Por Pat Buchanan *
La campaña tendiente a revertir la elección de 2016 y derribar al presidente Trump cobró velocidad esta semana.
La inspiración brotó el sábado por la mañana desde el altar de la Catedral Nacional donde nuestro establishment se congregó para rendir homenaje a John McCain. Allí estuvieron todos los presidentes desde 1993 a 2017, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama; los vicepresidentes Al Gore y Dick Cheney, los secretarios de estado Hillary Clinton, John Kerry y Henry Kissinger, los líderes de ambas cámaras del Congreso, y demasiados generales y almirantes como para enumerarlos.
Obama trepó al púlpito para pronunciar una lacerante impugnación contra el hombre que está desmantelando su legado: “Gran parte de nuestra política, de nuestra vida pública, de nuestro discurso público puede parecer pequeña y mezquina e insignificante, un intercambio de pomposidades e insultos, y falsas controversias e indignaciones manufacturadas… Es una política que se pretende audaz y recia, pero que en realidad nace del miedo.”
Los oradores alabaron la disposición de McCain para cruzar las líneas partidarias, pero los demócratas partieron con una renovada determinación: de aquí en más, ¡al choque!
El martes por la mañana, al iniciarse las audiencias de la comisión judicial del Senado sobre la postulación del juez Brett Kavanaugh a la Corte Suprema, los demócratas interrumpieron el proceso y exigieron un inmediato cuarto intermedio, mientras numerosos manifestantes reclamaban a los gritos que se cancelaran las audiencias. Haciéndose cargo de la organización de los disturbios, el senador Dick Durbin se jactó: “Lo que hemos escuchado es el sonido de la democracia”.
Ahora, si la acción de una turba para impedir una audiencia del Senado es el sonido de la democracia, entonces se entiende que muchos países comiencen a ver con otros ojos a los gobernantes autoritarios que al menos pueden ofrecer una apariencia de orden.
El miércoles aparecieron en el Washington Post algunos anticipos del nuevo libro de Bob Woodward, que atribuye al jefe de gabinete John Kelly y al general James Mattis groseras observaciones sobre la inteligencia, el carácter y la madurez del presidente, en las que la Casa Blanca de Trump aparece descripta como un “loquero” conducido por un chico inmaduro. Tanto Kelly como Mattis negaron haber hecho tales comentarios.
El jueves apareció en el New York Times una columna de opinión escrita por un “alto funcionario” anónimo que dijo ser parte de una “resistencia que opera diligentemente desde dentro para frustrar partes de su agenda [la de Trump]”. Unos cuantos párrafos de prosa pedestre que nada decían sobre Trump que no se pueda leer o escuchar a diario en los medios, pero que causaron sin embargo sensación sólo porque los editores del Times decidieron proporcionar al colaborador desleal y sedicioso que lo escribió inmunidad y cobertura para traicionar a su presidente.
La transacción sirvió a los objetivos políticos de los dos partidos.
Si bien el libro de Woodward probablemente encabece en su lanzamiento la lista de los más vendidos que elabora el New York Times, y “Anónimo”, una vez descubierto y expulsado, consiga sus 15 minutos de fama, todo esto no anticipa nada bueno.
Porque lo que aquí está en marcha es algo en lo que los Estados Unidos se ha especializado: un cambio de régimen. Sólo que el régimen que nuestro establishment y nuestra prensa quieren cambiar esta vez es el gobierno de los Estados Unidos. Lo que está en marcha es el derrocamiento del jefe de estado democráticamente electo de los Estados Unidos.
La metodología es conocida. Después de un prolongado ataque contra la Casa Blanca y el presidente por parte de la oficina de un fiscal especial, la cámara baja propone el juicio político y una prensa colaboracionista interpreta su tradicional papel de reparto.
Los presidentes resultan heridos, discapacitados o derrocados, y vuelan los Pulitzer en todas direcciones.
Nadie sugiere que Richard Nixon estuvo libre de pecado cuando trató de encubrir la intromisión en el Watergate. Pero nadie debería llamarse a engaño y creer que el derrocamiento de ese presidente, menos de dos años después de que ganara por la más amplia mayoría en la historia de los Estados Unidos, no fue un acto de venganza por parte de una ciudad llena de odio que le clavó la espada a Nixon por conductas similares a las que supo encubrir o esconder bajo la alfombra en los años de Roosevelt, Kennedy y Johnson.
Entonces, ¿hacia dónde nos encaminamos?
Si las elecciones de noviembre producen, como muchos anticipan, una mayoría demócrata en la cámara baja, habrá más investigaciones sobre el presidente Trump que las que cualquier hombre encargado de conducir el gobierno de los Estados Unidos pueda soportar. Está la investigación Mueller sobre el “Rusiagate” que comenzó antes de la asunción de Trump. Está la investigación en el Distrito Sur de Nueva York sobre sus negocios y su vida privada antes de que se convirtiera en presidente. Está la investigacón del Estado de Nueva York sobre la Fundación Trump. Y habrá investigaciones por parte de comisiones de la cámara baja sobre supuestas violaciones a la Cláusula de Emolumentos. Y en todos los casos habrá legiones de periodistas dispuestos a divulgar filtraciones de todas esas investigaciones. Entonces, si la prensa logra hundir lo suficiente la imagen de Trump en las encuestas, llegará la investigación del juicio político, con la consiguiente regurgitación de todo lo dicho antes.
Si Trump tiene las agallas para resistir, y el Senado sigue siendo republicano, tal vez pueda sobrevivir, especialmente si los demócratas se dividen entre la izquierda socialista militante y en ascenso y la cofradía septuagenaria encabezada por Hillary Clinton, Joe Biden, John Kerry, Bernie Sanders y Nancy Pelosi.
El 2019 se perfila como el año de un bellum omnium contra omnes, de una guerra de todos contra todos. Entretenido, qué duda cabe, pero ¿cuántos más de estos coups d’état puede soportar la república antes de que una nueva generación diga basta?
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.