Por Pat Buchanan *
El presidente Trump es el líder del partido conservador norteamericano. Y sin embargo, ni sus aliados lo describirían como un conservador tradicional al estilo de Robert Taft, Russell Kirk o William F. Buckley. En las primarias de 2016, todos sus rivales reclamaron para sí el cetro conservador de Ronald Reagan. Pero fue Trump el que ganó el corazón del partido.
¿Quién, entonces, y qué es Donald Trump?
En un ensayo publicado en el Federalist, “Trump no es un conservador, y eso es bueno”, Frank Cannon da casi en el blanco. A Trump, anota, ·“se lo podría describir más exactamente como un ‘antiprogresista radicalizado’ ” enfrentado a “los progresistas que han cooptado la sociedad civil norteamericana.” Más aún, Trump “está dispuesto a ir más lejos que cualquier otro conservador que lo precediera para derrotarlos.” Muchos en la “élite conservadora”, escribe Cannon, creen que las “instituciones fundamentales” que ellos aprecian “no están sometidas a la misma politización infecciosa a la que ha sucumbido el resto de la sociedad.” Esta suposición es ingenua, dice Cannon, “fracamente ridícula.”
Los “antiprogresistas radicalizados” reconocen que muchas instituciones –la academia, la prensa, el entretenimiento y la justicia– han sido cooptadas y corrompidas por la izquierda. Y que como esas instituciones ya no son lo que alguna vez fueron, tampoco merecen el respeto del que alguna vez gozaron. Sin embargo, la mayoría de los conservadores sólo critican a esas instituciones hasta cierto punto. Algo parecido a las dificultades que tienen los católicos de cuna para criticar a la Iglesia en la que fueron bautizados y criados, a pesar de los escándalos y las alteraciones litúrgicas y doctrinarias.
Trump considera a muchas de esas instituciones como fortalezas capturadas por los progresistas radicalizados, que deben ser atacadas y sitiadas si es que se las quiere recuperar y liberar. Cannon se ocupa de tres de esas instituciones politizadas: la prensa, la Liga Nacional de Fútbol, y la justicia.
Trump no ataca la libertad de prensa sino más bien la autoridad moral y la legitimidad de las instituciones periodìsticas cooptadas. Trump no guarda respeto por lo que CNN es ahora, no por lo que CNN fue. Esta gente son enemigos políticos que se hacen pasar por periodistas y crean “noticias falsas” para destruirme, dice Trump. Las respuestas enfurecidas de la prensa la muestran como no muy distinta de lo que Trump dice que es. Y, desde que llegó Trump, la credibilidad de la prensa se desplomó.
Antes de 2016, la Liga Nacional de Fútbol era intocable. Cuando la liga exigió que Carolina del Norte aceptara la agenda progresista sobre cuestiones de género so pena de sufrir sanciones, el estado capituló. Cuando Arizona se resistió a convertir el feriado el nacimiento de Martin Luther King en 1990, la Liga le negó el Super Bowl, y el estado capituló. Este año, la Liga demandó respeto por las convicciones y el comportamiento de los jugadores que insultaban la bandera hincándose de rodillas durante la ejecución del himno nacional. Muchos políticos y comentaristas conservadores, temerosos de la casi mítica popularidad de la Liga en la clase media norteamericana, se quedaron mudos. Pero, instintivamente convencido de que los Estados Unidos se pondrían de su lado, Trump pronunció una encendida defensa de la bandera, y pidió que se expulsara a los irrespetuosos de la cancha, del partido y del equipo. “¡Échenlos!”, bramó Trump. Y venció. La Liga perdió aficionados y espectadores. Los jugadores cesaron sus protesas. Nadie se puso de rodillas durante el Super Bowl.
Antes de Trump, el FBI era sacrosanto. Pero Trump desbarató una camarilla dentro de su jerarquía cuando advirtió que habían complotado para derrocarlo.
Trump no ha atacado a la justicia independiente, sino a tribunales como el del Noveno Circuito, controlado por progresistas que abusan de su posición para promover la agenda progresista, y a jueces federales que se valen de sus cargos vitalicios y de su inmunidad política para usurpar poderes que pertenecen al presidente. En materia de inmigración, por ejemplo. Una de las razones por las que el Congreso ha perdido respeto es porque permitió que la Corte Suprema le usurpara el poder sobre la política social y se convirtiera a sí misma en una dictadura judicial… por encima del Congreso.
Trump no es un conservador del “círculo rojo”, escribe Cannon. “Trump no se ciñe a esas ridículas reglas concebidas para poner a los conservadores en situación de perpetuos perdedores, una versión hecha a la medida de CNN de los invictos Harlem Globetrotters versus los siempre derrotados . 1 Por el contrario, Trump busca combatir y restar legitimidad a cualquier institución capturada por la izquierda, para reconstruirla desde los cimientos.”
Los seguidores de Trump que más disfrutan las guerras que libra son los miembros de la “clase media radicalizada”, sobre la que solía escribir mi colega y amigo Sam Francis.
Hubo un momento parecido al actual en la historia de los Estados Unidos.
Después de la Segunda Guerra, cuando quedó claro que las élites izquierdistas que nos venían gobernando desde hacía mucho tiempo se habían equivocado horriblemente al confiar en Stalin, los patriotas se alzaron para limpiar nuestras instituciones de traidores y compañeros de ruta. Los Diez de Hollywood 2 fueron denunciados y terminaron en la cárcel. Nixon atrapó a Alger Hiss. 3 Truman se valió de la ley Smith para cerrar la subsidiaria de Stalin, el Partido Comunista de los Estados Unidos. Los espías infiltrados en el programa de la bomba atómica fueron capturados. Los Rosemberg terminaron en la silla eléctrica. 4
La izquierda llama a esa época el “miedo rojo”. Y bien que lo hace. Porque cuando los patritotas de la Generación Gloriosa como Jack Kennedy y Richard Nixon y Joe McCarthy regresaron de la guerra y fueron tras ellos, los rojos de la nación nunca sintieron tanto miedo.
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.
- Equipos de basquet de exhibición. [↩]
- Directores y guionistas acusados de colaboración con los comunistas; fueron encarcelados por negarse a declarar ante una comisión del Congreso. [↩]
- Funcionario del gobierno acusado de espiar para los soviéticos. [↩]
- Ethel y Julius Rosenberg, condenados por entregar secretos nucleares a los soviéticos. [↩]