Desamparo en la sierra mexicana

Nota de archivoOriginalmente distribuida por la agencia Reuters.

TENIXTEPEC, México (Reuter) — La camioneta subió bufando por el camino de tierra y se detuvo en una explanada polvorienta. Un hombre moreno y gordo y una mujer blanca y pequeña descendieron y prudentemente permanecieron al lado del vehículo.

La gente se fue aproximando con lentitud, tal vez atraída por las luces que la camioneta llevaba en el techo, similares a las de los autos policiales que algunas veces llegaban hasta allí.

Los hombres tocados con sombreros de paja y las mujeres de vestidos multicolores aguardaron bajo el sol en silencio, el mismo silencio con el que el dia anterior habían acompañado a nueve de los suyos hasta el campo santo.

El hombre gordo empezó a hablar.

Una doble hilera de chozas de madera con techos de chapa montada sobre la cresta de un cerro define la única calle de Tenixtepec, una típida comunidad campesina de la Sierra Oriental mexicana, sobre las faldas del volcán Orizaba, en el estado de Veracruz.

Administrativamente depende del municipio de Coscomatepec, ubicado a unos 38 kilómetros. Pero lo escarpado del camino hace que sólo dos veces por semana, los martes y los jueves, un emisario oficial suba hasta el poblado.

Aunque hay una capilla, los 1.500 habitantes de Tenixtepec carecen de sacerdote. El párroco de Tetelcingo, un poblado cercano, los visita una vez por mes para cuidar de sus almas ya que poco puede hacer por sus cuerpos.

Muchos de los que escuchaban al hombre gordo que hablaba acodado sobre la ventanilla de la camioneta estaban vivos, si no por milagro, gracias a la diligencia y femenina intuición de Altagracia Contreras Villa, la “auxiliar de la comunidad”.

El domingo anterior, Altagracia comenzó a recibir la visita de vecinos aquejados de fuertes dolores, fiebres altas, diarreas.

Los cuadros de gastroenteritis son comunes en Tenixtepec, que tiene electricidad pero no agua potable, aparentemente porque algún político pensó que el resplandor de las luces le traería más votos que una canilla.

Pero la cantidad de pedidos de ayuda intranquilizó a Altagracia, que esa misma noche exhortó a su marido, el maestro del pueblo, a escribir una carta pidiendo ayuda. Lo hicieron a la luz de una vela, porque la luz estaba cortada, según relató a Reuter.

El hombre gordo se enjugó la frente con el brazo y, tras disculpar la ausencia en el lugar del alcalde o el gobernador del estado, aseguró al auditorio que las autoridades estaban muy preocupadas por su situación.

“El gobernador está allá –dijo haciendo un gesto vago con la mano como los sacerdotes cuando hablan de Dios– pero durante todo el dia y hasta muy entrada la noche ha estado trabajando para traerles toda la ayuda posible”.

Los indígenas de rostros morenos, curtidos, que lo rodeaban no mudaron su expresión, tal vez pensando en los nueve muertos para los que el pedido de auxilio de Altagracia no había llegado a tiempo.

“Suerte que se me ocurrió enviar esa carta”, reflexionó la mujer, que en la mañana del lunes se las ingenió para hacer llegar el papel hasta Coscomatepec, sin esperar la visita del emisario de la comuna al día siguiente.

Cuando el médico municipal Juan del Bosque llegó al lugar e instaló su consultorio bajo un cobertizo de paja con piso de tierra, algunas personas ya habían muerto y los casos de enfermedad se multiplicaban hora a hora.

“Tuve que aplicar dosis fraccionadas de los antibióticos, antidiarreicos e hidratantes que traía conmigo”, dijo a Reuter. También solicitó permiso para improvisar un hospital en las dos habitaciones de chapa que conforman la escuela.

En total, 230 personas cayeron enfermas, y el criterio de los médicos y biólogos que posteriormente llegaron en legión era que la contaminación del agua había sido la causa.

El agua que beben los habitantes de Tenixtepec baja desde manantiales en la montaña y se recoge en pozos ubicados en distintos lugares del pueblo.

“Allá arriba hay letrinas, y es posible que las fuertes lluvias de los últimos días hayan arrastrado materias fecales hasta los pozos”, dijo el epidemiólogo Alejandro Escobar Mesa, de los Servicios Coordinados de Salud Pública.

Las causas de la contaminación fueron en principio motivo de controversia en la zona, y algunos diarios locales recogieron opiniones en el sentido de que podría tratarse de herbicidas utilizados en la destrucción de plantíos de marihuana.

El doctor Escobar dijo a Reuter que las muertes se habían producido por deshidratación, pero su colega Del Bosque manifestó que los cadáveres mostraban una coloración morada más acentuada que la común lividez mortal.

Al dar el veredicto oficial sobre el episodio, el secretario de salud del estado de Veracruz, Pedro Coronel Pérez, dijo que el consumo de agua contaminada con materias fecales había sido la causa del brote endémico.

“El agua contaminada provocó deshidratación por diarrea y posteriormente una severa infección gastrointestinal que causó la muerte de cinco menores y cuatro adultos”, señaló.

El doctor Escobar dijo que las altas temperaturas y la mala nutrición de la población habían sido factores agravantes.

Maura Rosas Morales, una anciana de cabellos grises y un diente sí y otro no, describió a Reuter el menú típico de la población.

“Nosotros somos pobres –explicó–: unas papitas, unos frijolitos, y ya”.

El párroco de Tetelcingo, Hugo Gasperín Zanatta, agregó otro dato: “Antes nos mandaban para ellos leche en polvo y margarina, pero hace más de un año que suspendieron el envío”.

La revolución, la reforma agraria y el salario mínimo son cosas apenas conocidad de oídas en Tenixtepec y en otras muchas comunidades marginales de las que ésta es sólo un ejemplo.

Los hombres que tienen trabajo reciben unos 3.000 pesos diarios (1,30 dólar) como jornaleros en fincas de las cercanías donde se cultivan papas, frijoles, maíz. El salario mínimo en los centros urbanos es de 8.000 pesos diarios.

“Están marginados en todos los sentidos”, dijo el párroco Galperín. “Marginados económicamente porque no hay fuentes de trabajo. Marginados porque hay elevados índices de alcoholismo. Marginados en cuanto a la educación”.

El hombre gordo terminó su discurso y señaló a la mujer blanca y pequeña que tenía a su lado.

“Es la esposa del alcalde, que quiere saludarlos”, dijo.

La mujer se dirigió a los rostros morenos con voz dulce y persuasiva, como las que emplean las maestras de los primeros grados para tranquilizar a los niños.

Apenas se la oía, pero nadie reclamó ni dio un paso adelante para escuchar mejor. Las expresiones permanecieron inmutables, los ojos fijos en algo que no parecía estar presente.

Cuando pareció que había concluído alguien dijo “Gracias” y el grupo se dispersó en silencio, arrastrando unos pies gredosos que ya habían absorbido el color de la tierra.

La camioneta se fue y luego lo hicieron los médicos y los trabajadores sociales. El polvo que levantaron los vehículos se fue depositando lentamente sobre Tenixtepec.

En la capital del país, el principal noticiero de televisión utilizó imágenes de otro pueblo al dar la noticia de los nueve muertos.

–Santiago González

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