Por Pat Buchanan *
“Páguenle a los soldados. El resto no importa.” Tal el consejo que ofreció a sus hijos en su lecho de muerte el emperador romano Septimio Severo en el año 211.
Nicolás Maduro debe apreciar en estos días la sagacidad del emperador. Porque la supervivencia polìtica de este ex conductor de autobuses y dirigente sindical depende ahora de que las fuerzas armadas de Venezuela opten por mantenerle el apoyo, o lo abandonen a favor del líder de la Asamblea Nacional Juan Guaidó.
El miércoles, Guaidó declaró que la elección de Maduro en mayo para un segundo mandato de seis años había sido irregular, y se autoproclamó presidente interino.
El jueves, el ministro de defensa y jefe del ejército, general Vladimiro Padrino López, rodeado de sus altos mandos, desestimó a Guaidó, de 35 años, como un títere de los norteamericanos y comprometió su respaldo a Maduro.
El viernes, el secretario de estado norteamericano Mike Pompeo dijo al Consejo de Seguridad de la ONU: “Este es el momento para que cada nación tome partido… O se está con las fuerzas de la libertad, o se es aliado de Maduro y su caos.”
Para el viernes, sin embargo, el mundo ya había tomado partido. Rusia y China se pusieron del lado de Maduro, como lo hizo Turquía, un aliado de la OTAN, cuyo presidente Erdogán le comunicó su apoyo por teléfono. México, Nicaragua, Cuba y Bolivia también estuvieron con Maduro. Respaldan a Guaidó los vecinos de Venezuela –Ecuador, Brasil y Colombia–, los Estados Unidos y Canadá, y la Organización de Estados Americanos. Gran Bretaña, Francia, Alemania y España le enviaron a Maduro un ultimátum diplomático: o se aviene a llamar a elecciones en un plazo de ocho días o respaldarán a Guaidó, quien hasta este año era un desconocido.
Todas las opciones están sobre la mesa, dice el presidente Donald Trump. Pero Rusia describió la acción de Guaidó como un “cuasi golpe” y advirtió que una intervención podría acarrear “consecuencias catastróficas”. Vladimir Putin también telefoneó a Maduro para darle su apoyo.
Todas las partes juegan aquí apuestas fuertes. Rusia tiene contratistas en Venezuela, y le ha prestado al régimen miles de millones. En demostración de solidaridad, Putin envió en estos días dos bombarderos estratégicos a Venezuela.
China le ha prestado a Venezuela decenas de miles de millones, que Caracas salda con petróleo.
Cuba ha despachado oficiales militares y de inteligencia para mantener la seguridad interna. Hugo Chávez veía en Fidel Castro una figura paternal y modeló la nueva Venezuela según la Cuba de Castro… con resultados similares. Así como centenares de miles de personas escaparon de la revolución de Castro en la década de 1960. tres millones de venezolanos partieron hacia Ecuador, Brasil, Colombia y otros países sudamericanos, y a los Estados Unidos.
La economía está en ruinas. Aunque Venezuela cuenta con las mayores reservas petroleras del planeta, la producción se redujo a una mínima porción de lo que alguna vez fue. El amiguismo y la corrupción son endémicos. La inflación destruyó la moneda. Hay pobreza, malnutrición y escasez de todo lo que necesita la vida moderna.
Sin embargo, la pregunta crucial sigue en pie: ¿qué harán los soldados? Y si los militares respaldan a Maduro, y Maduro no se va, ¿qué harán los norteamericanos para forzar su salida? ¿Invadir? Eso sería una invitación al desastre. Venezuela no es Panamá, Haití o Grenada. De mayor tamaño que Texas, su población supera los 30 millones. Y las fuerzas norteamericanas ya están comprometidas en otras regiones del planeta.
Bloqueos y sanciones no harían más que extender y profundizar el sufrimiento del pueblo de Venezuela mucho antes de lograr la caída del régimen. ¿Nuestros aliados apoyarían un bloqueo? Y si años de sufrimiento del pueblo venezolano no hicieron mella en el poder de Maduro, ¿por qué suponemos que más de lo mismo lograría otros resultados?
A Maduro y sus militares les han ofrecido una amnistía si se retiran en paz. Pero, ¿cuál sería el futuro de Maduro si la acepta? Si cede el poder bajo amenazas de los Estados Unidos, estará acabado y tachado de cobarde. ¿No preferiría terminar peleando? Y si la cúpula militar abandona a Maduro, hay una oficialidad joven y ambiciosa que seguramente esperaría un futuro promisorio si se decidiera a pelear para salvar el régimen.
¿Estamos incitando a la guerra civil en Venezuela? Y si en Caracas empiezan los tiros, ¿qué haríamos?
¿Alguien lo pensó?
Maduro es un dictador brutal e incompetente cuya ideología contribuyó a destruir el país. Pero si logra cambiar el relato y convertir el enfrentamiento entre un tirano y un pueblo oprimido en un combate entre un acosado defensor de Venezuela atacado por el imperialismo yanqui y sus lacayos locales, esa versión encontraría eco entre las masas de la región. Y todo indica que Maduro se propone desafiar a los Estados Unidos y convocar a la izquierda radicalizada y antinorteamericana del hemisferio y del Tercer Mundo.
La reivindicación constitucional de Guaidó a la presidencia de Venezuela es resultado de un plan cocinado con Washington, made in USA, con el secretario de estado Pompeo, John Bolton y el senador Marco Rubio, y la rúbrica del presidente Trump. Este era el Plan A.
Pero si el Plan A no funciona, y Maduro, con el prestigio de los Estados Unidos en juego, desafía nuestra exigencia de que se retire, ¿qué hacemos entonces? ¿Cuál es el Plan B?
“¡Assad debe irse!”, exclamó Barack Obama. Pues bien, Assad está todavía allí, y el que se fue es Obama.
¿Se dirá lo mismo de Maduro?
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.
© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.