Por Pat Buchanan *
“El infierno no existe, dice el Papa” El titular se repitió el Jueves Santo en todos los medios del mundo. Citaban un diálogo, publicado en La Repubblica, entre el papa Francisco y su amigo ateo, el periodista Eugenio Scalfari. “¿Y qué pasa con las almas malas? ¿Dónde son castigadas?” Y el Papa, según el diario, repuso: “No son castigadas (…) Las que no se arrepienten, y por lo tanto no pueden ser perdonadas, desaparecen. No existe un infierno, existe la desaparición de las almas pecadoras.”
En el primer jueves santo, Judas traicionó a Cristo. Y sobre Judas dijo el Señor: “¡Ay de ese hombre que entregue a Hijo del Hombre! Más le valdría a ese hombre no haber nacido.” ¿Acaso el alma de Judas, y las de los monstruosos malvados de la historia, “desapareció sin más”, como dijo el general MacArthur de nuestros soldados? Si el infierno no existe, ¿no se va con él el mayor disuasor de los peores pecados? ¿Para salvarnos de qué murió Cristo en la cruz?
Si Francisco dijo esas palabras, se trataría de una herejía lisa y llana. Si las hubiese dicho ex catedra, estaría contradiciendo 2.000 años de doctrina católica, arraigada en las enseñanzas del propio Cristo. Estaría poniendo en tela de juicio la infalibilidad papal, tal como la definió en 1870 el Concilio Vaticano de Pío IX.
Y se plantearía la pregunta de si Francisco es un verdadero Papa.
El Vaticano emitió rápidamente una declaración en la que dijo que el Papa había mantenido una conversación privada, no una entrevista formal, con su amigo Scalfari. Y agregó el Vaticano: “No transcribe las palabras textuales pronunciadas por el Papa. Ninguna cita del artículo mencionado puede ser considerada por lo tanto como una transcripción fiel de las palabras del Santo Padre.”
Lamentablemente, esto no basta. Esto no responde la pregunta que se plantea en la conversación papal. ¿Existe o no el infierno? ¿Las almas que mueren en pecado mortal son condenadas al infierno por toda la eternidad? ¿Acepta el Papa esta creencia? ¿Sigue siendo ésta la enseñanza infalible de la Iglesia Católica Romana?
Por mucho que uno pueda aplaudir las posiciones de Francisco en materia de justicia social, respecto de las cuestiones relacionadas con la fe y la moral ha puesto en cuestión la doctrina establecida y creado confusión a través de la Iglesia de la cual es cabeza.
En su carta Amoris Laetitia, “La alegría del amor”, el Papa pareció dar su aprobación a que reciban la comunión los católicos divorciados y vueltos a casar, aunque sus matrimonios anteriores no hayan sido anulados, y que según la Iglesia viven en adulterio.
El cardenal Gerhard Muller, ex prefecto de la oficina vaticana para la Doctrina de la Fe, el cargo que alguna vez ocupó el papa Benedicto XVI, dice que esto contradice la doctrina católica tal como la enunció el papa Juan Pablo II. “Ningún poder en el cielo ni en la tierra, ni un ángel ni un papa, ni un concilio ni una ley episcopal tiene la facultad de cambiarla”, asegura el cardenal Muller.
Cuatro cardenales, entre ellos el norteamericano Raymond Burke, pidieron al Papa en una carta formal que aclarara Amoris Laetitia. El Papa no lo hizo, ni atendió a las preocupaciones de los cardenales. De hecho, cuando al comienzo de su papado se le preguntó sobre la inmoralidad de la homosexualidad, el Papa eludió la pregunta: “¿Quién soy yo para juzgar?” Pero si vos no, ¿quién? ¿La discriminación entre lo correcto y lo incorrecto no forma parte acaso de vuestra descripción de tareas?
Y no es sólo en el campo de la doctrina donde el Papa ha sembrado confusión entre los fieles. Para legalizar la iglesia católica clandestina en China, el Papa y el Vaticano aceptaron pedir a los obispos católicos que se hagan a un lado a favor de los obispos aprobados por el Partido Comunista, que procura un control más estricto de las confesiones cristianas. El Vaticano también decidió aprobar la consagración de un obispo propuesto por Beiyín, a quien Roma antes consideraba como ilegítimo.
La capitulación es necesaria para que la Iglesia Católica sobreviva y prospere en China, argumenta el Vaticano. Pero, ¿en qué clase de iglesia habrá de convertirse?, pregunta el arzobispo retirado de Hong King, Joseph Zen Ze-kiun. El Vaticano está “vendiendo” la Iglesia en China, argumenta el arzobispo. “Algunos dicen que todo el esfuerzo para llegar a un acuerdo apunta a evitar un cisma eclesiástico. ¡Qué absurdo! ¡El cisma está ahí, en la Iglesia Independiente!”
El arzobispo Zen admite que sus críticas contra el Partido Comunista y contra los esfuerzos diplomáticos del Vaticano complican el cierre de la disputa entre la Iglesia clandestina y la iglesia autorizada por el Partido Comunista, pero no se disculpa por ello. “¿Soy yo el principal obstáculo para que el Vaticano y China lleguen a un acuerdo? Si el acuerdo es malo, me sentiría más que complacido en ser el obstáculo.”
Hay una división creciente en el seno del catolicismo, entre una iglesia tercermundista y tradicional en ascenso, y una Iglesia prevaleciente en Europa y en los Estados Unidos, que está pareciéndose a la Iglesia Anglicana del siglo XX.
¿Y cómo terminó eso, Su Santidad?
¡Felices Pascuas!
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.