Por Pat Buchanan *
“Los que hacen imposible la revolución pacífica… harán inevitable la revolución violenta”, dijo John F. Kennedy.
En 2016, los Estados Unidos y la Gran Bretaña dieron testimonio de revoluciones pacíficas.
Los británicos votaron 52 a 48 por romper vínculos con la Unión Europea, recuperar su plena soberanía, declarar la independencia y abrir su propio camino en el mundo. De allí en más, sus políticas comerciales y migratorias debían ser decididas por un parlamento elegido por el pueblo, no por los burócratas de Bruselas. El acontecimiento fue conocido como Brexit. Y el desafío británico desconcertó a las élites mundiales.
Dos años y medio después, Gran Bretaña sigue dentro de la UE, y nadie parece saber cuándo ni cómo se ejecutará el divorcio: una victoria de las élites londinenses y europeas sobre la voluntad expresa del pueblo británico. Abrumadas por la decisión del Brexit, las élites apostaron a ganar tiempo, propalar advertencias sobre lo que podría ocurrir, atemorizar al público británico para inducirlo a reconsiderar y revertir su decisión democrática.
Los candidatos perdedores y los partidos perdedores aceptan la derrota y entregan el poder. Pero el establishment tiene agendas que no considera sujetas al repudio o el rechazo del electorado. Cuando sufre una derrota, se vale de sus poderes no electivos para impedir que las políticas que no acepta lleguen alguna vez a ser puestas en práctica.
Llamémosle democracia limitada.
En 2016, Donald J. Trump fue elegido presidente cuando un espíritu de rebelión en contra de las fracasadas élites norteamericanas estremeció los dos partidos mayoritarios Tanto Trump como Ted Cruz, que ocupó el segundo lugar en la interna republicana, propusieron ideas contrarias al establishment. Lo mismo ocurrió con la corriente encabezada por Bernie Sanders en las primarias demócratas.
La agenda característica de Trump fue básicamente ésta: Construir un muro a lo largo de la frontera con México para contener el aluvión de inmigrantes ilegales; sacarnos de la media docena de guerras en el Levante en las que nos metieron Bush hijo y Obama; desconocer los acuerdos comerciales que hicieron que las importaciones de las naciones del NAFTA, China, la UE y Japón reemplazaran los bienes fabricados en los EE.UU; detener el cierre de decenas de miles de fábricas norteamericanas y la hemorragia de millones de empleos manufactureros, cancelar la nueva guerra fría con Rusia.
A mitad de su presidencia, ¿en qué punto estamos?
Una parte del gobierno estadounidense lleva un mes sin funcionar. El muro no fue construido, y tal vez nunca lo sea. La decisión de Trump de retirar 2.000 soldados de Siria ha tropezado con la enérgica resistencia del establishment de política exterior. Trump se ve empujado a enfrentarse con Rusia desde el Báltico al Mar Negro, y a echar por la borda el tratado sobre misiles nucleares de alcance intermedio que Ronald Reagan había negociado con Gorbachov.
Y nos están llevando a una nueva guerra en el Medio Oriente, esta vez contra Irán.
Esta era la agenda del establishment, no la de Trump.
Últimamente nos hemos enterado de que luego de que Trump echara al director del FBI James Comey, una camarilla interna del organismo inició una investigación de contrainteligencia para descubrir si Trump era un agente consciente de una conspiración del Kremlin. ¿Quién pidió esa investigación? ¿Quién la aprobó? ¿Determinó el FBI si Trump es un patriota, u otro Alger Hiss? Después de dos años de investigación, no hemos sido informados sobre sus resultados. ¿Por qué?
Lo que sí sabemos es que el brazo carroñero de la campaña de Clinton, Fusion GPS, contrató a un ex espía británico con conexiones en la KGB para cocinar una “carpeta sucia” que luego se usó para convencer al tribunal secreto FISA de que diera luz verde al espionaje sobre la campaña de Trump. Uno de los más interesados en esas pesquisas fue el llamado “nuevo periodismo”. Pero ahora se advierte un generalizado desinterés de la prensa por una conspiración que podría terminar revelando a Trump como víctima de las triquiñuelas de una campaña sucia.
Lo que nos lleva de nuevo a la cuestión más amplia. Si bien los populistas ganan las elecciones y producen sus revoluciones pacíficas, a menudo las políticas que lograron proponer exitosamente nunca se llevan a la práctica.
En su libro de 1975 Votos conservadores, victorias progresistas. Por qué fracasa la derecha, quien esto escribe procuró analizar y explicar las fuerzas que con tanta frecuencia niegan a la derecha los frutos de sus victorias políticas. “La esencia del poder de la prensa reside en su autoridad para elegir, promover e imponer un conjunto de ideas, temas y personalidadades e ignorar otras”, escribió este autor. “La prensa determina de qué va a hablar la gente y a qué le va a prestar atención en razón del monopolio que ejerce sobre las noticias y la información que fluyen de Washington.”
Entre las razones del éxito político de Trump, tal como lo hemos visto, figura el hecho de que la prensa conservadora de hoy no existía en los setenta, ni tampoco las redes sociales, que ha sabido manejar tan bien. Sin embargo, el poder de la izquierda sobre las instituciones que forman el carácter y la cultura de los Estados Unidos sigue siendo abrumador. Domina la escuela pública y los sindicatos docentes, las principales iglesias, los colegios y las universidades, la prensa y el espectáculo, la televisión y las películas.
Lo que hoy ocurre en Occidente podría describirse como una lucha entre la capital y el país que gobierna. Inglaterra votó por abandonar la UE, Londres votó por quedarse.
En último análisis, Kennedy tenía razón. La gente que ve que las políticas por las que votó terminan siendo rechazadas una y otra vez por las mismas élites a las que derrotaron, inevitablemente recurrirán a otros medios para preservar lo que tienen.
Las protestas de los “chalecos amarillos” en París son una muestra.
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.