Por Pat Buchanan *
Al detonar una bomba de 100 kilotones después de haber disparado un misil por sobre Japón, Kim Jong Un ha atraído sobre sí la atención mundial.
¿Qué se propone?
Casi seguramente no una guerra con los Estados Unidos. A cambio de cualquier daño que pudiera causar a las tropas y las bases norteamericanas en Corea del Sur, Okinawa y Guam, su país quedaría destruido y aniquilado el régimen que fundó su abuelo.
“El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin lucha”, escribió Sun Tzu. Es probable que una idea semejante ronde por la cabeza de Kim.
Sus pruebas nucleares y misilístcas son una respuesta al jactancioso reto de George W. Bush quien, en su discurso sobre “el eje del mal”, declaró que no debería permitirse que los peores regímenes del mundo se hicieran de las peores armas del mundo. El que probablemente sea en este momento el peor régimen del mundo posee ahora la peor arma del mundo, la bomba de hidrógeno, a la que le seguirán los misiles intercontinentales.
¿Qué más quiere Kim?
Quiere que los Estados Unidos pongan fin a los ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur, reconozca su régimen, rompa el pacto de seguridad con Seúl, y retire sus fuerzas de la península. De ningún modo, responde el presidente Trump. A la salida de la iglesia, Trump agregó: “Lo que dicen los surcoreanos de un entendimiento con Corea del Norte no va a funcionar, ¡ellos sólo entienden una cosa!”
Al día siguiente, Corea del Sur aceleraba la activación de la defensa antimisilística a gran altura instalada por los Estados Unidos. Rusia y China hablaban de desplazar fuerzas misilísticas hacia la zona. Y [el secretario de defensa James] Mattis advertía a Kim que estaba jugando con la suerte de su país: “Cualquier amenaza a los Estados Unidos o a sus territorios, incluido Guam, o a nuestros aliados, recibirá una contundente respuesta militar.”
Puesto que los Estados Unidos nada ganarían con una nueva guerra en Corea, en la que miles de norteamericanos y millones de coreanos podrían perecer, el primer imperativo es ahorrarse la retórica bélica, e impedir una guerra que, como bien dice Mattis, sería “catastrófica”. China ha dicho que, ante un nuevo conflicto en Corea, se pondría del lado del Norte, pero sólo si el Norte no es el primero en atacar. Por éstas y otras razones, los Estados Unidos deberían dejar que el Norte aseste el primer golpe, a menos de que existan pruebas sólidas de que Kim prepara un ataque nuclear preventivo.
Pero una vez que le pongamos la montura a esta crisis, si es que lo logramos, deberíamos preguntarnos por qué estamos metidos en ella. Por qué somos parte de este conflicto congelado desde 1953 y ubicado a 13.000 kilómetros de distancia.
La primera guerra en Corea terminó meses después de que Eisenhower iniciara su primer mandato. Nuestro tratado de seguridad con Seúl se firmó en octubre de 1953. En ese año, los sucesores de Stalin se habían hecho cargo de una URSS atareada en probar misiles y bombas de hidrógeno. En China gobernaba el presidente Mao, que había enviado un millón de “voluntarios” a pelear en Corea. Japón, que empezaba a recuperarse de la Segunda Guerra, se encontraba desarmado y dependía por completo de los Estados Unidos para su defensa.
¿Qúe ha cambiado en seis décadas y media?
La URSS ya no existe. Se desintegró, hace tres décadas, en 15 naciones. Japón creció hasta ostentar una economía cien veces más grande que la de Corea del Norte. Corea del Sur se encuentra entre las naciones más avanzadas de Asia, con una población que duplica a la del Norte y una economía cuarenta veces más grande. Desde que el tratado de libre comercio KORUS entró en vigencia con el presidente Obama, Seúl ha disfrutado de superávit comercial en bienes a expensas de nosotros.
El mundo ha cambiado de manera impresionante desde la década de 1950. Pero la política exterior estadounidense no cambió proporcionalmente.
Este asunto básico necesita ser encarado.
¿Por qué seguimos manteniendo 28.000 soldados en Corea del Sur, que son como una trampa tendida para enredarnos en una segunda guerra en Corea desde su mismo comienzo, una guerra capaz de atraer ataques nucleares contra nuestros hombres, nuestras bases y, en seguida, contra nuestra nación?
No podemos dejar solos a nuestros aliados coreanos en esta crisis. Pero deberíamos ver el empeño del Norte por acoplar ojivas nucleares con misiles balísticos como un llamado de atención para que revisemos una política arraigada en realidades de la Guerra Fría que dejaron de existir cuando Ronald Reagan se volvió a su casa.
Veamos. Corea del Norte dedica el 25 por ciento del PBI a la defensa. Corea del Sur gasta el 2,6 por ciento y Japón el uno por ciento. Y sin embargo, estos poderosos aliados asiáticos, que gozan de enormes superávit comerciales anuales a expensas de nosotros, necesitan que los defendamos de un paisito loco que tienen al lado.
Después de esta crisis, Corea del Sur y Japón deberían comenzar a hacer un esfuerzo de defensa similar al que hacen los Estados Unidos, y crear sus propios disuasivos nucleares. Esto tal vez logre capturar la atención de Beijing, cosa que no han logrado nuestros pedidos de ayuda en Corea del Norte. Involucrada ya en disputas territoriales con Rusia y la India, ambas naciones con armas nucleares, el dominio chino en Asia –si Japón y Corea del Sur se dotan de armas nucleares– comenzaría a reducirse.
“Como nuestra situación es nueva”, dijo Abraham Lincoln, “debemos pensar las cosas de nuevo y actuar de manera novedosa.”
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana © Gaucho Malo.