Por Pat Buchanan *
Dentro de una semana los europeos van a poder medir hasta dónde creció la marea de populismo y nacionalismo en sus países y en su continente. Para entonces estarán disponibles los resultados de tres días de elecciones en las 28 naciones representadas en el Parlamento Europeo. Según las expectativas, los nacionalistas y los populistas van a exhibir su más fuerte presencia desde el establecimiento de la Unión Europea, y su grupo parlamentario –la Europa de las Naciones y las Libertades– podría alzarse con la cuarta parte de las bancas en Estrasburgo.
Se anticipa que el nuevo Partido pro Brexit de Nigel Farage saldrá primero en las elecciones británicas, superando de dos a tres veces los votos del Partido Conservador de Theresa May, actualmente en el gobierno. En Francia, la Agrupación Nacional de Marine Le Pen corre cabeza a cabeza con el partido del presidente Emmanuel Macron, que promete “más Europa”. Matteo Salvini, ministro del interior y líder de la Liga, predice que su partido será primero en Italia y primero en Europa.
A invitación de Salvini, una decena de partidos nacionalistas se reunieron en Milán el pasado fin de semana. Dentro de una semana, podrían constituir el tercer bloque en importancia en el Parlamento Europeo. Si lo logran, habrá sido a expensas de los partidos de centroderecha y de centroizquierda que han dominado la política europea desde la Segunda Guerra.
Hablando ante decenas de miles de simpatizantes frente al Duomo de Milán, Salvini les devolvió a sus enemigos en la cara el escarnio de que estos nuevos partidos arraigan en las viejas políticas desagradables de la década de 1930: “En esta piazza no hay extremistas. No hay racistas. No hay fascistas… En Italia y en Europa, la diferencia es entre los que hablan del futuro en lugar de enjuiciar el pasado”. Mañana versus ayer, dice Salvini.
Mientras el establishment europeo traza paralelos entre los partidos populistas del presente y lo que ocurrió en los 30, omite reconocer su propia e indispensable responsabilidad en esta deserción masiva hacia la derecha populista que ahora pone en peligro su hegemonía política. Los partidos populistas y nacionalistas están movilizados y unidos tanto por lo que repudian como por lo que la UE ha producido.
¿Y qué es eso?
Rechazan las inequidades de la nueva economía, en la que los salarios de la clase trabajadora y la clase media, que son el corazón de una nación, han quedado exageradamente retrasados respecto de la clase administrativa y de las élites empresariales y financieras. La gente que trabaja con las manos, con herramientas o con máquinas ha visto cómo sus salarios se reducen y sus oportunidades de empleo se desvanecen, al revés de lo ocurrido con los que mueven números en computadoras. Las disparidades se han vuelto demasiado grandes, tanto como la distancia entre las capitales nacionales y el interior de los países.
Después está el problema de la inmigración. Los europeos nativos no ven con simpatía los nuevos grupos étnicos que en las últimas décadas han llegado en considerable cantidad y sin ser invitados, no se han asimilado, y han creado enclaves que reproducen los lugares del tercer mundo de donde provienen. Si se pudiera identificar un reclamo común a todos los populistas, sería: “¡Queremos que nos devuelvan nuestro país!”
Se podrá decir cualquier cosa de los populistas y de los nacionalistas, pero es gente de corazón. Aman sus países. Aprecian las culturas en las que crecieron. Desean mantener sus identidades nacionales propias y singulares.
¿Qué hay de malo en ello?
El patriotismo es un elemento central de los movimientos nacionalistas y populistas. El globalismo les es extraño. Creen en la Europa de De Gaulle, de estados nacionales “desde el Atlántico hasta los Urales”, no en la Europa abstracta de Jean Monnet, y mucho menos en la actual burocracia de Bruselas. La nación, la patria, es la mayor entidad hacia la que uno puede guardar lealtad y amor. ¿Quién marcharía hacia la tierra de nadie a favor de la Unión Europea?
Los nacionalistas de Europa no son todos iguales. El Partido de la Ley y la Justicia, que gobierna en Polonia, discrepa con el Partido Fidesz, del primer ministro Viktor Orban, que gobierna en Hungría, repecto de la Rusia de Putin.
Si bien el Parlamento de la UE no posee un gran poder, estas elecciones no carecen de un gran significado.
Pensemos en Farage. Si su Partido pro Brexit triunfa en Gran Bretaña, ¿cómo podrán los conservadores no seguir adelante con lo votado en 2016 y retirarse de la UE sin traicionar a sus bases más leales en esta cuestión tan crítica?
El nacionalismo se propaga por Europa, y profundiza las reyertas entre las principales potencias aliadas en la OTAN.
Alemania no va a llegar al prometido dos por ciento del PBI para defensa que el presidente Donald Trump le ha reclamado. Pero Berlín sigue adelante con un segundo gasoducto, el Nord Stream 2, que llevará natural desde Rusia hacia Alemania por debajo del Mar Báltico.
Turquía se apresta a recibir este verano [boreal] un sistema de defensa antiaérea S-400 hecho en Rusia, pese a la advertencia estadounidense de que la venta de 100 cazas F-35 quedará sin efecto si los turcos siguen adelante con el sistema ruso.
¿Será que los nacionalistas europeos se subieron a la ola del futuro? ¿O veremos renacer la idea de Una Europa, esa unión política y económica que inspiró a los soñadores de antaño?
Desde aquí, el futuro de Europa parece más Matteo que Macron.
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.