, contra el nazismo y contra un Japón militarista que nos había atacado en Pearl Harbor. Durante la guerra fría, creíamos estar del lado de Dios contra la maligna ideología del marxismo-leninismo, que declaraba la supremacía del estado comunista y afirmaba la no existencia de los derechos conferidos por Dios.
Esfumada la claridad moral de la guerra fría, ¿cómo galvanizamos a los norteamericanos para que peleen al otro lado del mundo, en lugares que la mayoría de ellos no sabría ubicar en un mapa?
Un artículo del Washington Post se ocupó de la dificultad estratégica que tendríamos incluso para imponernos, si nos enredáramos en guerras con Irán y Corea del Norte. “Cabría esperar que los Estados Unidos y sus aliados triunfaran, pero a un costo humano y material casi incalculable, particularmente en el caso coreano”, escribió David Ochmanek, investigador de Rand. Y Mara Karlin, profesora de John Hopkins, agregó: “Si la idea es asegurarse de que el Pentágono esté efectivamente en condiciones de planear y prepararse y pertrecharse para un conflicto potencial con China o Rusia, entonces trabarse en un conflicto con Irán o Corea del Norte es lo peor que podría suceder.”
Uno se pregunta: ¿cuántas de esas guerras potenciales –con Corea del Norte, Irán, Rusia, China– podríamos librar sin desangrar a los Estados Unidos y mandarlos a la quiebra? ¿Cuál sería el beneficio potencial de esas guerras, especialmente con China o Rusia, capaz de justificar su costo?
Al mirar hacia atrás, se advierte que sólo una gran potencia sobrevivió el siglo pasado como potencia mundial. Los imperios germano, ruso, austro-húngaro y otomano no superaron la primera guerra. La segunda terminó con los imperios británico, francés, italiano y japonés. La Unión Soviética y los Estados Unidos fueron las únicas grandes potencias sobrevivientes de la segunda guerra, y la propia URSS colapsó entre 1989 y1991.
Entonces, a partir de 1991, los norteamericanos nos aventuramos por el trajinado sendero del imperio, aplastando a Irak para rescatar a Kuwait. Evalentonados con ese triunfo marcial, nos arrojamos sobre Afganistán, Irak, Libia, Siria y Yemen. Todavía atrapados en esos lugares, ahora hablamos de guerra con Corea del Norte o Irán, e incluso con Rusia y con China, en el primer caso por su anexión de Crimea, en el segundo por su anexión del Mar del Sur de la China.
Donald Trump llegó a la presidencia porque le prometió al pueblo “Devolver la grandeza a los Estados Unidos” y poner a “Los Estados Unidos primero”.
Lo que nos devuelve a la pregunta inicial: ¿cuál es hoy la causa de los Estados Unidos?
Derrotar al fascismo y el nazismo era una causa. Defender a Occidente contra el comunismo era una causa. Pero, ¿qué causa congrega hoy a los norteamericanos? Ciertamente no es la cristianización del mundo, como lo fuera hace siglos, ni imponer el gobierno de Occidente a toda la humanidad, como lo fue en la era de los imperios, desde el siglo XVII al siglo XX. La cruzada democratizadora ha pasado de moda, ya que las elecciones libres que exigimos han producido a Hamas, el Hezbolá, la Hermandad Musulmana en Egipto, Muqtada al Sadr en Irak, y nacionalistas, populistas y autócratas desde Asia al medio oriente a Europa.
Tal vez nuestra misión sea defender y proteger lo que es vital para nosotros, mantenernos al margen de guerras extranjeras donde nuestros intereses críticos no estén en peligro, y reunificar a nuestra dividida y contenciosa república… si es que estamos a tiempo de hacerlo.
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.