El juego de las humillaciones

En las primeras horas del lunes, el candidato peronista a la presidencia de la nación, Daniel Scioli alzaba triunfalmente los brazos del gobernador de Tucumán José Alperovich y del aspirante oficialista a la gobernación provincial Juan Manzur, quien se atribuía la victoria en unos comicios plagados durante todo el domingo por denuncias de fraude, respaldadas por multitud de fotografías, filmaciones, y narraciones. Menos de veinte horas más tarde, los tucumanos daban a entender que no le habían creído a Scioli, y estremecían con sus reclamos la plaza central de San Miguel, considerando que habían sido burlados en su voluntad ciudadana. Scioli desestimó la opinión de los tucumanos, desestimó episodios groseros e ilegales, como la entrega de dádivas y la oferta de transporte privado para acudir al comicio; ¡cómo no los iba a desestimar, cuando él mismo había utilizado indebidamente el avión presidencial, un bien del estado, para viajar a la provincia y participar de unos dudosos festejos partidarios! Las denuncias sobre fraude fueron tantas y tal escandalosas que el candidato opositor José Cano pidió la anulación de los comicios. La justicia electoral tucumana rechazó el pedido, y Scioli pidió a los rivales de su partido que aceptaran los resultados. Scioli no titubeó en asociarse a uno de los gobiernos provinciales más corruptos que haya producido el kirchnerismo, ni en acompañar a un candidato que no puede justificar el aumento de su patrimonio en los últimos años. Nuevamente, ¡cómo no lo iba a acompañar, si él mismo no puede justificar su propio patrimonio! Apenas días antes había presentado, como está obligado a hacerlo por su condición de candidato, una declaración jurada de bienes que dio amplio material para las humoradas por lo increible de sus cifras.

Scioli se burló de los tucumanos y de los argentinos todos, que pusieron el ojo en lo que ocurría en la provincia del norte, al respaldar los resultados de una elección fraudulenta organizada por un gobierno corrupto; antes se había burlado de todos los ciudadanos, los que lo van a votar y los que no lo van a votar, al presentar una declaración patrimonial que ni siquiera se había tomado el trabajo de dibujar con cierto arte: en tan poca estima tiene a aquéllos cuyo voto reclama. Pero Scioli recibió un trago de la misma medicina cuando se enteró de que en los balcones internos de la Casa Rosada, mientras él cumplía sin ruborizarse su función de aplaudidor presidencial, había sido colgado un cartel con la leyenda “Zannini para la Victoria”, una burla cruel de la corona para con su súbdito más ciegamente sumiso y leal. Scioli hace como que soporta las burlas, pero enseguida las vuelca sobre los ciudadanos para descargar su espíritu.

En este juego de las humillaciones que van y vienen, tan propio del kirchnerismo, los ciudadanos somos el consumidor final, los que pagamos resignadamente, como pagamos el IVA que por arriba todos vienen descargando, los que soportamos la humillación cotidiana de una élite corrupta que nos desprecia. Y más de una vez terminamos por descargarla agrediéndonos entre nosotros. Nada dice sin embargo que esto deba seguir así. Hay salida, más de una. Hay para elegir. –S.G.

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