La gran decisión del 2015

En el 2015, la Argentina va a decidir, de una vez por todas, su destino. Esta vez no se trata de elegir entre tal o cual candidato, entre tal o cual corriente política. El país, su integridad, su continuidad, ya no tiene margen para esos lujos de la democracia. Esta vez se trata de la supervivencia, de ponernos nuevamente de acuerdo, como hace 200 años, sobre si queremos conformar una nación, o no. Si la respuesta es afirmativa, deberemos hacernos cargo de nuestra decisión y tener presente que implica compromisos, sacrificios y renuncias cuyos frutos maduros no los verá la generación a la que pertenecemos; si la respuesta es negativa, debemos estar preparados para ser conquistados, organizados y gobernados por otros, aunque probablemente tampoco sea la generación presente la que padezca el castigo en carne propia. “Serás lo que debas ser, y si no, no serás nada”. Bien podemos, por pereza, indolencia o mera estupidez, elegir ser nada. Pero el vacío inexorablemente tiende a ocuparse, y el vacío de poder más que cualquier otro. Si demostramos al mundo que no nos interesa o no somos capaces de hacernos cargo de nuestro territorio, de nuestros recursos, de nuestro trabajo y de nosotros mismos, otro vendrá a hacerse cargo, y roguemos que lo haga de manera amable. Si alguien duda de que esto es lo que va a pasar, tengo el desagradable deber de informarle de que ya está pasando. Desde la década de 1970 la Argentina ha venido perdiendo poder soberano a tranco firme: cada año que pasa, mayores porciones de territorio, mayor número de fábricas, mayor cantidad de servicios, pasan a manos extranjeras; muchas decisiones clave que afectan directamente al país y sus ciudadanos se toman en el exterior, y una porción considerable de la renta nacional se va para afuera, legal e ilegalmente. Todo eso generalmente a cambio de nada: de ninguna prestación, de ninguna inversión productiva ni transferencia de tecnología, ni ninguna de las bondades que normalmente se proclaman como inherentes a la presencia de intereses extranjeros. Voluntaria, silenciosa, paulatina, resignadamente, el país se entrega. Y a nadie parece importarle demasiado, la verdad sea dicha. Lo único que nos va quedando como propio son las instituciones, deshilachadas, en ruinas, y ni siquiera en su totalidad: la Constitución de 1994 subordinó nuestras leyes a los pactos internacionales; muchos contratos comerciales o financieros se someten a jurisdicciones externas. Desde la década de 1970, o tal vez un poco antes, desde 1966, los sucesivos gobiernos, civiles o militares, radicales o peronistas, se han dedicado, con llamativa continuidad, a ceder porciones de soberanía y a dinamitar las instituciones. El gobierno que concluirá en este 2015 se abocó con considerable energía a destruir las dos cosas. Si los habitantes de la Argentina decidiéramos ahora “ser lo que debemos ser” –decisión de conciencia, decisión previa a cualquier decisión electoral–, nuestra primera tarea habrá de ser restablecer las instituciones: la Justicia debe volver a ser Justicia, el Congreso debe volver a ser Congreso, y el Ejecutivo debe volver a serlo, esto es debe recuperar la capacidad y la pericia para administrar la cosa pública con eficiencia y responsabilidad en todos los frentes: desde la educación a la defensa, y desde la salud a la diplomacia. Deben sanearse los Códigos y devolverse autonomía y autoridad a los organismos de control. Y debe volverse sin más trámite a la Constitución de 1860. Si no reconstruimos la República, las instituciones, el imperio de la ley, es impensable soñar siquiera con recuperar la soberanía económica y la soberanía política, una tarea más difícil y de más largo plazo. Esta vez la decisión es clave, pero también es clara: si los argentinos queremos seguir siendo una nación, debemos suscribir un nuevo contrato social, debemos sellar entre nosotros un nuevo compromiso. En este momento de la historia ese compromiso implica exigir a los candidatos un programa específico, detallado y mensurable de reconstrucción institucional, y en confiar el poder sólo a quienes se comprometan con un programa semejante. Nuestra claudicación, nuestra indiferencia, nuestra pusilanimidad recibirán como respuesta, en el cuerpo de nuestros descendientes, un castigo de dimensiones bíblicas: la disolución, la aniquilación, la condena a errar por el desierto. O, si se prefiere, un castigo de dimensiones sanmartinianas: no ser nada.

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El ciudadano debe saber, si es que no lo sabe, que hay poderosas fuerzas interesadas en que en el 2015 nada cambie, y que van a tratar –lo están haciendo– de convertir la crucial elección que nos espera en la segunda mitad del año en una farsa más, en un espectáculo político-periodístico, lleno de pronósticos, encuestas, entrevistas, debates, opiniones, espectaculares cierres de campaña, proclamaciones, bombos, globos, fuegos de artificio, en fin todo el montaje orientado a hacer creer que pasa algo cuando no pasa nada. El primer interesado en que nada cambie es el establishment, los poderes fácticos, la mafia, o como el lector prefiera llamar a esa madeja de intereses que sólo prosperan en promiscua convivencia con el Estado, que de hecho se enriquecen al ritmo al que la Argentina se hunde, y que necesitan para ello que el Estado se encuentre en manos de personas predispuestas a cualquier promiscuidad. El peronismo brinda todas las seguridades en ese sentido, de modo que el establishment le va a dar su apoyo a cualquiera de los dos candidatos peronistas, Sergio Massa o Daniel Scioli, cuya condición extravagante de oficialistas-opositores alerta de antemano sobre su integridad ética y política. A esta altura no es posible descartar que al doblar el codo asistamos a una arremetida de José Manuel de la Sota, al frente de un peronismo opositor al kirchnerismo, igualmente extravagante pero de otro modo. Mientras se trate de un peronista, el establishment no se va a sentir amenazado. El otro interesado en que nada cambie es el kirchnerismo, cuya principal obsesión en estos momentos es no ser protagonista de un incómodo desfile por los tribunales que termine por enviarlo en masa a ese internado cuyo uniforme es el traje a rayas. Aunque manipula jueces, fiscales y procedimientos para tratar de parar las causas que se le vienen en avalancha sabe que por ese lado nunca hay nada seguro, por lo que su carta más fuerte, aunque no la última, es en este momento la de negociar apoyo político a cambio de impunidad. Por eso juega con todos los aspirantes que cantan la marcha peronista y les brinda sucesivas cucharadas de cal y arena a uno y a otro, para entretenerlos y evitar que alguno se dispare solo; la definición será al final, cuando el carácter decisivo del apoyo (esa es la idea) cotice al precio de un canje por el ansiado salvoconducto.

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Si el 2015 será el primer año del resto de la historia argentina es a esta altura un interrogante abierto. Ese interrogante encierra, sin embargo, una certidumbre que es su condición de posibilidad: nada cambiará en la Argentina si el peronismo no es derrotado, y si el peronismo no es derrotado la Argentina no tiene futuro. Sólo si el peronismo es apartado del poder, la Argentina podrá imaginar algún tipo de futuro, más o menos liberal, más o menos nacionalista, más o menos progresista, más o menos áspero, más o menos amable: eso lo dirá la historia, la política, la sociedad. Pero el ciudadano debe saber, si es que no lo sabe, que con peronismo no hay República, y sin República no hay libertad, ni independencia, ni soberanía, ni futuro. Por lo tanto, la única opción electoral que tendrá en el 2015 el ciudadano que pretenda renovar el contrato constitutivo de la Nación Argentina será aquélla que se proponga explícitamente expulsar del poder al peronismo para entronizar nuevamente allí a la República, que es lo mismo que decir el imperio de la ley o el estado de derecho. Hasta el momento, esa opción no existe; puede llegar a formarse según la hoja de ruta trazada por Elisa Carrió, sobre la base de su propia Coalición Cívica, el radicalismo de Ernesto Sanz, y el PRO de Mauricio Macri, más todos los que acuerden incorporarse a ese espacio. Esa coalición es imprescindible para derrotar la última carta del kirchnerismo, que es su continuidad legislativa. Las cámaras se renuevan sólo parcialmente en cada elección, el kirchnerismo cuenta con un respaldo seguro de un 25 a 30 por ciento de votantes; si el voto opositor se dispersa, como quiere la mafia, y cualquier candidato peronista se impone, el kirchnerismo contará con las bancas suficientes como para mantener en pie todo el andamiaje legislativo que está erigiendo para protegerse. Sólo un contundente triunfo opositor en primera vuelta (que es la que define la renovación legislativa) podrá tener la fuerza suficiente como para desmontar ese blindaje, sancionar a los corruptos, recuperar lo robado, y reconstruir la República. Pero incluso aunque ese triunfo se lograra, la cuestión no terminará allí. Ni el PRO ni el radicalismo tienen antecedentes intachables. La gestión del PRO en la ciudad de Buenos Aires ha sido demasiado parecida al peronismo en casi todos los rubros menos en el discurso como para depositar en ese nuevo espacio político expectativas excesivas, y muchas cosas semejantes pueden decirse del centenario radicalismo, aquejado de un patológico proceso de identificación con el peronismo que le hizo olvidar sus raíces intransigentes y republicanas. Será entonces el momento en que el ciudadano deberá recuperar protagonismo, ejercer ciudadanía: vigilar, advertir, exigir. La Argentina tendrá una oportunidad en el 2015, pero esa oportunidad sólo se traducirá en hechos si va acompañada de la atención y el compromiso de sus ciudadanos.

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Ese compromiso es crítico. De lo que pase en el 2015, y más allá del 2015, sólo nosotros, los ciudadanos, seremos responsables. Como lo somos de lo que ha venido ocurriendo hasta ahora. Ni los radicales, ni los peronistas, ni la derecha, ni la izquierda, ni el imperialismo ni los militares. Nosotros. Nosotros, mi conciudadano, mi amigo, mi compatriota. Usted y yo.

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5 opiniones en “La gran decisión del 2015”

  1. Para la gran mayoría de la gente “estamos bien”, o “mucho mejor que en el 2001”. Mientras haya para la cuota del celu y las vacaciones, la pérdida constante de calidad de vida parece no alarmar a nadie. Va a ser mejor ir buscando un calzado cómodo. La caminata por el desierto va a ser larga…

  2. Siendo parte de esos a quienes usted designa como condenados a errar por el desierto (o a autoexliarnos en este caso), no sabe lo triste que es cruzarse fuera con algún gringo que nos pregunte “What happened to you guys?”…y “Peronismo” fue la respuesta que dimos…

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