El GOP pierde su oportunidad

Por Pat Buchanan *

Al despertar ese miércoles 9 de noviembre de 2016 los republicanos se enteraron de que habían ganado la lotería. Donald Trump había conquistado la presidencia al imponerse en Wisconsin, Michigan y Pennsylvania. En las últimas seis elecciones presidenciales, los tres estados habían sido para los demócratas.

El GOP1 se había adjudicado ambas cámaras del Congreso. El control partidario sobre gobernaciones y legislaturas estaduales rivalizaba con el de los años dorados de la década de 1920.

Pero no todos estaban contentos. Los neocons2 y los Trump Jamás quedaron horrorizados, y tan resentidos como lo estuvieron desde que la mejor promoción de candidatos presidenciales de que se tuviera memoria, según se jactaban las elites del GOP, fuera masacrada en las primarias por los populistas.

Y hubo, además, un sonoro llamado a la realidad: Hillary Clinton había ganado el voto popular. Su ventaja se elevaría a casi tres millones, lo que la convertía en la sexta elección presidencial, entre siete, en la que el GOP perdía el voto popular. Trump había quebrado el “muro azul” de los demócratas, pero con que sólo 70.000 votos hubiesen cambiado de bando, el GOP habría sufrido una tercera derrota consecutiva.

Cumplidos siete meses de la presidencia de Trump. la promesa de una nueva era republicana se ha esfumado. Y no porque Nancy Pelosi y Chuck Schumer hayan resultado unos adversarios formidables, sino porque la coalición del GOP se colocó en pie de guerra… contra sí misma.

Trump se dedicó a menospreciar al líder de su bloque en el Senado Mitch McConnell porque no logró la aprobación de la reforma de la salud pública, aunque el voto de gracia contra el proyecto lo disparó John McCain, quien, por propia conveniencia y para alegría de la prensa, torpedeó los esfuerzos de McConnell y humilló a su partido.

Y, sin embargo, como escribe Allan Ryskind en el Washington Times, es mérito de McConnell que Neil Gorsuch ocupe un lugar en la Corte Suprema. Si Mitch no hubiera mantenido a sus tropas alineadas para bloquear en el Senado al candidato del presidente Obama, el juez Merrick Garland, no habría existido un lugar vacante para que Trump lo cubriera con Gorsuch.

McConnell también es una figura indispensable para el esfuerzo de Trump y el GOP tenidente a poblar los tribunales federales de apelación con discípulos de Antonin Scalia.

¿Qué sentido tiene que el director técnico basuree a su mediocampista… en mitad del campeonato?

No cabe duda de que el Congreso, al que los votantes dieron el mandato de terminar con el Obamacare, rebajar los impuestos y reconstruir la infraestructura del país, hasta ahora no ha hecho nada. Y si el Congreso no logra producir una reforma impositiva, el GOP se verá obligado a dar serias explicaciones en 2018.

En cuanto a Trump, si bien la aprobación pública de su desempeño se ha reducido a niveles sin precedentes para un presidente en su primer año de mandato, ha cumplido varias promesas importantes y ha conseguido varios logros significativos. Colocó a Gorsuch en la Corte. Retiró a los Estados Unidos de la Alianza del Pacífico y del Acuerdo de París sobre Clima. Persuadió a los aliados de la OTAN de que se hicieran cargo de una porción mayor de su defensa. Aprobó el tendido de los ductos Keystone XL y Dakota Access. La seguridad fronteriza ha mejorado notablemente. Las noticias económicas han sido excelentes. Niveles récord en la bolsa, casi pleno empleo, un crecimiento que se acerca al tres por ciento prometido. La industria del carbón ha sido liberada, y los hombres de Trump están renegociando el NAFTA.

Y sin embargo, las divisiones acerca de las políticas y la personalidad del presidente son cada vez más anchas. Trump no tiene el consenso ni el respeto de muchos legisladores de su propio partido, y buena parte de la prensa republicana lo trata con arrogante desprecio. Y esa forma de soborno tan típica de Washington –vilipendiar al propio presidente a instancias de la prensa, a cambio de que ésta elogie el “coraje” y la “independencia” del apóstata– se practica a la vista de todos.

Y lo que es más crítico, hay desencuentros sobre políticas que también parecen irreconciliables. Los republicanos librecambistas siguen siendo inexorablemente hostiles al nacionalismo económico, aunque países como China sigan comiéndose nuestro almuerzo. En julio, el déficit comercial estadounidense en bienes fue de 65.000 millones de dólares, con una tasa anual de más de 780.000 millones. Los intervencionistas continúan presionando por un enfrentamiento con Rusia en los estados bálticos y Ucrania, por el envío de tropas estadounidenses a Siria, Irak y Afganistán, por desconocer el acuerdo nuclear con Irán. Respecto de las cuestiones sociales, el GOP parece dividido, y muchos prefieren oponerse tibiamente al matrimonio homosexual y al aborto, y esperar que la Corte Suprema que inició la batalla cultural cambie el rumbo con las nuevas designaciones de Trump. Incluso algunos miembros del gabinete y colaboradores de Trump hicieron saber a los medios que no están en absoluto de acuerdo con la posición del presidente respecto de la refriega de Charlottesville. Y el inminente choque respecto de las estatuas de estadistas y militares confederados probablemente enfrente a los republicanos del Norte con los del Sur.

Los obreros blancos que le dieron a Trump el triunfo en el Medio Oeste se preguntan por qué la acción afirmativa, una discriminación a la inversa hecha a sus expensas, no ha sido abolida todavía. Y el presidente de la legislatura Paul Ryan y otros que se habían comprometido con la reforma de los subsidios –para equiparar los beneficios de la Seguridad Social con los del Medicare, elevando las contribuciones de los más pudientes para asegurar la solvencia de los programas a largo plazo– han brillado por su ausencia últimamente.

Lo que resulta evidente es que la oportunidad histórica que tuvo el partido en enero para forjar una coalición de conservadores y populistas capaz de encontrar un terreno común en materia de inmigración, comercio, seguridad en las fronteras, gasto, cultura y política exterior, se está desvaneciendo.

Y la batalla por el espíritu y el futuro del GOP, que se creía suspendida hasta 2020, se reaviva una vez más.

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana © Gaucho Malo.

  1. Iniciales de Grand Old Party, el Partido Republicano. []
  2. Conservadores procedentes de las filas del Partido Demócrata, el sionismo y la izquierda antistalinista. Tuvieron gran influencia en la política exterior de George W. Bush. [N. del T.] []

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