Diálogo… ¿entre quiénes?

Hay un bunker de campaña que no aparece en la televisión porque no tiene existencia declarada: es el bunker socialdemócrata donde kirchneristas y cambiemitas brindaron en la noche del domingo para celebrar la continuidad del sistema que les permite usufructuar en su beneficio la administración del estado argentino. La consecuencia política más importante de estas elecciones legislativas tiene naturalmente como escenario el Congreso nacional, donde el oficialismo ya no podrá dar rienda suelta a sus excesos sin conseguir antes la venia de sus rivales y socios. Esto conviene a unos y otros, porque pone diques a las desmesuras de las mentes más calenturientas de cada bando y de este modo asegura la buena marcha de los negocios de todos.

Todo hace suponer entonces, y el mensaje del presidente Alberto Fernández lo anticipa, que se inicia una etapa de diálogo y concertación. La imponen a la vez el resultado electoral, la magnitud de los problemas económicos y sociales inmediatos que acosan a la Argentina, y las exigencias que plantea el Fondo Monetario para empezar siquiera a conversar sobre la refinanciación de la deuda contraída por el anterior gobierno. La posibilidad de ese diálogo, sin embargo, se verá afectada no tanto por la sobreactuada intransigencia de los interlocutores, fácilmente soslayable como lo demostró el oficialismo al modificar la semana pasada en la OEA su posición respecto de Nicaragua, sino por las fracturas que se advierten en el interior de cada uno de los bandos.

En el oficialismo, el peronismo residual de los gobernadores, los intendentes, algunos movimientos sociales y la CGT tiende a agruparse en torno del presidente Fernández para enfrentar a los kirchneristas, los camporistas y otros sectores abroquelados junto a la vicepresidente Cristina Fernández. En el ambiente cambiemita, Horacio Rodríguez Larreta y la Coalición Cívica están en guerra declarada contra Mauricio Macri, Patricia Bullrich y Miguel Pichetto. La consigna “Con Milei no se habla” se la corearon a Patricia pero iba dirigida a Mauricio. Los radicales, mientras tanto, aprovechan la trifulca para escalar posiciones y volverse imprescindibles como amigables componedores. Un diálogo entre oficialismo y oposición es una idea interesante, pero posterior en todo caso a la definición de quién va a representar a unos y a otros en la mesa de negociación, y con qué propósitos.

No es posible soslayar el hecho de que la mayoría de la sociedad argentina ha dado su respaldo a todos estos actores, pertenecientes a una u otra variante de la casta socialdemócrata que viene conduciendo la Argentina hacia su ruina desde 1983, y que va a seguir haciéndolo mientras sus dos alas sigan alternándose en el poder. La única esperanza pacífica y democrática de revertir esa decadencia reside en las semillas plantadas en los últimos comicios por incipientes agrupaciones liberales y nacionalistas, pero si la ciudadanía no las nutre con su participación y su esfuerzo y las hace germinar, cualquier expectativa respecto de una reconstrucción argentina, y con ella de un mejoramiento de la situación personal de sus hombres y mujeres, remite a un futuro todavía muy lejano, quizás inalcanzable. –S.G.

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